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Santiago Balestra | The Room

Santiago Balestra | The Room

¿Qué se puede escribir o decir sobre The Room que no se haya escrito o dicho ya? Con el estreno de The Disaster Artist podemos dar por seguro que de todas las películas bizarras es la más mainstream. No obstante, resulta necesario mirar más de cerca los motivos por los cuales esta película de Tommy Wiseau es tan risible. Para poder llegar al corazón de la cuestión es necesario desglosar la película por capas. Al hacerlo nos vamos a encontrar con varias cosas, algunas sorprendentemente positivas.

Hay quienes dicen que su fotografía parece sacada de las películas eróticas que el canal The Film Zone pasaba los sábados a la medianoche. Dicha critica, tan burlona como frecuente, tiene un sorprendente grado de realidad dado que Todd Barron, director de fotografia del film (el acreditado, pues una gran parte la rodó otro DF), trabajó en varias de esas producciones, en particular a finales de los 90, a las órdenes de Alain Siritzky, productor de las películas de Emmanuelle. Parecerá Porno Soft y todo lo que ustedes quieran pero The Room es una película decentemente fotografiada e iluminada. Desde ya, nada que le pueda causar envidia a Roger Deakins o a Vittorio Storaro, pero los personajes se ven y la iluminación trata de crear un ambiente. Es más, el único defecto a nivel fotografía en The Room son las escenas en la terraza con ese croma que no engaña a nadie.

¿Entonces esto se trata de los actores? Aunque salta a la vista la nula destreza actoral del protagonista, el resto de los miembros del reparto entregan interpretaciones dignas y en muchos casos, según las listas de créditos en IMDB, sus primeras para una película. Uno debe separar la incapacidad de un intérprete para comunicar un sentimiento de su labor como pieza funcional a un texto que no lo ayuda. Por fuera de Wiseau, el resto del reparto no está actuando mal; está haciendo lo que puede con un guion paupérrimo y una dirección ausente, cuando no incompetente.

Una vez, buscando material para otro escrito, me crucé de casualidad con un video de YouTube que planteaba cómo se vería The Room si hubiese tenido un actor protagónico más idóneo que Tommy Wiseau. Incluso así, la famosa escena del “I did not hit her” suena igual de risible. Lo que me lleva a una de las claves de por qué The Room es tan mala que es buena, causándonos gracia y disfrute. Esa cuestión no es nada más ni nada menos que la del guion. Aunque tiene una estructura narrativa bastante tradicional, sorprende observar cómo va de un punto de giro a otro, de una escena a la otra, meramente por capricho. Sin embargo, dentro del guión la joya de la corona radica sencillamente en los hilarantes diálogos.

Kevin Smith dijo una vez que cuando no tenés actores de renombre o efectos especiales, el dialogo es el gran punto de venta de tu película. Consideremos que tanto él como Wiseau vienen del mismo fango primordial que es el cine independiente, donde el dialogo y por extensión la calidad actoral son una prioridad a considerar, sobre todo cuando no se cuenta con un presupuesto que permita engalanar la pantalla con detalles visuales. Pero lo que Smith siempre tuvo en cuenta -y no Wiseau- es que el dialogo es una calle de doble sentido. Por un lado hay que procurar que sea creíble, que haya salido de la boca de un ser humano. Por otro, ese diálogo debe sonar natural, no debe parecer algo premeditado. Esto es, precisamente, lo que le juega en contra a The Room y la hace tan desopilante.

Tomemos en consideración que un buen dialogo consta de cuatro componentes: idiolecto, subtexto, progresión y concisión.

El idiolecto es el uso particular que un individuo le da a su idioma. Denota su educación, su edad, su actitud ante la vida; es decir, palabras que podrían salir solamente de la boca de un personaje específico y de ningún otro. Pero el detalle importante del idiolecto es que conforma la herramienta principal de la que se vale un guionista para evitar que todos los personajes suenen igual. En The Room todos hablan exactamente de la misma manera, con el mismo tono, las mismas pausas, etc. Si fuera un reparto íntegramente compuesto por actores de entre 20 y 30 años vaya y pase, pero si el protagonista, de notoria mediana edad, y el personaje de una madre, que está muy por encima de ese rango etario, hablan sin distinciones, el truco queda al descubierto y por ende la falta de pericia.

El subtexto es el significado oculto que encierran las palabras y lo que utiliza el actor para hacer su trabajo. Un dialogo demasiado literal, demasiado obvio, aleja al espectador y le impide conectarse con la escena o los personajes. El subtexto es lo que invita al espectador a usar su inteligencia, a sumar dos más dos (enseñanza de Lubitsch a Billy Wilder que siempre rindió buenos resultados). En The Room esto es nulo: Los personajes viven expresando, literalmente, cómo se sienten, anunciando a cada rato lo que están haciendo en lugar de hacerlo directamente.

La progresión es el ritmo paulatino que debe tener una escena hasta alcanzar su clímax; se debe subir la apuesta con cada línea de dialogo, como un partido de ping-pong donde la respuesta del rival es cada vez más intensa hasta que la pelota sale de la mesa y uno de los dos gana (o pierde) el match. En The Room no hay progresión sino simplemente discusiones, que a menudo toman un giro violento tan antinatural como exagerado. Incluso hay escenas que terminan súbitamente sin solucionar nada o queriendo dar la imagen de que hubo una larga charla cuando no fue así.

La concisión implica velar para que los diálogos vayan al punto, que no se extiendan demasiado. En The Room hay mucho divague, por no decir situaciones reiterativas y otras que quedan colgando para no ser retomadas nunca más.

Todo muy lindo, pero la idea de este artículo era celebrar a esas películas que son tan malas que son buenas. Entonces, ¿qué caso tiene citar todo este repertorio de defectos seguramente ya conocidos? Una sola palabra: profesionalismo. Abordar estas debilidades garrafales con profesionalismo es lo que hace a The Room una película tan mala que termina siendo buena. Pero no digo el profesionalismo de rodar en fílmico, en un estudio y pagando sueldos como corresponde, sino el profesionalismo como actitud. Tomar un texto totalmente inconsistente y mandarse igual a interpretarlo (y rodarlo) de la mejor manera posible. Saber, incluso, que uno se tira de cabeza a un asunto que muy seguramente lo hará quedar mal.

Si vamos más a fondo, ese profesionalismo está arraigado en la devoción, el amor al oficio de filmar y de actuar. Dicha devoción es lo que hace a The Room tan querible. Según Guillermo Del Toro, cualquier película tiene como estado natural el ser una pesada roca imposible de mover. Tommy Wiseau movió esta roca, le pese a quien le pese. Aunque su película esté repleta de defectos, aunque sea el ejemplo paradigmático de todo lo que no hay que hacer, The Room pasó a la historia. Quizá no LA historia a la que su realizador aspiraba, pero sí una mucho mejor que el olvido absoluto.

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

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