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#VENECIA81 | Joker: Folie à deux

#VENECIA81 | Joker: Folie à deux

La segunda parte de Joker es un fracaso, un ofensivo fiasco de un colectivo de personas talentosas, embriagadas con el éxito del film anterior y demasiado enamoradas de su héroe. Perder la cabeza por amor es peligroso; la película, en ese sentido, es sobre eso. El subtítulo Folie à Deux resulta engañoso: las virtudes de la primera entrega no están multiplicadas por dos, sino divididas. En lugar de una película arriesgada, ante nosotros está la típica continuación hollywoodense, que explota los hallazgos anteriores. ¿Esto acaso no es una broma? Si es una broma (en la que Arthur Fleck es el mejor especialista en todo el tema), es mala.

Joker fue único, por una gran cantidad de parámetros; ya por eso no era necesario intentar repetirlo. El anti-cómico misántropo, que une la mitología del super maligno sin género con la estética del thriller psicolégico y social de los años 70, no encajó en ningín “universo” o espacio; estaba tan solitario como su héroe miserable. La secuela resulta de modo incorregible menos original: una mezcla de drama carcelario y judicial con un musical. La combinación se ha utilizado múltiples veces, empezando por Bailarina en la oscuridad y Chicago y terminando con la totalmente fresca Emilia Pérez. La teatralidad y relatividad del juicio, como la monotonía de cualquier proceso jurídico, sugieren la inclusión de los divertimentos vocales bailables. Esto no es un hallazgo, sino un cliché. 

En la búsqueda precisamente de la llave musical de Arthur -un demente y sociópata que esconde sus frustraciones bajo la máscara de un payaso maligno-, el director Todd Phillips y su coguionista Scott Silver hallaron la clave del éxito del primer film.

“En nuestro héroe vive la música, queda escucharla”, explica el autor. Sacarla a la luz fue encargado a los intérpretes de los papeles principales, que cantan personalmente y directo durante el tiempo de la filmación: el no habituado a las actuaciones de escenario Joaquin Phoenix (este se aficionó tanto que se aprendió de memoria el estribillo) y la profesional Lady Gaga.

La creadora de la música original, Hildur Guðnadóttir, ganadora de un Oscar y del esplendor de otros premios cinco años atrás, de nuevo se convirtió en la principal co-autora de la película. Ella misma, siendo violonchelista, incluso encargó a unos maestros islandeses la confección de un violonchelo peculiar, según el modelo de esos que se empleaban en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. Así ella quería subrayar la claustrofobia de la cárcel-enfermería de Arkham. Pero el mismo estilo y la melodía se repiten. Si surgen nuevos motivos de entonación en los siniestros leitmotivs y restantes insinuaciones sin una preparación profesional, no se oyen.

Reconociendo esto, Phillips y Silver decidieron hacer una puesta a los números conocidos, empezando por el estándar “Cuando los santos van marchando”. Guðnadóttir les hizo un arreglo “singular”, según el director. Esa decisión resultó fatal para la película. Situaciones como el tratamiento psiquiátrico y las sesiones judiciales se hacen aburridas, a cuenta de los incontables números musicales, colocados sin una especial invención y casi sin coreografía. La misma elección de los hits, que por sentido deben ser conocidos de cada uno, es dudosa: en su mayoría, el anticuado repertorio radial que escuchaba en sus años de juventud la madre de Arthur.

Arthur lleva dos años en Arkham, con medicinas pesadas, a la espera del juicio por el asesinato de cinco personas (el joven ambicioso fiscal Harvey Dent aun no sabe que los muertos fueron seis, pues Arthur ahogó tambien a la madre con la almohada). Entonces aparece Harley Quinn (Gaga), una muchacha que resulta fanática del Joker. La película es una historia de amor, y ella se convierte en la fiel guiadora del protagonista. Pero primero se besan, cantan a dúo, bailan un vals e intentan huir del asilo. Cuando se explica que esa tarea no es simple, arman una fuga mediante unas fantasías comunes teatrales-musicales. 

Sobre Gaga se puede escribir muy bien. Ella en efecto canta excelente y es artística en la escena. La estrella pop intenta hacerse una digna pareja de Phoenix, pero eso es casi imposible. No es su culpa: el arco narrativo de Harley fue creado de modo más esquemático, aunque con ella se relaciona el único (no demasiado inesperado) twist del asesino. Es evidente que encarna en esta historia el segundo violín. Literalmente todos, los psicólogos, los juristas, los periodistas, los antiguos colegas, los nuevos fanáticos, intentan entender quién es Arthur y si acaso Joker es su esencia original o su alterego demente, creado por el medio social. Y la génesis de Harley no le interesa a casi nadie, incluyendo a ella misma. Por eso el film se atasca en el mismo lugar donde se detuvo Joker, entre una sala enfermiza y el banquillo de los acusados. Y todo el peso de la tarea cae de nuevo sobre los anchos hombros de Phoenix. 

Los nuevos personajes y actores (Brendan Gleeson en el papel de estólido guardián, Catherine Keener, entre otros) no agregan nada en principio a la estructura del film. Los admiradores de Joker, que armaron un culto alrededor de él, casi no aparecen. Joker: Folie à Deux es un film de posibilidades no utilizadas, donde la locura falta por sobre todo. Como si no solo el pobre Arthur hubiera estado dos años con píldoras que aplastan la voluntad y los impulsos creativos, sino también todo el equipo de filmación. 

Es verdad que hay unos cinco minutos geniales. Más exactamente, una secuencia de animación que destaca significativamente al protagonista y su destino. Está filmado con el espíritu de los viejos dibujos animados de la Warner Brothers y con una admirable autenticidad, mezclando el humor sangriento con el estilo caricaturesco lúdico animado. Pero ese prólogo no lo hizo Todd Phillips, sino el genio francés Sylvain Chomet, responsable de Las trillizas de Belleville

(Estados Unidos, 2024)

Dirección: Todd Phillips. Guion: Scott Silver, Todd Phillips. Elenco: Joaquin Phoenix, Lady Gaga, Catherine Keener, Brendan Gleeson, Steve Coogan. Producción: Joseph Garner, Todd Phillips, Emma Tillinger Koskoff. Duración: 138 minutos.

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