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CRÍTICAS - CINE

Poltergeist: Juegos Diabólicos (Poltergeist)

(Estados Unidos, 2015)

Director: Gil Kenan. Guión: David Lindsay-Abaire. Elenco: Sam Rockwell, Rosemarie DeWitt, Jared Harris, Saxon Sharbino, Kyle Catlett, Kennedi Clements, Jane Adams, Susan Heyward, Nicholas Braun. Producción: Sam Raimi, Nathan Kahane, Roy Lee y Robert G. Tapert. Distribuidora: Fox. Duración: 93 minutos.

Fantasmas en la casa.

De la mano de Sam Raimi (trilogía de El Hombre Araña y Evil Dead) en rol de productor, llega otra remake de un clásico del terror de esa década memorable que fueron los ‘80 en materia de cine fantástico. En este caso es el turno de Poltergeist, esa película de 1982 que en los papeles dirigió Tobe Hooper pero, a fines prácticos, estuvo orquestada por Steven Spielberg. Es así como en nuestro año 2015 nos llega Poltergeist: Juegos Diabólicos.

Y así como en su momento Spielberg no pudo resistirse a apuntalar la tarea de un Tobe Hooper sobrepasado por la dimensión del proyecto, tal vez Raimi podía haber hecho algo similar respecto de Gil Kenan, el hombre elegido para estar detrás de cámara a pesar de no contar con antecedentes prometedores en el género, ni con una vasta experiencia en el puesto: apenas Monster House (2006) y City of Ember (2008).

Esta remake vuelve a contar la historia de una familia que se muda a una casa en un barrio que se encuentra en pleno crecimiento, sin saber que dicha vivienda esta construida sobre un cementerio, y muchas almas errantes no reciben con felicidad a los nuevos inquilinos. La trama se tralsada la actualidad sin mayores alteraciones, más allá de ciertos detalles realmente instracendentes, como ser el estatus de desempleado del padre de la familia interpretado por el ecléctico -y últimamente un tanto desaparecido- Sam Rockwell.

Sin duda, el error más craso de la producción es haber dejado de lado aquellos aspectos fantásticos del film original, esas cosas que estaban más cerca de la fantasía que del terror propiamente dicho, pero las cuales encajaban perfectamente en el subgénero “casa con fantasmas”. En un intento de poner la producción a la misma altura de éxitos recientes como El Conjuro (2013), Actividad Paranormal (2007) o La Noche del Demonio (2011), donde el elemento fantástico cede su protagonismo ante los clichés de los sustos repentinos y las pantallas de video, Kenan prescinde de cuestiones que fueron justamente los que hicieron de la original una película que se destacaba sobre el resto. Es muy difícil evitar las comparaciones con la obra original, en especial cuando tenemos la sensación de que en esta ocasión la escencia de la historia parece haber sido borrada de un plumazo en alguna reescritura de guión. Tal vez a esto se deban los diversos cambios de fecha que fue sufriendo el estreno de la nueva versión desde principios de año.

La versión original se asentaba en la relación afectiva de una madre joven con su hija menor, la cual es abducida por los entes. Ahora la relación de peso pasa a ser la del hermano varón y su hermana menor, relación que no se desarrolla a ritmo sostenido a través del relato y por momentos queda en un segundo o tercer plano, por lo que se percibe más como una elección hecha para disimular que se está copiando con punto y coma la estructura original antes que una verdadera intención de hacer cambios siguiendo algún tipo de lógica. Por momentos parece una copia toma por toma de la obra original: escena de alucinación, escena de juguete que cobra vida, árbol tenebroso que proyecta formas raras, etc.

Otro de los personajes incluidos en la versión de Hooper que ayudaban a forjar ese aura fantástico era Tangina, la medium que venía a intentar resolver los problemas, interpretada por esa actriz tan particular que era Zelda Rubinstein. Ese rol es ahora ocupado por Carrigan Burke, un investigador paranormal en clave reality show interpretado por un siempre efectivo Jared Harris, quien vuelve a un rol similar al hecho en Silencios del Más Allá (2014).

Uno esperaría que al menos el final nos depare algo especial, pero no será este el caso. Una resolución dentro de los estándares, que jamás llega a un climax ni transmite nada con la fuerza suficiente como para sorprendernos o al menos generar algo en los espectadores, ni siquiera con la ayuda de un 3D que -por cierto- se percibe un tanto desperdiciado. La sensación final que queda es la de estar frente a una oportunidad desaprovechada en pos de actualizar para las nuevas  audiencias una historia atemporal con atractivo potencial para una audiencia masiva.

calificacion_1

Por Alejandro Turdó

 

Inanición espectral.

Esa moda de hablar mal de las remakes de horror argumentando que en Hollywood a nadie se la cae una idea, por suerte, ya fue (o al menos quedó en los círculos que menos nos importan). Ese argumento falaz que ignora la heterogeneidad de los cineastas y productores que trabajan para las majors, tomó fuerza hace unos años con la invasión de los fantasmas japoneses. Sin embargo, y aunque para muchos sea una obviedad, corresponde aclarar que las remakes nos acompañaron a través de casi toda la historia del cine (aunque en los últimos quince años hubo más que en otras épocas), y también desde siempre se realizaron buenas y profundas reinterpretaciones tanto como pésimas. En este último grupo podemos ubicar a esta película menor que llega con la venia del héroe Sam Raimi; un tipo que a priori tenía la credencial más grandota para poder impulsar una historia que mezcla, como a él le gusta, cine fantástico –un poco con esa etiqueta horrible de “para toda la familia”- con elementos de cine de horror.

Sabemos que aunque la historia original fue dirigida por Tobe Hooper, había demasiado Spielberg en el aire (o en los papeles). La Poltergeist original no es una película de horror sino cine fantástico filo-ATP con elementos del género. Tal vez sea uno de los antecedentes directos de la nueva y calamitosa ola de horror apto para todo público. Pero a diferencia de las actuales, su target estaba determinado por las obsesiones de un guionista (y director), y no solamente por la búsqueda de lo redituable. Hooper y Spielberg, además, dejaron una huella profunda en la cultura pop a través de aquella primera Poltergeist, diferencia sustancial con relación a lo banal y efímero de las contemporáneas.

Sam Raimi es otro director que se supo diferenciar de los generadores del mediocre horror ATP actual, sobre todo porque no subestima la comprensión de los púberes a los que también apuntan algunas de sus películas, y porque, como pasaba con la Poltergeist original, hay una elección desde el vamos por algo de cine de aventuras además de horror y no un recorte posterior; hay una decisión estética y no una imposición para ganar súbditos. Esto se nota en la creatividad y la puesta en escena de su última gran obra: Arrástrame al Infierno, una de las pocas buenas películas de horror ATP de los últimos años. Pero en esta nueva Poltergeist no dirige, solo produce, y se nota. El encargado es justamente alguien que se dedica a estas aventuras familiares: Gil Kenan. Y el resultado es una remake que no renueva nada salvo la tecnología de los protagonistas y de la filmación; no hay reinterpretación sino un aggiornamiento sin personalidad.

A diferencia de Posesión Infernal, la remake de Raimi de su propia obra de culto Evil Dead (en realidad dirigida por Fede Alvarez pero también, como aquí, apadrinada por él) actualizada pero a la vez deformada, explotada en sangre a ritmo demencial, esta nueva versión de Poltergeist se suma al podio de las remakes inútiles liderado por la Psicosis de Van Sant, ese calco espantoso plano por plano de la obra maestra hitchcockiana. Cuando veía esta nueva versión recordé la escena de la gloriosa Hechizo del Tiempo en la que Bill Murray trata de conquistar a MacDowell en la nieve como lo había logrado en una ocasión anterior pero acelera el proceso de su farsa sin lograr generar la química de la primera vez. Hay algo de esa aceleración patológica en esta copia sin alma que logra que el suspense se diluya y que la estética genérica (más que de género) no transmita emoción. Como si en la actuación en piloto automático de Sam Rockwell (el padre de la familia) se reflejara el espíritu de un relato que por desgracia eligió el efectismo vacío por sobre la narración. Tal vez, si la hubiera dirigido Raimi, estaríamos diciendo otra cosa.

calificacion_2

Por Ernesto Gerez

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