Post Tenebras Lux, de Carlos Reygadas
Post Tenebras Lux es extraordinaria, única, incómoda. Incómoda porque en
ningún momento Reygadas parece estar haciendo su film para el espectador. Las
respuestas, claramente, no son fáciles (la línea temporal y espacial se
encuentra alterada) pero tampoco lo es su visión con respecto a lo que sucede.
En su trabajo más personal hasta la fecha, Reygadas encuentra en su infancia y
su adolescencia la manera de plasmar el terror de una familia que vive en las
afueras de la ciudad de México.
Tanto los primeros ocho minutos como la última media
hora están recubiertos por una intensidad casi insoportable. En la primera
-magistral- secuencia, el director muestra a una niña (la propia hija de
Reygadas) caminando por un campo (cercano a la casa del realizador) alrededor
de vacas, caballos y perros. Apenas puede hablar mientras corre, juega y
observa la naturaleza -enorme, potente, amenazante-. Es inminente la tormenta,
que llega con la oscuridad, tapando por completo la insignificante figura de la
niña.
Cuando la oscuridad de hace presente -y sólo los rayos
iluminan la silueta de la niña-, se observa el el interior de una casa (más
precisamente, de la verdadera casa del cineasta). De repente, alguien abre la puerta
y entra: es el diablo, ni más ni menos, decorado con un halo de luz roja
fluorescente. Si, el diablo, quien carga una especie de caja de herramientas y
se introduce en la habitación del matrimonio protagonista. Con la llegada del
Mal, comienza el descenso a los infiernos de la familia. En especial, de Juan,
padre y esposo, quien demuestra en la siguiente escena el odio ante un perro
(el perro de Reygadas, para seguir con la identificación extrema entre film y
realizador), golpeándolo hasta la muerte.
Se mencionaba que Post Tenebras Lux es una
película incómoda. Reygadas nunca hace un film estéticamente accesible: las
secuencias en el exterior se caracterizan por sus bordes deformados, como si se
tratase de un caleidoscopio. Pero tampoco la primera escena en el campo se
conforma por un aura de preciosismo. Por el contrario, la amenazante tormenta
nos distrae del pasaje, nos intimida, nos preocupa con respecto a la figura de
la niña (tanto en la ficción como en la realidad). El director deposita sus miedos
-traidos de la infancia, de la adolescencia, de la madurez- y los refrega en la
cara del espectador.
La totalidad de la película, con su alteración
espacio-temporal, puede ser un gran sueño, o posiblemente, el repaso de una
vida a partir de la muerte. En lo personal, prefiero quedarme con la sensación
de que el realizador, observa su propia vida sin una lógica narrativa: recuerda
diálogos y hechos, secuencias del pasado y el futuro, pero también deseos y
frustraciones.
Con frecuencia se relaciona a Reygadas con Kafka, en Post
Tenebras Lux podría compararse con algunos trabajos de James Joyce. El film
se desarrolla a partir de la grandeza, la ambición, la necesidad de establecer
un lenguaje nuevo y libre -propio del Ulises– y el costado íntimo y
autobiográfico de Retrato del artista adolescente. Con respecto a las
referencias audiovisuales, se puede ver a Post Tenebras Lux como el
resultado de la combinación entre las obras de Von Trier, Malick, Buñuel,
Jodorowsky y Weerasethakul.
Sobre el final de la película, dos equipos de rugby
adolescente juegan en un campo. El mismo en donde la hija de la familia corre
al comienzo del film y en donde también se produce un hecho que no conviene
adelantar. El director, apasionado del rugby desde que era adolescente (en el
colegio Mount St Mary’s College), recuerda este deporte de la pasión, de la
fuerza, de la luz. De eso se trata el rugby: de los choques, la intensidad, la
unión. De la vida, en definitiva. En la última escena, un jugador arenga a su
equipo (“¡Hay que ganar!”) en el medio del partido. Pero, ¿se trata
únicamente de esto?, ¿de ganar un partido de rugby? Lo más probable es que se
trate de la arenga hacia una vida por delante. La misma vida que luego se verá
derrotada y sumergida en el Mal y la oscuridad.