Cine en espera.
Hace unos años, cuando vi Música en Espera, ópera prima de Hernán Goldfrid, quedé gratamente sorprendido. Lo que, a primera vista, parecía una comedia romántica, terminaba siendo una comedia en clave de thriller. Había un misterio que develar que llevaba a sus protagonistas a meterse en una serie de enredos casi hitchcoianos (el Hitchcock más romántico y divertido, el de Para Atrapar un Ladrón o Tuyo es mi Corazón), planteados con escenas que le debían mucho a la estética de Brian DePalma (la secuencia inicial es un homenaje a El Sonido de la Muerte) y una historia de amor que eludía lo convencional. La inteligencia de las situaciones, los diálogos ingeniosos y la maravillosa química entre Peretti y Oreiro (a partir de esta película empecé a notar el talento cómico de la actriz uruguaya) generaban en mí altas expectativas por ver el siguiente trabajo de la asociación Goldfrid/Vega en calidad de realizador/guionista respectivamente.
Que en el medio Vega guionara la subvalorada comedia Mi Primera Boda hacía crecer dichas expectativas. Por lo tanto, un policial noir con el agregado de tener a Darín como protagonista vislumbraba un cambio positivo en el cine comercial de género. Nada más alejado de la realidad. Tesis sobre un Homicidio no solamente es una decepción, sino que además es una película fallida sin importar los nombres rutilantes que se encuentran detrás de cámaras. La adaptación de la novela de Diego Paszkowski no logra enganchar, ya que su premisa se agota en los primeros minutos.
Bermudez (Darín), un abogado retirado de la profesión, obsesionado con los homicidios en serie, dicta un seminario para estudiantes de leyes, al que asiste un joven bastante creído, hijo de una amiga de Bermudez. Cuando una joven es asesinada frente a la Facultad de Derecho, el protagonista enseguida sospecha de su alumno. La tensión entre ambos –supuestamente– se incrementa cuando los dos desean a la misma mujer, la hermana de la víctima.
Planteada como un thriller psicológico, la película empieza bien, pero va decayendo cuando pierde el hilo policial y empieza a volverse previsible. Lo que podría haber sido un “whodoneit” clásico se convierte en una trama llena de lugares comunes y clisés. Sin embargo, este no es el principal problema del film. Más allá de falencias narrativas, la película es monótona, se va repitiendo y cae en un pozo denso de diálogos monocordes y sin ninguna progresión dramática, a lo que se le suman actuaciones al borde del grotesco (Alberto Ammann es el más convincente del elenco). Recién en los tramos finales aparece un poco de ingenio cinematográfico en una secuencia que recuerda mucho al final de La Conversación de Coppola.
Nuevamente se nota la influencia de DePalma en el cine de Goldfrid, pero esta vez no está bien usada. La ausencia de humor y mayor suspenso o misterio, sumado a la nombrada previsibilidad, provocan que, más allá de algunos momentos bien fotografiados y una banda sonora que aporta tensión, la película no esté a la altura de las expectativas. Posiblemente muchos puedan comparar el trabajo de Darin con su personaje de El Aura; mientras que en la película de Bielinsky el meticuloso trabajo de puesta en escena, sumado al clima y la ambigüedad, ayudaban a que el film se destacara por encima de cualquier obra de suspenso nacional –o internacional, incluso– vista en mucho tiempo, acá la sobrecarga de explicaciones y la forzada incorporación de obvias referencias cinematográficas –Vértigo, Vestida para Matar, Doble de Cuerpo, Psicosis– terminan perjudicando el resultado final. Quedamos a la espera, por lo tanto, de que el próximo trabajo de la sociedad Goldfrid/Vega logre cumplir al menos las expectativas de este crítico que ha disfrutado mucho su primer trabajo.
Por Rodolfo Weisskirch