(Estados Unidos, 2015)
Dirección: David Gelb. Guión: Luke Dawson y Jeremy Slater. Elenco: Mark Duplass, Olivia Wilde, Sarah Bolger, Evan Peters, Donald Glover, Ray Wise, Scott Sheldon, Emily Kelavos. Producción: Jason Blum, Matthew Kaplan, Jimmy Miller y Cody Zwieg. Distribuidora: Alfa Films. Duración: 83 minutos.
Levántate y anda…
¡Cuántas alegrías nos han brindado en el pasado los films centrados en los viejos y queridos zombies! A pesar de lo que se ha dicho en innumerables ocasiones en lo que respecta al ascenso del subgénero desde el underground y la independencia hacia el mainstream, gracias al éxito de The Walking Dead, lo cierto es que el espectro en cuestión abarca una multiplicidad de vertientes que van más allá de la trabajada en televisión: entre otras, tenemos la mitología vudú de Victor Halperin o Wes Craven, la perspectiva política de George A. Romero, el desparpajo gore de Lucio Fulci, las ironías autorreferenciales de Dan O’Bannon, Stuart Gordon o Edgar Wright, y el ritmo frenético del inefable Danny Boyle.
Por supuesto que Resucitados (The Lazarus Effect, 2015) funciona como una suerte de rip-off de la maravillosa serie de AMC, la que a su vez se subió a la ola de exploitations que desencadenó Exterminio (28 Days Later, 2002), de cuyo lote no podemos rescatar casi nada. Tanto el título original del convite como el que le tocó en gracia en el mercado argentino, dejan en claro el tópico principal pero no así la tonalidad elegida, hoy por hoy vinculada a una combinación de metafísica, designios de ultratumba y un popurrí de citas que van desde Frankenstein (1931) y Re-Animator (1985) hastaCementerio de Animales (Pet Sematary, 1989), Línea Mortal (Flatliners, 1990) y la olvidada Event Horizon (1997).
Sinceramente el debut en el largometraje de ficción de David Gelb no puede superar la mediocridad estándar de la industria y cae con rapidez en todos los clichés de nuestros días, como por ejemplo la presencia de personajes unidimensionales, diálogos de manual y la polución narrativa del bus effect y los jump scares subsiguientes. Ahora bien, otro problema involuntario de la propuesta es que pretende pasar por “novedosa” en lo referido a la introducción de detalles relacionados con el control mental y la telequinesis, en sintonía con Carrie (1976), desconociendo que ya le ganó de mano la mucho más interesante Wyrmwood (2014), una película australiana que retoma el sadismo de la clase B de antaño.
Aquí el periplo comienza con un grupo de investigadores médicos, liderados por la pareja conformada por Frank (Mark Duplass) y Zoe (Olivia Wilde), descubriendo un suero que devuelve la vida a los difuntos. Cuando una compañía farmacéutica compra la empresa que estaba financiando la faena para hacerse con el hallazgo, el equipo decide volver al laboratorio y realizar un último experimento, lo que deriva en la muerte accidental de Zoe y su regreso -vía la solución acuosa- a expensas de su cordura. Los únicos puntos a favor de la obra se aglutinan en torno al suspenso, las buenas actuaciones del elenco y los lapsus oníricos símil Pesadilla en lo Profundo de la Noche (A Nightmare on Elm Street, 1984)…
Por Emiliano Fernández
La muerte limpia.
Ya lo decía uno de los verborrágicos personajes de ese sueño copadísimo de Wiley Wiggins en Waking Life de Linklater: tal vez al momento de morir tengamos una alucinación tan poderosa producida por los químicos que libera el cerebro en esa circunstancia que el viaje a la muerte sea nuestro último suspiro psicotrópico; una sobredosis de DMT que nos lleve al cielo o al infierno por una eternidad, aunque en realidad el viaje transcurra en un solo minuto del tiempo humano en la tierra. Esto mismo plantea Frank (Mark Duplass) en una linda escena de Resucitados en la que la vulgarización del conocimiento baja hacia nosotros por ese dulce tobogán en el que hacemos fila todos. Y tal vez en esos pequeños fragmentos de filosofía barata y vuelo metafísico de delantal, resida la parte lúdica más interesante de la película, porque todo lo demás está medio en piloto automático.
Estamos frente a una pseudoremake de Re-Animator pero sin el grotesco fabuloso, como si a esa genialidad de 1985 en lugar de Stuart Gordon la hubiera dirigido Bergoglio. Las partes más ridículas de Re-Animator son más adultas y tienen más verdad que Resucitados, donde desgraciadamente todo está filmado sin la suciedad de la muerte: laboratorio inmaculado en plano limpito; sin el caos de La Cosa, el gore de Gordon o la roña de O’Bannon, por mencionar algunos ejemplos de hermosa mugre. Los planos están en sintonía con muchas producciones actuales de horror que se preocupan más por sacarle brillo al cuadro que por su (des)composición. Y la muerte es sucia, como el buen horror. Este horror aséptico de la era digital se contradice con el espíritu del género. Hasta en Cementerio de Animales podíamos sentir el olor de la muerte obviando incluso las escenas más gore. La muerte no es prólija y el género lo sabe, una película que la tenga como tema central no puede ser tan limpita.
En Resucitados, al igual que en la industria farmacéutica y que, de nuevo, Re-Animator, todo comienza con la utilización de una mascota para luego pasar al experimento humano. Y ahí se pudre, porque ya sabemos desde que resucitan al pobre bicho que los que vuelven de la muerte no vuelven igual. La dinámica del grupo de científicos protagonista funciona, sobre todo, gracias al personaje fumón interpretado por Evan Peters, el pothead hedonista subestimado que la tiene más clara que el resto, un Salieri del fumanchero de esa obra maestra que acá se llamó La Cabaña del Terror. En el relato no hay apuro por llegar al clímax y esto le da aire a la buena construcción de la primera hora.
El problema es el afán de pastiche, el querer meter todo lo que se pueda; pasamos de Cujo a Línea Mortal, sin dejar de lado un poquito de cámara en mano y algunas de seguridad, para desembocar en el horror satánico y la telequinesis. Como si un productor se hubiese preguntado “¿qué garpa hoy?” y a los subgéneros dominantes le sumara esa estética sin vida tan de moda, además de la premisa de la película favorita de su infancia. Sin embargo, el collage final no está del todo mal; la culpa católica se transforma en pasajes oníricos infernales y el efectismo cumple su cometido sin la densidad de la repitición sin sentido. Un debut de David Gelb con poca personalidad pero que deja un halo de misterio sobre su futuro cercano, solo esperemos que en sus próximos trabajos se ensucie con algo de verdad.
Por Ernesto Gerez