Mundo Fabril
Dirección: Román Podolsky. Dramaturgia: Marta Avellaneda, Valeria Borges, Juan Borraspardo, Ramiro Echevarria, Hernán Herrera, Max Mirelmann, rodolfo perez, Román Podolsky, Diego Rinaldi, Leticia Torres, Magdalena Usandivaras, Lorena Viterbo, Claudia Zima. Elenco: Patrizia Alonso, Valeria Borges, Ramiro Echevarria, Hernán Herrera, Max Mirelmann, Rodolfo Perez, Mariana Plenazio, Diego Rinaldi, Magdalena Usandivaras, Lorena Viterbo, Claudia Zima. Colaboración creativa y coreografía: Mayra Bonard, Juan Borraspardo. Escenografía: Alejandra Polito. Vestuario: Alejandra Polito. Música: Federico Marrale. Prensa: Walter Duche, Alejandro Zarate
“Los deseos sin manufactura, son los sueños muertos de cada empresa humana. La imposibilidad de comunicación, un mensaje que no llega, es una máquina rota en un mundo fabril.”
Las obras de Roman Podolsky, se caracterizan por tres particularidades que son sellos personales. Estas son la meticulosidad y profundidad del trabajo en los elementos más centrales de los que se compone una obra de teatro: el texto, la puesta en escena y las actuaciones. En general las actuaciones son excelentes; el texto pese a provenir de la denominada dramaturgia del actor, es posteriormente trabajado con gran precisión (lo que no suele ser habitual en este tipo de forma de trabajo). Y una de las cosas que es en mi opinión elogiosa y muy suya es la capacidad de dejarle al espectador un mensaje; algo importante que pensar; un sobresalto que llama la atención; una descripción que conmueve y nos mueve, o una denuncia que cala hondo. Por último las puestas suelen ser también trabajadas con meticulosidad, con una profundidad analítica que se trasluce visualmente, pese a no necesitar el director, demasiada escenografía o producción. Por el contrario, en una concepción estética del minimalismo, por completo elegida y en donde no “falta” trabajo escenográfico (fondos de colores muy determinados o paneles, no se queda en el facilismo del espacio vacío), las elecciones espaciales y las imágenes que se generan, tienen que ver con una consistencia hacia la trasmisión del mensaje, bien sostenida en cada palabra, cada silencio y cada movimiento. De modo de encontrarse todos los elementos aglutinados siempre en una red cuyas cuerdas del entramado no se pelean entre sí.
Para hacer esta crítica conté con la suerte de haber realizado mi tesis de licenciatura en teatro, hablando de las “Maquinas teatrales de Pompeyo Audivert”. Esperando que una investigación tan ardua juegue a favor y no en contra para trasmitir con claridad, quiero expresar que fue un verdadero placer hacer en particular el análisis de esta obra.
En Mundo Fabril, Podolsky pone en evidencia el desgarrador mundo en el que viven los empleados industriales, pero en donde hay algo que va más allá de la situación laboral. No se describe ese mundo de un modo realista y retratado, sino simbólico y más amplio. (En el nivel de las acciones ninguno de los empleados realiza un trabajo concreto de la tarea asignada.) Se habla aquí del funcionamiento maquinal de muchas cosas: del sistema, de nosotros como individuos, de nuestras elecciones, de la comunicación o de nuestras relaciones. A modo descriptivo la obra relata la vida dentro de las paredes de las fábricas, una forma de vida de acciones repetitivas, de razonamientos industriales, en masa, cuya característica siempre es el impedimento de una individualización del ser humano y su identidad. Sin embargo, en Mundo Fabril, la identidad de cada uno de los personajes se encuentra particularmente definida. Es este contraste el marcapasos de la obra. El aplastamiento de identidad que logra ejercer en cualquier tipo de individualidad, una vida compuesta por movimientos iguales, consecutivos e idénticos; a la vez la pone más en evidencia. Y por otro lado, la identidad de cada ser, pone en evidencia a ese mundo gris y opaco del que se distancian y al que a su vez pertenecen. Parafraseando a Deleuze, son engranajes de la máquina, pero que la máquina no logra alienar del todo, si bien ellos no pueden contra la máquina. No se da el rizoma que permite la apertura a muchas posibilidades diferentes, no hay posibilidades de avance.
En los empleados de una fábrica no se requiere mucho pensamiento ni evaluación a la hora de tomar una decisión, básicamente porque no suele haber para ellos muchas decisiones que tomar. ¿Y qué hace un ser humano sin poder utilizar lo que lo diferencia del animal, que es la inteligencia, la llamada capacidad de resolver problemas? Hay tres opciones: o se pierde en un existencialismo estéril que solo le proporcionará infelicidad, o le da profunda importancia a las nimiedades de cada día, tratando de inventar un mundo en el que él es importante, o se deja alienar por la máquina, y se desaliena en “breaks” o descansos, para poder tomar aire y volver más renovado a rendir mejor a la máquina.
Si bien de modo muy artístico, la obra tiene algo de denuncia, ¿pero una denuncia de qué? Podolsky describe las injusticias laborales dolorosamente conocidas, desde los accidentes de trabajo y las enfermedades relacionadas a la manipulación de elementos tóxicos, hasta la figura del delegado que no resuelve nada. Eso está y es una vieja denuncia, sin dudas. Pero lo que más profundamente lleva el conflicto y de lo que se trata esa denuncia está en estas palabras del autor “…Como para pensar cuánto hay de producto, de mercancía o de máquina en nosotros”. A pesar de que el mundo fabril no lo requiera, en todos los personajes que lo componen hay un pensamiento evaluativo correspondiente a la idiosincrasia humana, relacionado con cómo lograr hacer de sus vidas algo mejor: que no es otra cosa que abandonar ese mundo, conseguir otro trabajo. Pero a pesar de su conciencia, estos personajes no accionan con ese objetivo, si no que se quedan anclados, encallados como con cadenas de hierro industrial, operando únicamente en la mejoría de sus condiciones laborales dentro de la fábrica, lo cual además tampoco consiguen. Porque hay una falla grave en un sistema que es alienante, pero también la hay en el que se deja alienar. Y en el que los personajes posean plena conciencia de ello, hay una dura densidad dramática, que el director tratará de hacer más digerible con un poco de humor ácido, con el que son retratados los personajes.
El personaje que abre la obra -una especie de pequeña jefa a cargo del personal- se presenta a público explicando que ella está trabajando en un emprendimiento propio, orgullosa, con miras a cambiar su vida, dejar la fábrica y crecer como persona. Pero no se expresa molesta (y eso será obviamente una falta de motor para el cambio), sino que contenta se va por las ramas hablando de su familia peronista. El personaje que le sigue es de nivel sociocultural menor y habla comiéndose las “s”, explicando que no había necesidad de reemplazar a una máquina que se había roto ya que solo hay que saber tratarlas, y esto incluye hablarles. Su opuesto sería la que vende perfumes para ganar unos pesos más, cuya viveza criolla le permite tratar de sacar partido hasta de sus colegas para sumar algún dinero, sin tener reparo en pedir la correspondiente paga si no fue hecha. Pero de algún extraño modo todos los personajes son muy queribles: la que solo sueña, el que le habla a una máquina y la que intenta hacerse la superior porque no lo es. Su inhabilidad para generar el cambio no produce bronca ni angustia, sino ternura. Por estar los personajes construidos con una gran belleza.
La importante cantidad de personajes que conforman la obra (unos 16 actores), es una acertada elección para poder describir un espacio lleno de gente aprisionada bajo el mismo techo y hecho diario, con sus individualidades tan distintas. Mediante o “entre” esas individualidades pasan cosas, sueños, sentimientos, miedos, emociones, entusiasmos etc. Pero nada de todo eso que pasa, a veces hermoso ante nuestros ojos, puede ser aprovechado. Y como dijimos tampoco el torpe intento de los empleados por cambiar algo de sus condiciones laborales en la fábrica, ya que el delegado, como guardián de la máquina, es quien vela por ella, teniendo en claro que si los engranajes o alienados en la máquina se sublevan, esta será destruida. Todo debe permanecer como está. Ni siquiera puede triunfar el amor, que se logra dar incluso como se da siempre el amor, bajo las condiciones que fueran si tiene que darse, pero que no logra proliferar en personas cuyas condiciones internas quizá se encuentran ya algo dañadas, como la máquina que hay que reemplazar, lo que también les pasará a ellos…
Las actuaciones son todas muy buenas. Sin embargo no destaco en este caso la elección del director de permitir lo que en mi opinión es que el actor intente lograr la risa fácil del público. Esta es la impresión que llega y emparentado con ello se encuentra la presentación de frente a éste, que salvando las distancias por supuesto, recuerda un poco al stand up, y con textos algo menos profundos que los que suele manejar el dramaturgo. De todas formas es un detalle menor.
La puesta en escena en cambio, como no podía ser de otra manera, es de un interesantísimo trabajo coreográfico, entre la escenografía y los personajes. Unos paneles conforman las paredes de la fábrica y los empleados siempre se ven adentro, aunque a veces estén del lado de fuera de los paneles cuando estos se abren. Los personajes arman coreografías en donde todos hacen el mismo movimiento repetitivo juntos, simbolizando el trabajo de la fábrica. Pero en el medio uno sólo se queda quieto y el resto sigue y luego ese sigue con todos y es otro el que para, para volver a seguir; esto produce la sensación del paso de los días, muy bien lograda, tan solo con lo descripto. La escenografía de esos simples paneles móviles que hacen de paredes, pintadas de un gris opaco, nos hace recordar a la magistral película de Fritz Lang, Metrópolis. Otro momento muy interesante de estas coreografías que también recuerda a otra tremenda película –en mi opinión casi un guiño- es la fila de empleados avanzando hacia adelante, como hacia la máquina de picar carne que creara Pink Floyd en The Wall.
La iluminación es de un perfecto blanquecino apagado, para dar la sensación de fábrica, y los vestuarios diferentes según la sección, también están muy bien logrados marcando también la individualidad de cada personaje.
Una obra para repensar la alienación en la que a veces nos encontramos, convertidos en parte de una máquina compleja que nos impide ser libres con nuestra individualidad, para soñar, amar y realizar lo que amamos.
Teatro: Del Abasto – Humahuaca 3549
Funciones: Viernes 21 Hs
Entradas: $40