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Much Ado About Nothing

Much Ado About Nothing

Much Ado About Nothing, de Joss Whedon

Filmada en secreto en durante doce días en la casa del
mismo Joss Whedon -mientras se tomaba una pausa de Los VengadoresMuch
Ado About Nothing
es algo realmente especial. Principalmente, por los
contrastes que sugieren estas dos películas, de características tan opuestas
entre si: una, enorme, costosa, esperada; la otra, íntima, diminuta,
misteriosa. Sin embargo, ambos films coinciden en un punto, centrado en la
alegría de estar pasándola realmente bien. Los resultados económicos de una no
se pueden comparar con la otra, por supuesto, pero sí el júbilo en hacer un
cine que tiene como principal motor la amistad. En tiempos tan crispados, Much
Ado About Nothing
es ese pequeño bálsamo que nos hace bien, esa pequeña
fiesta de sábado que tiene todo el poder del universo para mejorar toda una
semana.

En un momento de esta adaptación de la obra de
Shakespeare, un personaje enciende un iPod y baila con otros dos de forma
bastante patética. Desde el primer minuto -a partir de los parlamentos y el
espacio y tiempo en el que se desarrolla el film- sabemos que este es un film
moderno pero que contiene como principal fuerza los parlamentos del dramaturgo
inglés. Sin embargo, la inclusión del iPod -un elemento que puede representar
la modernidad en su estado más pleno y una de las revoluciones tecnológicas más
importantes de la última década- sorprende porque por un momento nos habíamos
olvidado que esta película estaba anclada en nuestros tiempos. Los parlamentos
de Much Ado About Nothing son poderosos y arrastran al espectador a
otras épocas (que en lo que respectan a las relaciones humanas, se parece
demasiado a la actualidad).

El otro detalle hermoso de esta película (que será el
último, ya que a esta fiesta hay que vivirla antes que analizarla) se centra en
una falla. Pero no en el film, sino en la casa del mismo Whedon. ¿Cómo es eso?
Bueno, en un momento, un personaje está escondido en la cocina escuchando a dos
personas hablando del hombre que -secretamente- le atrae. La cámara se
encuentra casi a la altura del suelo, dejando entrever el pequeño defecto: un
agujero hecho en el parquet. No soy detallista (al menos en el mal sentido), ni
señalo con el dedo que la casa de Whedon no es perfecta (por cierto, lo es).
Por el contrario, no debe serlo porque, en el contexto de la preparación de
esta película, ese detalle está más que bienvenido.

Ese parquet averiado parece representar la libertad y
el descaro de este film. Lejos queda la superproducción y la injerencia de
codiciosos productores, que eliminarían la escena sin dudarlo. Lo único que se
mantiene en pantalla son los actores (todos amigos de Whedon) divirtiéndose en
blanco y negro, ajenos a los Tesseract y las explosiones de Los Vengadores.


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