A Sala Llena

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Para este fin de Semana: Cuando Harry conoció a Sally

Para este fin de Semana: Cuando Harry conoció a Sally

En este fin de semana, me gustaría convencerlos de que se encaminaran, nuevamente y como a mí  me gusta, hacia el lado de las comedias románticas.  Tal vez porque estamos ya disfrutando de días un poquitito más calurosos (dejando de lado los temporales recientes), o porque se acerca el fin de año y todos nos ponemos  de humor un poco más festivo, o porque en esta época somos más proclives que nunca a enamorarnos.  Lo cierto es que me entraron ganas de envalentonarlos para que se lancen a la cacería de películas amorosas.

Por supuesto, siempre es bueno acompañar este tipo de aventuras, con una fuerte cantidad de víveres: caramelos, pochoclos, chocolates, tarros de helado, confites, chupaletas, bombones de licor etc. etc. etc.  Es que, para recibir las dosis de enamoramiento fulminante y aleccionador que mana de las cintas en cuestión,  hace falta estar absolutamente atiborrado de azúcar en sangre, para resistir estoicamente los embates de éste género maravilloso. El impulso original de esta columna, tenía que ver con la elaboración de una lista de películas con las que ustedes, mis queridísimos lectores y amigos, podrían hacerse para pasar este viernes a la noche, sábado y domingo: Algo para Recordar, Loco por Mary, El Cantante de Bodas,  Annie Hall,  500 Días con Ella, Enamorándome de mi Ex, Mi novia Polly, Mujer Bonita, Alguien Tiene que Ceder, Mejor Imposible, Sintonía de Amor, Como si Fuera la Primera Vez,  Un Lugar Llamado Notting Hill, La Boda de mi Mejor Amigo, Locura de Amor en Las Vegas, Funny Girl, El Descanso y unos cuantos nombres más por el estilo, suficientes para pasarla bomba todo el weekend. Pero, mientras las enumeraba, se me ocurrió que, tal vez, sería bueno (para los que tienen vida más allá del cine y les gusta salir de picnic) sugerirles una sola y mas redondamente, para que queden entusiasmados.  Así que, me decidí por una de mis películas favoritas de toda la vida.

Dentro de la ecléctica y siempre apasionante historia del cine, no haya tal vez una historia que relate el proceso de enamoramiento entre dos seres humanos, mejor que Cuando Harry Conoció a Sally. Además de ser una de las comedias románticas emblemáticas del siglo XX, esta maravillosa historia de fines de los años ochenta, se ha convertido en un clásico atesorado en la memoria colectiva de manera tibia y profundamente tierna. Yo la vi de grande, tal vez recién a los dieciocho o veintipico años, mucho después de que se estrenara y fue una de las cintas que hizo que me apasionara el arte de guionar, mucho antes que el de dirigir. Es que, esta pieza maravillosa, tiene un guión impecablemente bien escrito y es una cátedra de escritura para cine. Por supuesto, sabiendo que es de Nora Ephron (guionista de Tienes un E mail y Sintonía de Amor) la cosa no resulta para nada sorprendente. La mina es lisa y llanamente, una de las mejores escritoras del género de todos los tiempos.

Ambientada en “La gran manzana”, la película es probablemente, junto con las de Woody Allen, uno de los exponentes más populares del llamado “Cine de New York” y, por eso mismo, retrata a la ciudad de manera maravillosa, convirtiéndola en un marco protagonista, profundamente unificador, pintoresco, bello y articulador de la historia.

Cuando Harry Conoció a Sally, del director Rob Reiner,  se estrenó en 1989. Protagonizada por Billy Crystal y Meg Ryan, la cinta trataba el vínculo entre dos amigos que iban, poco a poco, enamorándose.  Los agarraba a los dos saliendo de la universidad y los acompañaba hasta entrados los treinta, momento en que después de conocerse durante doce años, se enamoraban.

Pero la cosa no era para nada sencilla.  Les llevaba mucha agua bajo el puente identificarse mutuamente.  Para rematarla, sus dos mejores amigos  terminaban casándose entre ellos, despistándolos por completo al principio pero, a la larga, ayudándolos a encontrarse. Lo mejor de todo, era el viaje que el espectador hacía con los protagonistas. Una a una cada escena era maravillosa. Los diálogos, las improvisaciones,  los gags… La estructura dramática de cada célula de la película era sencillamente deliciosa. Carrie Fisher y Bruno Kirby, en el rol de la pareja de amigos, estaban absolutamente soberbios.  La escena de las jaulas de baseball, en las que Harry le describe a Jess (Kirby) lo maravilloso que es tener una amiga mujer como Sally y le dice que siente que está madurando,  para posteriormente pelearse con un niño de no más de siete años por el turno al bate, era de antología. Por supuesto, todo el mundo recuerda más que nada, la secuencia del restaurante en la que Sally fingía un orgasmo.  Aquel momento inolvidable de la película, se volvió un ícono de la década y fue parodiado y homenajeado un millón de veces por otros directores.   Rob Reiner comentaba con respecto del proceso de realización de esta escena, que era la que mas representaba a la película. Porque, según él y la propia Ephron, el film había sido concebido a partir de las discusiones de índole sexual y de “batalla de los sexos” que se daban acaloradamente entre ellos.  Querían que la película fuera un retrato de cómo un hombre y una mujer, van destruyendo de manera paulatina, los prejuicios, dudas y certezas, que cada uno tiene sobre su sexo opuesto. De esa manera, ambos personajes se convertían en representantes y voceros de sus respectivos géneros, de forma sumamente cómica y profundamente inteligente.  Nadie puede negar, el alto nivel de identificación que generaron en el gran público estos dos personajes inolvidables.  Sus charlas sobre la amistad, las relaciones de pareja, la forma de encarar el sexo de los hombres y las mujeres, las reflexiones sobre las maneras de sobreponerse a los fracasos afectivos y la depresión,  convertían cada centímetro de film en algo absolutamente imperdible.

Recuerdo que mi relación con la cinta se profundizó durante los primeros años en que comencé a tener mis ataques de pánico. Durante un largo período de tiempo, lo único que me ayudaba a lidiar con el “pichiruchi” era esta película.  A penas arrancaba el asunto, me sentaba frente al televisor, y me ponía a verla.   En aquella época, todavía la tenía en cinta, así que la veía en la videocasetera, agarrándola en cualquier parte y me quedaba allí, esperando que la tranquilidad me volviera al cuerpo. Mi marido la tenía siempre a mano por las dudas, como una especie de amuleto contra mis fantasmas. Una vez le referí todo el asunto a uno de mis profesores de guion. Le dije que mi pánico a morir se disipaba bastante mientras miraba la película.  El tipo me dijo que le parecía bastante lógico lo que me sucedía porque, después de todo, no había nada como el cine para frenar el tiempo, para congelarlo, para evitarlo, para engañarlo de manera astuta y esperanzada.

Hoy me siento a verla de nuevo y me quedo lela observando la moda,  los traumas, las manías, las chicanas y la gente, las formas y las ventajas de la época. Es una máquina del tiempo casi imperceptible que combina elementos etarios muy marcados y, a la vez, es completamente eterna.  No hay nada de la película que no sea absolutamente disfrutable.  No solo es brillante y profunda  también es inteligentemente alegre, real,  chiflada, neurótica  y digerible. Les aseguro amigos que no hay opción más copada para pochoclearse el fin de semana con la media naranja. La música de Mark Shaiman para la película, les proveerá de un marco de privilegio para lanzarse a “cosechar el beso que crece en la penumbra” y las postales de New York en todas las estaciones, les proporcionarán el ámbito perfecto para  reencontrarse con viejos sentimientos que despiertan el entusiasmo y renuevan el enamoramiento. No se la pierdan amigos, háganme caso y rescátenla por estos días. Me lo van a agradecer…

 

Pd: No lo tomen como una amenaza pero, vayan tomando carrera porque, la semana entrante se viene La Saga Crepúsculo – Amanecer: Primera Parte (no habrán creído que zafaban…)

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