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Paulo Pécora | El ejército de las tinieblas

Paulo Pécora | El ejército de las tinieblas

¿Cómo hago para cumplir con la gentil invitación de escribir sobre una película que considero mala pero que al mismo tiempo me gusta? Es la primera vez que lo intento y ni siquiera estoy seguro de haber visto alguna vez una película como esa. Ninguna que recuerde posee a simple vista tal cualidad paradójica: es mala pero igual me gusta o, tal vez, tiene varios defectos pero no tantos ni tan importantes para no sentirme atraído y feliz mientras la veo. 

Entre todas mis posibles víctimas elegí de manera arbitraria la primera que se me vino a la mente. Fue como tirar los dados o escoger a ciegas uno de los cuencos que esconde la respuesta a un misterio. El capricho y el azar me llevaron a recordar El ejército de las tinieblas (Army of Darkness, 1992), de Sam Raimi, la tercera entrega de la saga fantástica que el director y productor estadounidense comenzó en 1981 con Diabólico (The Evil Dead) y continuó en 1987 con Noche Alucinante (Evil Dead 2: Dead By Dawn). A partir de esos filmes iniciales, Raimi se convirtió en uno de los directores más influyentes del cine de género.

En 2013 el uruguayo Federico Álvarez dirigió una remake de The Evil Dead mucho más salvaje y sanguinaria, esta vez sin la actuación de Bruce Campbell, quien había encarnado en las tres primeras al histriónico Ash Williams, un empleado de la sección electrodomésticos de un hipermercado que debe enfrentar a las fuerzas liberadas del infierno a raíz del hallazgo fortuito del Libro maldito de los muertos, mejor conocido como Necronomicón. El más parecido a Jim Carrey de los actores estadounidenses de las últimas décadas siguió interpretando a ese simpático antihéroe en las tres temporadas de la serie Ash vs. Evil Dead, donde volvió a luchar -33 años más tarde- contra esos mismos demonios con su escopeta recortada y su famosa prótesis de motosierra.

Pero, ¿por qué considero “mala que me gusta” a esta película cuando a muchos les parece buena o sencillamente genial? Se me viene a la memoria como un destello una madrugada en un auditorio de Villa Gesell asistiendo a la Pantalla Abierta del Festival Uncipar. Las imágenes de un corto cuyo título y director no recuerdo me generaban una gigantesca contradicción. Mientras otros espectadores se mofaban a viva voz, yo observaba con asombro y me preguntaba: ¿Estoy frente a un capricho insufrible o ante una incomprensible obra maestra? Esa misma duda me acompaña ahora, mientras escribo estas líneas sobre El ejército de las tinieblas. 

En su tercer largometraje, Raimi abandona el bosque opresivo y el encierro de la pequeña cabaña donde transcurrían los horrores de sus dos primeras películas para viajar en el tiempo hasta algún lugar de Europa en la Edad Media, a donde Ash es absorbido a través de un conducto espacio-temporal abierto por la lectura incorrecta del Necronomicón. En un desierto montañoso donde cae sorpresivamente desde el cielo, como si estuviera en un capítulo de la recordada serie El túnel del tiempo o en una versión deforme de la novela “Un yanki en la corte del rey Arturo”, de Mark Twain, Ash es tomado prisionero y llevado a un castillo, para ser ejecutado. Lo arrojan a un pozo infectado de monstruos, pero sobrevive gracias a la ayuda de un alquimista que cree que él es “el elegido” que llegaría algún día a salvarlos de la fuerza maligna que los amenaza. A cambio de que los brujos del reino realicen el conjuro que le permita regresar a su propia época, Ash acepta el desafío de adentrarse en un bosque oscuro y amenazante para buscar el Libro de los Muertos que ellos necesitan. Pero olvida las palabras mágicas que deberían protegerlo, improvisa cualquier cosa y despierta así al ejército satánico que esperaba dormido debajo de la tierra. 

Raimi elige la mezcolanza como opción estilística. En su barroquismo desenfrenado, tanto narrativo como formal, toma elementos del cine de terror que había desarrollado en sus dos primeros filmes (el bosque, el Necronomicón, la posesión demoníaca), los quita de contexto y los convierte en el resorte para el humor físico, el ridículo y la comedia naif. Transforma a su protagonista en un Indiana Jones atolondrado y lo envuelve en una serie de gags desopilantes dignos de “Los tres chiflados”, “Abbott y Costello” o “Tom y Jerry” (como la pelea con los Ash liliputienses y el Ash malo que le crece en un hombro al estilo de “El hombre de dos cabezas”, o como la lucha de piquete de ojos con los esqueletos que emergen desde sus tumbas, por ejemplo). El pastiche-homenaje se nutre además con elementos del género de aventuras, las películas bélicas del medioevo, el cine de artes marciales y las técnicas de animación stop-motion popularizadas por Ray Harryhausen en Jason y los argonautas (Don Chaffey, 1963) y otras películas.          

El director vuelve a hacer gala de la admirable destreza técnica que lo destacó desde The Evil Dead, una marca autoral que se convirtió en una franquicia para numerosos cineastas que lo sucedieron. Los movimientos de cámara acelerados que emulan la subjetiva de las fuerzas del mal que persiguen a Ash (otra vez en el bosque, como en sus dos films anteriores), las grandes secuencias de montaje (como la construcción de una mano mecánica para cubrir su muñón) o las coreografías entre cámara, rostros, miradas, objetos y personajes en las luchas cuerpo a cuerpo de la batalla final, por ejemplo, son la confirmación de un cineasta talentoso que, sin embargo, se siente demasiado cómodo con la eficacia de su hallazgo y lo repite una y otra vez hasta el cansancio. A eso se suman los lugares comunes y las actuaciones mediocres de un elenco que nunca llega a la altura de la versatilidad de Campbell y, especialmente, un diseño de arte y vestuario acartonado cuyos defectos se evidencian aún más cuando Raimi apela a cromas para reemplazar algunos fondos o cuando elige usar extras de carne y hueso disfrazados de esqueletos, para que realicen ciertas acciones que la animación stop-motion no puede alcanzar.

Después del éxito de sus dos primeras películas, Raimi decide salir de la claustrofobia del bosque y la cabaña donde sus personajes eran poseídos y pasa repentinamente al cielo abierto y diáfano del desierto y la estepa medievales. Abre demasiadas puertas y ventanas demasiado pronto, pasando de golpe desde una completa oscuridad a una luz que además de iluminar, lo deslumbra. El resultado es este film-pastiche que mezcla referencias, estilos y géneros. Una película barroca que naufraga en sus excesos, pero que igualmente me gusta.

 

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

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