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DOSSIER

Medianeras Vs El Estudiante: Diferencias y Similitudes de las Mejores Películas Argentinas del 2011

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Paradojas del destino. Durante la última edición del BAFICI, me fue imposible ver El Estudiante, acaso una de las películas nacionales que más me interesaban. La razón principal: se agotaron muy rápido las entradas, se me superponían funciones sorpresas, la vida citadina de por medio… Todos mis amigos la vieron, menos yo. Aclaro, sentía mucha curiosidad por saber que es lo que Mitre podía hacer en solitario, ya que los guiones de Leonera y Carancho me habían gustado, y aunque no pienso lo mismo de El Amor. Primera Parte, hay que aclarar que se trató de un film colectivo. Más allá de eso, la idea de mostrar como funcionan los partidos políticos dentro de las universidades me parecía un tema oportuno, caliente, que necesitaba alguna vez exhibirse cinematográficamente.

Sin embargo, la suerte me fue esquiva y no pude ver El Estudiante hasta este último fin de semana que se proyecta en la Lugones. Sitio ideal para ver una obra de estas características, un cine que ha superado el paso del tiempo, en el corazón del centro porteño, por donde pasa gran parte de la acción del film.  No pude verla en funciones de prensa privadas, en el momento del estreno, en fin…

Pero todo tiene una justificación. Este fin de semana, la ópera prima de Mitre, que no es ningún debutante en la industria en sí, tenía que competir con otro estreno nacional de un veterano cortometrajista y director de publicidades que estrenaba su postergada primera obra: Gustavo Taretto y Medianeras.

Siguen las paradojas. Taretto mostró solamente una vez, Medianeras en el BAFICI de este año, una función especial a la que sí pude asistir, cuando nadie hablaba de la película, a pesar de las buenas repercusiones que había tenido por el Festival de Berlín. Que conste, que no fui a verla desprevenido. La primera vez que se exhibió el corto precursor del 2004/05 en el Festival de Mar del Plata, en una función especial también, previamente a El Nuevo Mundo de Terrence Malick (que tiene película en cartel ahora mismo) quedé maravillado por la cantidad de ideas que aparecían en apenas media hora. Antes de la exhibición, el entonces meramente espectador, el señor director y mentor de Taretto, José Martinez Suárez (ahora presidente del Festival), sentado delante de mí, se enojó terriblemente cuando vio que la película la estaban mostrando desordenada y se subió al escenario, revoleó su saco y paró la proyección. Un momento inolvidable. Recibió una merecida ovación.

Pero volvamos a lo que de verdad representan El Estudiante y Medianeras para el cine nacional actual.

A primera vista, son visiones de hacer cine completamente opuestas: El Estudiante es un drama político al mejor estilo Alan J. Pakula, Tony Gilroy o Sidney Lumet. Medianeras, una comedia romántica a lo Woody Allen, Nora Ephron o Rob Reiner. Todos en sus mejores momentos. En ese sentido, el cine estadounidense se convierte  en un referente fundamental tanto de Mitre como de Taretto respectivamente. Mientras que en la primera se quiere mostrar un perfil marginal, una estética “sucia” (pero muy cuidada en lo que respecta a planos secuencia, cambio de focos, primeros planos), la segunda es híper elegante, fina, burguesa. Abundan los planos cortos, fijos, chicos, descriptivos. La primera está hecha para la discusión, la segunda para el placer absoluto. Los realizadores de El Estudiante tuvieron que filmarla cuando podían con lo que tenían a mano, mientras que Medianeras contó con el apoyo del INCAA y de Rizoma, que dentro del cine independiente nacional viene ascendiendo a pasos agigantados.

Sin embargo, con todos estos contrastes bastantes superficiales, hay que fijarse en lo que ambas tienen en común, y aunque no se crea, es cierta rebeldía, una narración progresiva, clásica pero efectiva, y una pasión ineludible por parte de los directores de hacer la película que realmente querían a cualquier precio y salirse con la suya en la forma de distribuirla.

Ambas películas son obras de antihéroes. Roque (de El Estudiante) es un tipo sociable, pero solitario al mismo tiempo, el canchero que hace de la suyas sin depender de los demás, un observador inteligente de la realidad que usa al contexto para progresar en la vida y al mismo tiempo, luchar ideológicamente. Aún, con sus fobias, Martín de Medianeras, también es un quijote. En realidad, su ideal es enamorarse, pero la lucha desde una posición completamente independiente también. Cada uno va rebotando de mujer en mujer hasta llegar a la ideal. De esta forma, Paula y Mariana son también antiheroínas independientes, determinante, que no se quieren sumar a la subordinación machista, pero también conservan cierta sensibilidad femenina, que las hacen frágiles y atractivas. Un dato de color es que Romina Paula que representa al interés romántico de Roque en la obra de Mitre, interpreta a  la ex novia de Martín en la de Taretto.

Las dos se nutren del montaje como herramienta narrativa adicional al guión, que confirma aquella famosa frase de Orson Welles, en la que dice que el guión se construye, mitad en la pre y después en la post. El proceso es fundamental para confirmar capacidades de narradores y ambos lo tienen. El montaje de El Estudiante despabila y atrapa constantemente. Delfina Castagnino, a quien, casi he insultado como artista, por su intrascendente y monótona ópera prima, Lo que Más Quiero, acá logra un triunfo histórico para aportar el ritmo e intensidad adecuado sobre la obra en sí en poco tiempo.

En ambas, la observación del contexto social es fundamental para entender la evolución de los protagonistas. Si bien, en El Estudiante es más sutil, porque lo que termina por construir la escena no está en lo que los personajes dicen, sino donde los personajes se mueven, Mitre decide priorizar el cuerpo del actor antes que el fondo, cuando Taretto está más interesado en los objetos que decoran un espacio, que el personaje que se para frente a cámara. Sin embargo, ambos usan la ciudad como protagonista y los escenarios son personajes más. La casa de Martín y Mariana en Medianeras, los edificios, las ventanas. La arquitectura en sí, es la gran protagonista del film. Y en El Estudiante las Universidades, los bares, la calle, e incluso las oficinas burocráticas viven, respiran y transmiten aromas.

La voz en off, es otra de las paradojas de ambos films. En Medianeras, hay más voz en off que diálogos. De hecho si la película se hacía únicamente con voces en off, no hacía falta más. Hay una cuestión estética en la elección de este recurso narrativo, así como Mariano Llinás lo usa en un 90% de sus Historias Extraordinarias justificadamente. Y en ambos casos, nunca resulta redundante la información que aplica la voz omnisciente del film. Aporta reflexiones de un autor, un ser poderoso, que va más allá de los personajes.

Ahora bien, El Estudiante tiene el aporte de El Pampero, la productora de Mariano Llinás que supo revelarse contra el sistema institucional de cine argentino y a fuerza de ideas y talento, termina fomentándose como una de las mejores productoras independientes nacionales. Como Rizoma, pero sin el apoyo incaico. Llinás impone su estilo narrador (influenciado por  su tutor y maestro, Rafael Filipelli) en cada obra que produce con mejores o peores resultados. Para mi gusto, está completamente justificado el uso de la voz en off descriptiva en películas como HistoriasBalnearios (ambas de su dirección), Castro de Alejo Moguillansky y en menor medida, Todos Mienten de Matías Piñeiro. En El Estudiante, Llinás figura como co autor de la historia, y se nota que cada vez que aparece el relato en off, Llinás tomó parte de la decisión. Puedo equivocarme y seguramente algún colaborador de Mitre me va a decir que estoy errado, pero las inclusiones de la voz en off de El Estudiante son innecesarias en lo que a mí respecta (y otro colega del sitio ya me lo había dicho: “lo único que no se entiende es porque usaron voz en off, ya que lo que dice no aporta nada al film”). O sea, no necesitamos saber el pasado, presente y futuro de los personajes. Quizás sea demasiado clasista a veces, pero una voz en off empobrece la narración. Y menos si tiene tan poco participación. Es forzado, innecesario.

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Irónicamente, en Medianeras son los diálogos los que molestan. No hacía falta que los personajes hablaran, si escuchamos sus voces constantemente en off. Y a pesar de todo, el exceso de explicaciones y miradas redundantes con los planos ayudan a darle otro tono, menos real, más artístico al film.

Por otro lado, son obras arriesgadas en lo que respecta a elección de actores. Tanto Mitre como Taretto no decidieron confiar en nombres sino en promesas. En intérpretes que son los personajes. Mitre eligió un grupo de actores, que muchos de ellos ya participaron en roles secundarios de obras de Llinás, pero todos, a pesar de algunos desniveles se muestran cómodos y van mejorando a medida que avanza la acción. Taretto, en cambio decidió dejar al protagonista de su corto, Javier Drolas (que empieza a hacerse ver en varios lados pero confío que Medianeras va a ser su catapulta definitiva) y en Pilar López de Ayala, una actriz española (que casualmente esta semana también puede ser vista en la portuguesa El Extraño Caso de Angélica de Manoel de Oliveira). Para un elenco secundario que incluye a figuras de la televisión y el cine de mayor renombre como Carla Peterson, Inés Efrón (irreconocible), Rafael Ferro o Adrián Navarro; Drolas y López de Ayala representan esa esperanza de creer en la intuición de un director frente a la movida comercial. Y que si una película tiene que llevar gente es porque la historia entusiasma, y va creciendo por lo que la película en sí vende, no por los actores que la venden. ¿Se entiende la diferencia?

Mitre podría haber hecho lo mismo. Conseguir actores más conocidos, especialmente para los personajes más veteranos, pero confió en Esteban Lamothe y Ricardo Felix. Ambos crecen y crecen. La tensión va in crescendo y realmente terminan por destacarse en lo que interpretan.

En las dos películas, las escenas de sexo son bastante creíbles en sí. Ambos directores tienen la idea de provocar creatividad con pocos elementos, pero generando empatía, y para eso las escenas se deben ver verosímiles. Otra apreciación sobre el cine de los directores.

Y ahora me voy a detener en el aspecto que más coinciden, y con el cuál más me identifico de ambas películas: la mirada sobre Buenos Aires y los porteños.

No voy a disimularlo, soy un porteño de cuerpo y alma. A veces pertenezco al círculo de estudiantes que rodean a Roque, pero otras veces soy un fóbico como Martín. En cualquiera de ambos casos, me conozco la ciudad, y especialmente las zonas por donde se mueven los personajes de ambas historias de memoria. Soy un caminante del centro, me muevo constantemente en colectivos y subtes, mientras me pregunto cuando el cine nacional le va a prestar verdadera atención a lo que pasa en un colectivo, a lo que pasa en un vagón, y no una mirada burguesa, pretenciosa y especulativa sobre lo que creen que vivimos los porteños que día tras día sufrimos los medios de transportes públicos.

Sin hacer una película de eso, los protagonistas de ambas obras usan solamente medios de locomoción citadinos. Y no toman taxis. La cámara de Taretto y Mitre los siguen por Buenos Aires, así como Woody Allen lleva a sus personajes por lo barrios más burgueses de New York, o Scorsese por los barrios más marginales. Pero a comparación de la ciudad que nunca duerme, las cuadras por donde se guían/manipulan a los personajes, tienen solamente dos cuadras de diferencia. Buenos Aires en una ciudad europea, pero con costumbres tercermundistas. De ahí que siempre nos dividimos tanto ideológica y políticamente hablando. Acá las calles toman otro color, y conocer cada una de ellas, cada negocio, cada bar o restaurante no hacen más que confirmar el estudio e intención observadora que los directores tienen de la ciudad.

Medianeras nos muestra la Buenos Aires que parece París. El Estudiante es lo que nos da una identidad latinoamericana. Y aunque esto ayuda a elegir el público al que van dirigidos, es cierto que tampoco esto se puede definir, porque no son películas que toman una posición a favor o en contra de tal o cual medio social. Son solamente un contexto. El espectador sacará en conclusión si hubo intenciones de crítica social en el punto de vista de los personajes. Pero en ambas la política no tiene etiquetas. La sociedad tampoco. Todos vivimos en el mismo embudo. Y las películas son básicamente, hombres y mujeres deambulando por la ciudad con preocupaciones comunes: salir adelante en sus relaciones profesionales y afectivas. Suena banal, pero es así. Todos son solitarios, pero les encanta salir adelante estando acompañados, teniendo apoyo.

Repito, son modelos de cine clásico. Personajes con meta, motivación y oposición interna a simple vista. Pero en lo que los rodea está la verdadera construcción cinematográfica y estética. Dicha construcción se basa en el estudio, la visión de películas, la investigación y haber caminado, recorriendo todas las locaciones, acumulando datos y datos.

Los finales son tan solo comienzos de nuevas aventuras que desearíamos seguir viendo. Cuidadas en cada aspecto, meticulosas, pensadas. Así queremos que sea nuestro cine argentino. Tenemos imperfecciones y podemos seguir puliendo.

No importa que película va para el Oscar. Es todo lo mismo en ese sentido. Son opiniones en función de tendencias. Se festeja igual que una obra como El Estudiante haya tenido la segunda cantidad de votos. Y el boca en boca la ayudó. Esperemos que lo mismo le pase a Medianeras.

Me gustaría saber lo que el director de cada una, pensó o pensaron de la otra. Si ven coincidencias en la mirada, en el ojo observador, en las metas. Repito, más allá de los géneros.

El 2011 tuvo obras nacionales importantes y destacables como Un Cuento Chino, Aballay, Cerro Bayo o Mi Primera Boda, es cierto. Pero son Medianeras o El Estudiante las que hacen la diferencia, por inteligencia, cuidado, intuición acertada. Lo mejor del año, ambas, en materia nacional.

¿Y saben por que? Porque ambas se animaron a romper las reglas a su manera.

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