(Estados Unidos, 2012)
Dirección: Jason Moore. Guión: Kay Cannon. Elenco: Anna Kendrick, Brittany Snow, Anna Camp, Adam DeVine. Producción: Elizabeth Banks, Paul Brooks y Max Handelman. Distribuidora: Distribution Company. Duración: 112 minutos.
Melodía fantástica.
Joven algo rebelde llega a la universidad y se anota en un decadente grupo de cantantes a capela que luchan por ganar un prestigioso premio luego de varios fracasos. “Vale más partir del cliché que llegar a él”, decía Hitchcock. Bueno, Ritmo Perfecto tiene una estructura narrativa convencional, personajes ya vistos, situaciones reconocibles, temáticas ya aprendidas. Y sin embargo, se encuentra construida y sostenida sobre bases inoxidables. La frase del maestro Hitchcock puede servir para entender el verdadero propósito de esta película: ver todos estos elementos como si fuera la primera vez.
La grandeza de esta película se edifica de a poco, con el correr de los minutos. Con extrema confianza, Moore edifica su obra acumulando personajes justos pero perfectamente delineados -que interactúan entre si de una manera notable-, pasajes de un humor lúcido y brillantes números musicales. Ritmo Perfecto no necesita de acompañamientos musicales pero tampoco de vueltas de tuercas dignas de un guión aparatoso, ajeno a la naturalidad -vocal- de esta película. Todas las actrices están perfectas (incluso las que rellenan el grupo musical tienen una línea de diálogo muy graciosa) y demuestran una armonía que pocas películas pueden conseguir. Es una tensa pero alegre conexión entre dos formas de actuar la que se presenta en Ritmo Perfecto. Por un lado, sobresalen Anna Kendrick (la protagonista, Beca), Brittany Snow y Anna Camp, dedicándose a lo que dictamina el guión de Kay Cannon (escritora de varios capítulos de 30 Rock); y por el otro, aparece una figura imponente, fuerte, decidida como Rebel Wilson (vista en Damas en Guerra y Despedida de Soltera), quien destruye todos los esquemas, y a quien el guión le parece un pedazo de papel con letras escritas a las que no hay que prestarle mucha atención. Wilson vive su personaje y le brinda una libertad que traspasa la pantalla. Además de sus oportunos comentarios (muchos tienen que ver con su crecimiento en Australia, como el momento en que menciona cuando peleó con un dingo y un cocodrilo al mismo tiempo), es muy gracioso observar la manera en que los demás actores devuelven cada espontánea línea de diálogo como pueden.
En el mundo real, tan lleno de ironía y soberbia, ver un film que no parece estar escrito ni dirigido con arrogancia, sólo puede transmitir felicidad. Uno de los grandes méritos de esta obra radica en la forma con la cual se encara el micromundo que presenta. Moore y Cannon no subestiman el universo a capela, sino que lo muestran con muchísimo respeto: cada discusión, presentación o concurso es algo que importa en la vida de estos personajes y, por supuesto, en la película misma. En una de las mejores escenas, la protagonista sorprende al chico que le gusta cantando “Don’t you forget about me”, de Simple Minds. Pero no lo hace en cualquier lado, sino en la final del concurso. Es ahí donde se determinará la gloria o el fracaso, pero también donde se demuestra el cariño por alguien. Eso parece decir Ritmo Perfecto: el amor, arriba del escenario, se pelea y se canta.
Hay que estar agradecidos con esta película. Y lo mejor que se puede hacer es mirarla en un cine. La música y las imágenes de Ritmo Perfecto fueron hechas para ser vistas en pantalla grande. La fiesta de este mash up de canciones pop suenan mejor en un ambiente alegre, concurrido. Si el mundo fuese un lugar hermoso, todos los espectadores estarían bailando en la sala. Como esto no es así, nos podemos conformar con algo mínimo pero de todas formas precioso: que nuestros pies se contagien -y se manifiesten tímidamente- de la cadencia enérgica y elegante que se desprende de la pantalla cinematográfica. Mientras hablaba con una amiga sobre Ritmo Perfecto, ambos coincidíamos en que estaba genial. Sin embargo, no sabíamos muy bien por qué. Y si durante casi dos horas habíamos sido contagiados por una felicidad -a base de sublimes voces y canciones pop-, ¿por qué nos costaba tanto resumirla en un fugaz y medianamente serio análisis? Posiblemente, sea como preguntarse las razones de nuestra propia vida y resumirlo diciendo: “porqué sí”. Entonces, el mejor elogio que se le puede brindar a este film es el de, ni más ni menos, existir.
Por Luciano Mariconda