Bottle Rocket, de Wes Anderson, EEUU, 1996
Allá lejos en 1996, cuando todavía estábamos alejados de Los Excéntricos Tenembaums y La Vida Acuática, Wes Anderson realizaba esta amable película, simpática, divertida, romántica y honesta. Lejos de pretensiones, Bottle Rocket no se aleja de un motel de ruta, donde tres amigos se refugian tras haber realizado un pequeño robo. Los tres se creen mucho más peligrosos de lo que son realmente. Escapando de la policía, se cruzan con personajes tan curiosos como ellos, extravagantes, marginados. Uno de ellos se enamora de una empleada doméstica que no habla una sola palabra de inglés.
Con un humor amable, cínico e incluso, burlón, Anderson empieza a desarrollar un lenguaje audiovisual que profundizaría en el resto de su filmografía, pero también existe una concentración en los personajes y no en distracciones que decoran la trama. Las interpretaciones de Luke y Owen Wilson son mucho más sencillas y austeras, con menos gestos que repetirían en próximos trabajos. Encuadres simétricos, profundidad de campo, cuidado en detalles de puesta en escena y colores marcarían la diferencia con otros realizadores indies de mediados de la década del ’90. Anderson inauguraría un estilo, se lo apropiaría, dejando en claro un tono humorístico de autor, personal.
Más allá del cariño que el director pretende generar en los espectadores con sus tres perdedores protagonistas, que parecen sacados de un comedia alla italiana de Mario Moniccelli, desventurados, con mala suerte, Anderson también habla sutilmente de la discriminación hacia los latinos que cruzan la frontera estadounidense, los prejuicios existentes en los nativos y la persecución que sufren los mismos, al tiempo que trabajan.
Un hermoso film, que marcaría la filmografía de uno de los realizadores más prestigiosos del cine actual.
