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DOSSIER

Manuel Antín (1926-2024)

ANTÍN, EL CINE Y LAS POLÍTICAS DEL INCAA (O EL INC, O EL INSTITUTO)

 

Director de cine y de publicidad, director del Instituto Nacional de Cinematografía (ahora el cargo sería Presidente del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales), creador y rector de la Universidad del Cine (“la FUC”, así se la llama en un mundo tendiente a las siglas). Manuel Antín fue todas esas cosas sucesivamente, sin solapamientos, como si iniciara etapas marcadamente distintas una tras otra. Sin embargo, otros aspectos de su vida permanecieron. Y también permanecieron algunas concepciones, algunas ideas acerca de qué significa el cine, qué implica hacer cine, o -como uno dice siempre mentando a André Bazin- qué es el cine. La primera vez que hablé con Manuel Antín fue en ocasión de una entrevista para la revista El Amante a principios de 2000, es decir, apenas comenzadas la presidencia de Fernando De La Rúa y la gestión de José Miguel Onaindia al frente del INCAA. Sobre sus propios años al frente del Instituto de Cine durante el gobierno de Raúl Alfonsín, Antín decía: “Creo que fueron años muy lindos y muy fáciles. ¿Por qué fáciles? Porque veníamos de una época tan marcadamente anticultural que era muy fácil lucirse, bastaba con hacer lo contrario. Creo que es casi la misma situación que tiene Onaindia ahora. Entonces, ¿cuáles fueron las pocas cosas que hizo usted? Las pocas cosas que hice yo … bueno, parecen más grandes de lo que son. Recuperar el fondo del diez por ciento para el cine argentino que había sido retirado por la dictadura militar; desterrar la censura cinematográfica; recuperar la confianza del público y de los realizadores argentinos en su cine. Me decían ‘vos pensás solamente en los festivales’, y yo pensaba en el eco que estos festivales podían generar dentro del país, y esto se logró: en cada uno de aquellos años alguna película argentina estuvo al frente de las recaudaciones; crear una política internacional de comercialización del cine, que pasó de doce mil dólares a dos millones y medio. Toda esta tarea fue interrumpida por el gobierno de Menem. También traté de jerarquizar la enseñanza del cine con su incorporación al ámbito universitario, creando la carrera de Imagen y Sonido.”

Como solía suceder con Antín, había no solamente gracia en las respuestas, también había un componente de sorpresa, porque las políticas del INCAA en los más de diez años de  las presidencias de Carlos Saúl Menem habían tenido marcadas diferencias. Simplificando al extremo y sin entrar en detalles, al principio se había intentado un modelo de “pocas películas, más bien grandes y exitosas” (cómo si se pudiera predecir tan fácilmente el éxito) que llevó al cine argentino a estar muy cerca de su desaparición, y luego hubo un período de mayor producción y actividad (y de mayor presupuesto para el Instituto y de mayores polémicas y denuncias, la gestión de Julio Mahárbiz). Sin embargo, Antín hablaba desde una concepción del cine, más allá de la cantidad de películas realizadas o los subsidios otorgados. Ante la pregunta -recordemos, principios de 2000- de qué debía hacer Onaindia en su gestión que recién empezaba, Antín respondió: “Todo lo contrario a lo que se hizo durante el gobierno de Menem, debería espiritualizar un poco al cine argentino. ¿Cómo sería eso? Descapitalizarlo un poco, eliminar la idea de la riqueza antes de la estética, sacarle a la gente de la cabeza la idea de que el cine es exclusivamente un medio de vida, el cine es un medio de expresión, es un medio de creación. Y puede ser un medio de vida mejor, pero eso no puede ser prioritario. Un instituto de cine con sesenta millones de presupuesto anual crea malentendidos.” Esas ideas de Antín podrían ser el comienzo de un debate tal vez fructífero. Además, como solía pasar con sus ideas y sus formulaciones, encierran una aparente paradoja. Antín hablaba de espiritualizar el cine y de que el cine no debería tener como prioridad ser un medio de vida. Y, sin embargo, tanto durante su gestión como en la breve gestión de Onaindia fue cuando el cine argentino tuvo sus mejores años de las últimas cuatro décadas en cuanto a público y en cuanto al porcentaje de mercado obtenido. Y, como si esto fuera poco, ese éxito no se concentraba solamente en una o dos películas. Tal vez hablar de espiritualizar, poner a la creación como prioridad y pensar al cine principalmente como medio de expresión no sean, al fin y al cabo, tan malas ideas. Incluso en términos económicos.

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