Dramaturgia: Eugene Ionesco. Versión y Dirección: Emmanuel Demarcy-Mota. Traducción: Daniel Zamorano. Escenografía y diseño de luces: Yves Collet. Coproducción: Théâtre de la Ville – París, Le Grand T, scène conventionnée de Loire Atlantique, Grand Théâtre de Luxembourg. Extensión del Festival Santiago a Mil en Buenos Aires. Maquillaje: Catherine Nicolas. Vestuario: Corinne Baudelot. Diseño de sonido: Jefferson Lembeye. Actúan: Serge Maggiani, Hugues Quester, Valérie Dashwood, Philippe Demarle, Charles Roger Bour, Jauris Casanova, Sandra Faure, Gaëlle Guillou, Sarah Karbasnikoff, Stéphane Krähenbühl, Gérald Maillet, Walter N’Guyen, Pascal Vuillemot. Prensa: Complejo San Martín.
En Rinoceronte somos parte de la transformación paulatina de todos los integrantes de un pueblo en rinocerontes, menos uno. La alegoría de la obra nace de lo que Ionesco mismo experimentó en Rumania: poco a poco todos sus amigos, su entorno y hasta su propia familia fueron convirtiéndose al fascismo a partir de 1930 y la comunicación entre ellos ya no fue posible. Las referencias al fascismo, al nazismo o a los totalitarismos en general están estampadas inevitablemente en la obra pero, hoy en día, las interpretaciones se abren a nuevas lecturas. Lo interesante es que nadie obliga a los personajes a transformarse en rinocerontes, ellos son libres de hacerlo y lo eligen. Quizá lo hacen por cobardía, por miedo a ser diferentes, por miedo a la soledad, por comodidad. Es el acto voluntario de seguir la corriente, de “ir con la época”, como se excusó uno de los personajes conversos. Bérenger, se contentaba con ser como era y no se acostumbró a la vida “normal”, a ser lo que la sociedad esperaba de él. Esa era su forma de resistir. Y el punto es que no se trata de un héroe con proyecto político, ni siquiera es un héroe, es justamente el personaje más débil, el que más duda. Por eso el verdadero tema de Rhinocéros no es, finalmente, la política, sino la naturaleza humana, o más bien la deformación de la naturaleza humana por la vida moderna que nos hace correr sin saber hacia dónde, que nos masifica y nos empaqueta a todos bajo la misma etiqueta de “consumidores”.
La importancia de esta obra en la actualidad y la razón por la que el texto, casi sin cambiarle una coma, sigue siendo tan fresco como en 1959 es por la incomodidad que generan sus preguntas no clausuradas, de tener la honestidad intelectual de preguntarse hacia dónde vamos. Incluso hacia dónde va el teatro mismo en un genial pasaje en el que Juan invita a Bérenger a cultivar su espíritu yendo a ver una obra de Ionesco: “El teatro de vanguardia del que tanto se habla hoy en día”.
El trabajo de puesta en escena es impecable y muy creativo. El texto fue respetado minuciosamente, pero para esta gira, el director ha agregado un prólogo de la única novela de Ionesco, Le solitaire de 1973, en la voz del protagonista. De esta manera lo que sigue, la obra misma, está planteada como una suerte de flashback que se suma al resto de los recursos que nos hacen tomar distancia de lo que vamos a presenciar. Otro gran acierto fue poner en escena las cabezas de rinoceronte, con un gran trabajo de escenografía e iluminación, que generaban tanto en el público como en los personajes, atracción y rechazo a la vez.
Rhinocéros es un llamado desesperado a parar un poco de correr, incluso de pensar (porque hasta la lógica es una construcción destinada a justificar el sistema y en la que confiamos ciegamente, eso lo vemos claramente en el personaje de “el lógico” que siguiendo silogismos llega a las conclusiones más descabelladas) y sentir, ser uno mismo. Cada uno debe buscar su camino y conquistar su propia vida, aunque eso implique asumir la angustia de existir.
Por Luciana Morelli
La individuación es parte del desarrollo del carácter de cada ser humano. La moral como conjunto de valores es la columna vertebral de este proceso de individuación que nos debería llevar hacia la libertad, no como producto de una decisión razonada o espontánea, sino como un ejercicio, como una puesta en escena de la libertad o parafraseando a Maurice Merleau Ponty, su puesta en situación.
Rinoceronte (Rhinocéros) es una coproducción entre el Théatre de la Ville de París, Gran Théatre de Luxemburg, Grand T-Scène Conventionnée de Loire Atlantique y Extensión del Festival Santiago a Mil en Buenos Aires, bajo la dirección de Emmanuel Demarcy-Mota. La obra del dramaturgo rumano, Eugène Ionesco, editada en mil novecientos cincuenta y nueve (Francia, 1959) e interpretada un año después por primera vez en Inglaterra, con la dirección de Orson Wells y la actuación de Lawrence Olivier como Bérenger, es una de las piezas más representativas del Teatro del Absurdo, una etiqueta con la cual se aglutinó y se definió las obras de un grupo de autores de vanguardia existencialistas en la década del sesenta del Siglo XX, como Samuel Beckett, Jean Genet y Arthur Adamov.
Todo absurdo comienza con un acontecimiento ilógico, impensable. En Rinoceronte, la tranquilidad y la rutina de un pequeño pueblo de Francia se ven perturbadas por un acontecimiento extraordinario, la presencia de un rinoceronte salvaje que corre libremente interrumpiendo las tareas cotidianas de los ciudadanos.
En un café, Bérenger (Serge Maggiani), un ciudadano común y corriente, disfruta y padece de la compañía de Jean (Hugues Quester), un amigo que lo increpa y lo acusa de borracho cuando lo inesperado acontece. Con el transcurrir de los tres actos que conforman la obra, los hombres van abandonando de a poco su humanidad para transformarse en paquidermos. Lo que parecía un acto absurdo e irracional se convierte en un movimiento de masas del que es imposible escapar. Los instintos de la multitud se apoderan de los hombres convirtiéndolos en bestias salvajes y la lógica y la racionalidad solo sirven para dar vueltas a la nada en el sinsentido de los silogismos falaces.
La puesta en escena construye una impresión de sobriedad en el primer acto representando el bar con unas sillas y unos grandes ventanales que ocupan todo el escenario, introduciendo el humor cínico como innovación de la idiosincrasia actual. Los paquidermos arrollan el escenario a través de un sonido estruendoso que anuncia su terrorífica e inesperada presencia. En el segundo acto, la sobriedad y el humor cínico se intensifican, como en todo el teatro del absurdo, de la mano de la obra, que desarrolla nuevamente la misma lógica del primer acto reforzada y aumentada en una oficina con una escalera y un primer piso. En el tercer acto, Bérenger puede, por fin, conquistar el amor de Daisy (Valérie Dashwood), una compañera de trabajo de la que siente atraído hace mucho tiempo. En este caso, en un escenario de despojo absoluto en el que se da finalmente la inversión del principio de causalidad que marca la finalización del ciclo del absurdo del ser, según la teorización de Martin Esslin, basada en la obra de Albert Camus, El Mito de Sísifo. Es en esa escena que los rinocerontes finalmente se hacen visibles como sombras nocturnas que acechan y seducen y su tronar deviene en un sonido más armonioso y organizado.
Rinoceronte abre la puerta de muchos interrogantes éticos y morales que atormentaron a los intelectuales tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial. El surgimiento de los movimientos de masas produjo una división entre artistas comprometidos con las distintas causas nacionales e internacionales y la postura crítica y escéptica de intelectuales que cuestionaban esta relación más o menos orgánica con algún movimiento, organización, partido o causa. Tras la derrota del nazismo y el fascismo, los intelectuales tuvieron la necesidad de reflexionar acerca de este fenómeno que definió su relación política con la cultura.
Ante la tensión entre la fascinación por lo salvaje e instintivo y el juicio racional y lógico, Rinoceronte opone el carácter como último bastión de la moral y la libertad en cuanto características que dan forma al concepto de individuo. La condición existencialista de la obra reside en su postura inclaudicable en favor de la libertad y la necesidad de la resistencia a ultranza de sus valores como responsabilidad.
“A lo mejor no podemos zanjar filosóficamente esta cuestión. Pero prácticamente es fácil. Nos demuestran que el movimiento no existe, y uno camina, camina, camina…camina o se dice a sí mismo, como Galileo: Eppur si Muove”, de la traducción de Cristina Piña de la Editorial Losada.
Por Martín Chiavarino
Teatro: Complejo Teatral San Martín – Av Corrientes 1530
Funciones: Fuera de cartel – Dos únicas funciones 25 y 26 de enero.