SANGRE FRÍA
Esta producción de Sony ya tenía muy cantado el espacio que ocuparía para quienes siguen acérrimamente los relatos interconectados de Marvel. Nadie apostaba nada, pero algunos se toman la labor de acercarse a la sala más cercana y comprobar si es el desastre que se pronosticaba.
Morbius está muy lejos de ser una buena película y las causas de esto no son las que se esperarían específicamente. Desde que ganó un Oscar, para muchos usuarios de redes sociales Jared Leto se convirtió en una de las tantas estrellas que reciben repudio por cualquier proyecto masivo en el que comulguen. No importa cómo, ni dónde, si aparece, ya es motivo de queja.
Leto no es el menor de los males que aporta este estreno, de hecho, aplica muy bien para el rol del doctor Michael Morbius. Aun en el caso contrario, las empresas que producen estas películas saben cómo esquivar los cambios de casting cuando se lo proponen, siempre que encuentren que una buena parte de sus públicos esté conforme con los resultados. Tomemos como ejemplo al Peter Parker de Andrew Garfield: en su primera encarnación como el alter ego del arácnido, las burlas estaban al orden del día, con la salvedad de sus defensores; para su secuela, los dardos apuntaron a los aspectos argumentales y narrativos, pero nadie discutía que a Garfield se lo notaba más cómodo en su papel sin máscara; asimismo, fue casi unánime que lo más aplaudido de Spider-Man: Sin camino a casa estaba más vinculado a las acciones de este actor, que a las de sus otros dos colegas.
Nadie del elenco está descolocado en su función y el que más tiene para lucirse es Matt Smith. Sin embargo, ahí sí tenemos uno de los pilares flojos de Morbius, porque sus personajes son, en principio y en su finalidad, funcionales. Es decir, cuando hay escenas con experimentos científicos –esas que mueven al dispositivo clave del relato, que es la sangre artificial diseñada por Morbius para aplacar la condición que lo vuelve minusválido a él y a su mejor amigo- están bien contadas, con buena puesta de cámaras, con buena edición, pero con diálogos que aceleran el conflicto para sacarse esos momentos de encima. Este tipo de escenas tiene que convivir con peleas computarizadas, no solo de presupuesto bajo, sino también carentes de diseños que se destaquen por encima todos los relatos de vampirismo conocidos desde principios del siglo XX hasta la actualidad, y en consecuencia todo es pura transición con nula solución de continuidad.
En una obra cinematográfica -cara para su época, pero noble en su puesta en escena- como El Protegido, nos queda claro hasta el nombre de la enfermedad padecida por Elijah Price (Samuel L. Jackson) y el peso del contraste entre él y su rival, David Dunn (Bruce Willis), es más que legítimo en el tan citado punto de giro del desenlace. Hay quienes discuten que eso sucede solo porque es una película “lenta” y, en cambio, otra, como Morbius, es fugaz en ritmo para ir descartando conflictos. Por el contrario, el conflicto de la segunda es uno solo y no está mal que así lo sea, por lo general ese nivel de contención favorece a la totalidad narrativa y poética.
El problema está en sus ritmos, más que en la carencia de escenas –mal llamadas- lentas o de efectos prácticos, como el hecho de que no haya una sola máscara prostética y todo se solucione digitalmente. El problema también está en sus diálogos, no en la ejecución de quienes actúan. Las frases están para la función y, como se está señalando en casi todas las reseñas virtuales de todo el mundo, el elenco hace lo que puede para darle vida a sus escenas. A veces se logra, aunque son logros aplastados por una continuidad sin filtros. Se entiende que el protagonista tiene una necesidad de urgencia con el consumo de la sangre a bajas temperaturas y fabricada por él mismo. Los altibajos de cómo progresa su dominio en esa condición resalta por la disparidad narrativa. Algo que, si somos francos, también ocurre un poco con el Bruce Banner de Mark Ruffalo en la primera Avengers, un obstáculo que en el de Edward Norton se lo había tratado un poco más de persistencia. Y nunca falta la palmada por el empleo de referencias del género tan citadas y puestas en práctica por y en el medio: “Estoy hambriento y no soy yo cuando tengo hambre”, en alusión a Hulk; o que en la escena que Leto es rodeado por murciélagos cual Bale en Batman inicia se oigan unas primeras notas musicales similares a las de Hans Zimmer y James Newton Howard. Citas simpáticas, pero que caen en saco vacío.
Quien haya ido a los cines locales en las últimas semanas ya ha visto varios tráilers de Morbius. Pocas personas no saben qué personaje de otra película del palo tiene presencia en esta. No faltará quien diga que este estreno “por lo menos tiene eso”, en otras palabras, otro atisbo para llevar a la pantalla grande una adaptación de Los Seis Siniestros, que tanto se viene anticipando desde 2014. Con esto, el Marvel de Sony encuentra la posibilidad de que el vampirismo de Jared Leto termine de enamorar a la mayor porción del público a futuro y la oportunidad más reciente ha sido desperdiciada en un film que, lejos de ser sufrible, solo se vale de un manotazo de ahogado que le hace la vista gorda a las normas planteadas en la última Spider-Man (que a la vez son un tanto lábiles), como también de un compendio de talentos delante y detrás de cámaras que (desgraciadamente coincidimos con el supuesto consenso) hace lo que puede.
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(Estados Unidos, 2022)
Dirección: Daniel Espinosa. Guion: Matt Sazama, Burk Sharpless. Elenco: Jared Leto, Matt Smith, Adria Arjona, Tyrese Gibson. Producción: Avi Arad, Matt Tolmach, Lucas Foster. Duración: 104 minutos.