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CRÍTICAS - CINE

Punto de Quiebre (Point Break)

(Estados Unidos/ Alemania/ China, 2015)

Dirección: Ericson Core. Guión: Kurt Wimmer. Elenco: Édgar Ramírez, Luke Bracey, Teresa Palmer, Ray Winstone, Delroy Lindo, Matías Varela, Clemens Schick, Tobias Santelmann, Max Thieriot. Producción: Broderick Johnson, Andrew A. Kosove, Chris Taylor, David Valdes, Kurt Wimmer y John Baldecchi. Distribuidora: Warner Bros. Duración: 114 minutos.

Cuando se estrenó, allá por 1991, Punto Límite se convirtió en más que una película de acción. La historia de Johnny Utah (Keanu Reeves), un agente del FBI infiltrado en una banda de surfers ladrones de bancos, liderados por el carismático Bodhi (Patrick Swayze), presentó una subcultura y -sin abandonar los tiroteos y persecuciones- profundizó en el contenido (la espiritualidad y el compañerismo frente al materialismo) y los personajes, que ya son icónicos. Por supuesto, gran parte del mérito le pertenece a la directora Kathryn Bigelow. ¿Y qué decir de una nutrida banda sonora, compuesta por abundante hard rock del bueno? Un clásico que sigue siendo redescubierto por nuevas generaciones… y que dio pie a Punto de Quiebre, la inevitable remake.

La premisa sigue siendo la misma: Utah (ahora Luke Bracey) se mezcla con el grupo de Bodhi (ahora Édgar Ramírez), y aunque estén en distintos lados de la ley, habrá una empatía, o algo así, entre ambos. Pero esta vez los criminales no son surfistas californianos que asaltan con máscaras de ex presidentes de los Estados Unidos (aunque algo de eso hay al principio), sino que todos, incluyendo a Johnny, son especialistas en deportes extremos: surf, snowboard, escaladas y demás. El detective también descubrirá pronto que Bodhi se comporta como un Robin Hood del siglo XXI en relación a ocho peligrosas pruebas que implican desafiar a la naturaleza en todos sus aspectos y parajes.

La remake toma los aspectos más superficiales de la original y le suma más acción y más lugares exóticos y riesgosos, al estilo de las aventuras de James Bond. Sin embargo, y aunque el guionista Kurt Wimmer se preocupó en agregar detalles de la historia de los protagonistas, el alma de la película del 91 se perdió en medio de las impactantes proezas físicas. Édgar Ramírez se las ingenia para quedar algo mejor parado que el resto y Luke Bracey es tan inexpresivo como Keanu, pero nunca se produce una química tan sólida como la de Swayze y Reeves en aquella oportunidad. Lo mismo se aplica a los personajes secundarios, empezando por el interés romántico de Johnny (Teresa Palmer, la Kristen Stewart australiana) y Angelo Pappas, inmortalizado por el inefable Gary Busey en el film de los 90 y hoy encarnado por un desaprovechadísimo Ray Winstone.

Una película que sí captura lo mejor de Punto Límite, al punto de ser un refrito no oficial (y más logrado), es la primera Rápido y Furioso: los lazos entre los personajes, la adrenalina, la frescura, la onda. De hecho, el director Ericson Core fue director de fotografía de Rápido y Furioso, que tuvo secuelas más en la línea de 007… Todo tiene que ver con todo.

Punto de Quiebre se destaca por la espectacularidad y por paisajes bien filmados, pero sacrifica la esencia que hizo único al film de Bigelow y termina siendo un compilado de secuencias de deportes extremos rellenados con clichés. La nueva versión de Punto Límite resultó una copia desabrida y costosa de las recientes andanzas de Toretto y su familia.

calificacion_2

Por Matías Orta

orta@asalallena.com.ar

 

Con el paso del tiempo la Point Break original se transformó en una película querida por muchos, además de una referencia ineludible de los heist films americanos, un subgénero hermoso que tiene en sus filas a la inoxidable y callejera La Fuga (The Getaway, 1972) de Sam Peckinpah. Por desgracia para todos, la Point Break de Bigelow (también directora de la menos recordada pero muy superior Near Dark) tiene muchos más adeptos que aquella exquisita fuga mugrosa guionada por Walter Hill y protagonizada por Steve McQueen. Unos años después del estreno de la Punto Límite original, Michael Mann sumó al subgénero favorito del hampa su obra maestra Fuego contra Fuego (Heat, 1995), una película que a diferencia de La Fuga ya sufría el cambio de código y época hollywoodense pero que no perdía el espíritu libre y adulto de aquella y de buena parte del Hollywood de los 70. Por el contrario, la película de Bigelow encajaba a la perfección en el cambio de paradigma estético-ideológico del poder dominante de Los Ángeles, y también sumaba una nueva puesta en escena de sus obsesiones; recordemos que ya en Blue Steel, su anterior película, la protagonista era una mujer policía, toda una declaración de (sus) principios y el comienzo de su fascinación por las fuerzas de seguridad. De todos modos, más allá de su obsesión por los defensores del statu quo, en Point Break trataba de generar algo de ambigüedad en su maniqueísmo institucional; no por nada la estrella de la película no era el madera de Keanu Reeves sino Patrick Swayze, seguramente responsable del corte de tickets en el momento de su estreno. El rubio, némesis del agente Utah (Reeves), representaba a un surfista new age que choreaba para bancar su vida de playa.

En definitiva, la vieja Point Break, más allá de su potencia narrativa, es una película menor sobrevalorada por el poder de la nostalgia; está lejísimo de grandes películas de robos como las mencionadas más arriba y más cercana a sus hijos blockbusters de la factoría Rápido y Furioso. En la remake, producto de un Hollywood que continúa involucionando década tras década, se invierten los roles y el rubio dorado ahora es el muchacho bonachón agente del FBI que tratará de atrapar a un Robin Hood adepto no sólo al surf sino a todos los deportes extremos, y que por desgracia está más cerca de un activista de Greenpeace que del ladrón de bancos de la original. Al cambio de rubio por morocho se le suma este costado humanista y ya no sólo hedonista del malvado de turno. Seguramente porque los realizadores/productores ya no querían que el bueno de la historia sintiera empatía por un chorro, por lo que le agregaron al personaje de Bodhi un costado filántropo que no hace más que sumar cursilería y banalidad a una película que ya estaba repleta de torpezas; decisión que además corrompe uno de los aciertos de Bigelow y su apuesta por una relación ambigua entre legalidad e ilegalidad. Otra virtud de la ex de Cameron era su pericia narrativa, algo totalmente destrozado en esta versión, donde no hay desarrollo de los personajes y la historia queda a merced de una sucesión de paisajes de postal demodé, con unos nabos con tatuajes feos haciéndose los cool.

calificacion_1

Por Ernesto Gerez

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