Los Pasos Dobles, de Isaki Lacuesta
Crítica previamente publicada con motivo de exhibición en el 59º Festival de San Sebastián:
Puntos de fuga africanos de un proceso de reinvención (Sección Oficial)
La casi unanimidad en alabar las virtudes de The Deep Blue Sea tuvo su continuidad a la hora de enjuiciar el segundo trabajo del día, pero en sentido opuesto. Vamos, que la película de Isaki Lacuesta no gustó a casi nadie. Normal, por otra parte, con semejante antecedente. No estaba la peña embelesada con el clasicismo académico de Davies para digerir una película tan a contracorriente como la de Isaki, que parte de ilustrar la anécdota original de seguir los pasos de un iluminado artista francés que se enamoró de África hasta el punto de perderse a fondo por allí para después ir abriendo línea tras línea argumental según va incorporando los muy diversos elementos que quiere incorporar a su propuesta.
Lo que empieza siendo como un prometedor ejercicio sobre la libertad artística con visos de ficción documentalizada, documental ficcionado o cómo demonios quieran llamarlo, deriva rápidamente en un cóctel de referencias cinéfilas que abarca desde el spaghetti-western hasta el mismísimo Luis Buñuel, pasando por los Monty Python, contraponiento el indudable talento como forjador de poderosas imágenes que tiene Isaki hasta la sensación de despropósito y absurdo hacia la que deriva un ¿guión? en el que uno podría concluir, quizás de forma errada aunque sin ser telépata es difícil saberlo armado solo con las claves que da la peli, que Lacuesta ha ido metiendo cosas sobre la marcha en un work in progress interminable.
Hace un par de años, a propósito precisamente del estreno en Donosti de la interesante Los Condenados, comentaba que me molestaba mucho de dicha película que, partiendo de un tema tan interesante, Lacuesta pareciera ceder a la tentación de tratar de patear al espectador fuera de su película durante una hora larga antes de regalarle a los valientes que hubieran aguantado a pie firme su diatriba unos cuantos planos y momentos de gran calado emocional. Aquí pasa algo parecido pero al revés: ésta es una película que entendería mejor un niño de diez años que un adulto. Simplemente porque no se haría preguntas sobre su planteamiento, nudo y desenlace o la intención última de su director, sino que se limitaría a aceptarla sin más y divertirse con lo que mucho que tiene que ofrecer más allá de su sentido (o no) oculto. Es como querer medir un cuadro abstracto con la escala de valores que aplicaríamos a un cuadro figurativo. Mal empezamos. Esa óptica del niño que decía antes es la correcta: maravillarse con los recursos visuales, verdaderos hallazgos de Lacuesta, soñar con transportarse de repente a esa África idealizada y repleta de vida, creer que existen bandidos que te plantean acertijos antes de robarte por si los aciertas y así te libras, flipar con la ternura y sencillez de las dos escenas de seducción y sexo, una heterosexual y otra homosexual que planta ante tus ojos, descojonarte con esa especie de homenaje a Simón del Desierto cambiando la columna por un baobab que ofrece momentos desopilantes, temblar con la desasosegante aparición de los albinos rompiendo de cuajo el ritmo de la película, mirar por encima del hombro a Miquel Barceló parir obra tras obra de indudable belleza.
Yo le agradezco sinceramente a Isaki Lacuesta que haya traído al continente más olvidado del mundo de una forma visualmente tan bella a San Sebastián. Y acepto de antemano cualquier crítica que se le pueda hacer a Los Pasos Dobles, incluyendo la de la gente que se ha enfadado mucho con ella porque cree que es una tomadura de pelo sin ningún sentido, porque puedo comprender e incluso a ratos compartir su percepción. Pero defiendo y defenderé que es un lujo disponer en este país de cineastas tan arriesgados y con ganas de experimentar cosas nuevas como Isaki Lacuesta. El que quiera ver un documental académico y clásico – aunque no nos engañemos: ese tampoco lo es del todo – que se ponga una y otra vez su anterior y maravilloso trabajo sobre Ava Gardner La Noche que no Acaba, donde juguetea de forma brillante con esa idea de la duplicidad que preside toda su filmografía. Pero Lacuesta hace tiempo que ya no está ahí. Es más, hace ya bastante tiempo que tampoco está en África. Obsesionado como está con la idea de reinventarse con cada trabajo seguro que ya está con la mente en otra cosa. Es lo que tienen los artistas de verdad, aunque a veces puedan parecernos unos cantamañanas. Los cuentos africanos ahí están para quien quiera entrar en ellos y divertirse.