A Sala Llena

0
0
Subtotal: $0,00
No products in the cart.

#SHEFFIELD2021 | Diario de Sheffield (5)

#SHEFFIELD2021 | Diario de Sheffield (5)

8 de junio

Ayer vi la primera película de la pandemia. Resultó un descubrimiento mayor por mi parte. No hay en el film nadie con la cara tapada (por suerte) pero el virus juega, fuera de campo, un papel decisivo. En marzo de 2020, veinticinco músicos bolivianos, integrantes de la OEIN (Orquesta Experimental de Instrumentos Nativos) viajaron a Alemania para dar dos conciertos conjuntos con sus colegas de la PHØNIX16. A los tres días de empezar los ensayos, los conciertos se suspendieron por la cuarentena alemana y, al mismo tiempo, Bolivia cerró sus fronteras. Así fue como se quedaron varados en el bosque que rodea la Academia de Rheinsburg / Brandenburgo durante 84 días. Un director de cine alemán había viajado previamente a La Paz para filmar imágenes que debían ser proyectadas en los conciertos. Pero terminó haciendo una película sobre la extraordinaria música que se tocó durante el confinamiento y que es una de las pocas cosas positivas de la pesadilla sanitaria que todavía vive el mundo. From the 84 Days, de Philipp Hartmann es esa película y forma parte de la competencia internacional de Sheffield. 

La OEIN hace música contemporánea con raíces en el altiplano andino. Utiliza instrumentos tradicionales y otros construidos por ellos mismos. Cuando empiezan improvisando según las vagas instrucciones de Stockhausen me di cuenta de que no estábamos más en Kansas, sino en el mucho más rico y colorido mundo de Oz. Carlos Gutiérrez, el joven director de la OEIN, contribuye a desasnarme de este modo: “Varios principios y conceptos sonoros  ‘descubiertos’ por los compositores europeos en el siglo XX son intrínsecos a los instrumentos y las músicas indígenas (de Bolivia y Latinoamérica). No es difícil encontrar correspondencias entre ambos pensamientos musicales. La música del Altiplano Andino es fascinante y compleja en muchos aspectos, no tiene mucho que ver con este producto domesticado que se nos suele vender como música Andina.” La respuesta me llegó a través de Agnés, a esta altura personaje habitual de estas notas, que hizo el Q&A de la película. Se me ocurrió entonces mandarle un mail con un par de preguntas para Gutiérrez y esa fue una de las respuestas. 

Hartmann entrevista brevemente a Gutiérrez y a otros integrantes de la OEIN, así como a Timo Kreuser, director de PHØNIX16, casi el único alemán que participa de las sesiones, tocando en general el piano del lado de adentro (sé que esto tiene un nombre más fino, aunque lo desconozco) pero se ocupa esencialmente de filmar la música y ver como se despliegan las infinitas variantes que generan los instrumentos y la libertad para improvisar dentro de una fabulosa gama de sonidos colectivos (algo a lo que, siempre según Gutiérrez, no todos los músicos alemanes con los que tocaron fueron capaces de adaptarse). Hace dos días hablé de la película de Chantal Akerman sobre la violoncelista Sonia Wieder-Atherton e insinué que me había quedado un poco afuera. La verdad es que me aburrí mucho. La música de la OEIN, en cambio, me resultó mucho más cercana y gratificante. Esto puede parecer paradójico, pero siempre pensé que, tanto en la música como en el cine, la vanguardia puede tener una recompensa sensorial inmediata, mucho más directa de lo que se piensa. Digamos de paso que la OEIN se fundó hace cuarenta años, que no tiene una afiliación política ni un escalafón de sueldos fijos y que sus integrantes les dan clases de música a los chicos más desfavorecidos de La Paz, de donde surgen sus futuros integrantes. La experiencia de poder tocar tanto tiempo aislados, con todos sus problemas, les resulto muy estimulante a los protagonistas y la película es la prueba. 

Hablando de vanguardia, ayer vi Twin Peaks, pero no la serie de David Lynch sino Twin Peaks del artista americano Al Wong (1977), recientemente restaurada. No sabía nada de la película y me encontré de entrada mirando por el parabrisas de un camión que recorre una carretera de montaña. Es lo que ocurrirá durante cincuenta minutos. Wong, que trabajaba con un camión de reparto filmó durante un año en un corto tramo lleno de bifurcaciones de una ruta en los alrededores de San Francisco. Lo hizo de infinitas maneras distintas: de día y de noche, con sol y con lluvia, con tránsito y sin él, con filtros y sin ellos, incluso a veces con un raro montaje entre lo que se ve en cada mitad del vidrio. En la banda sonora, el motor se confunde con el ruido del mar. Según leí después, Wong era discípulo del maestro zen Szuki y se propuso con la película simbolizar los ciclos de los que habla la filosofía budista. Dije más arriba que la vanguardia me resultaba entretenida. No siempre ocurre: puede que mis limitaciones para la filosofía oriental sean mayores que para la música contemporánea. De todos modos, debo reconocer que esta Twin Peaks me dejó una impresión amistosa y placentera. 

Y ahora quiero hablar de una película que me hizo cambiar de opinión sobre algunas cosas. Se llama Who We Are: A Chronicle of Racism in America, la dirigieron Emily Kunstler y Sarah Kunstler y, como se puede inferir del título, se trata de una película militante. Reproduce una conferencia de Jeffrey Robinson, un abogado negro miembro de la American Civil Liberties Union, una organización fundada en 1920 que actúa en los tribunales y en los foros públicos contra la discriminación. La conferencia de Robinson es una arenga basada en hechos históricos y la película solo deja el teatro para mostrar imágenes de archivo (especialmente de Martin Luther King) y filmar al protagonista cuando visita a los deudos de las víctimas de linchamientos y abusos policiales en todo Estados Unidos. También vuelve a Memphis, donde King fue asesinado y donde nació Robinson, que pudo asistir a una escuela católica no segregada (el encuentro con dos de sus compañeros blancos que se convirtieron en sus amigos es un momento muy emotivo del film). 

¿De qué me convenció Robinson? En primer lugar, de que la idea de derribar monumentos de notorios racistas que lucharon en la Guerra Civil no es una idea tan descabellada como me parecía. Sobre todo porque muchos de esos monumentos no se construyeron al terminar la guerra (lo que hubiera tenido su lógica) sino en el siglo XX, como parte de la campaña moderna para segregar el sur y someter a los negros. Siempre pensé que cambiar nombres de calles y derribar estatuas era una manera de borrar la historia, no de conocerla. Robinson cita la frase de Orwell (“Quien controla el presente controla el pasado y quien controla el pasado controlará el futuro”) que siempre pensé que se aplicaba a los estalinistas y, justamente, a los destructores de estatuas, pero el agumento se da vuelta cuando se piensa que esas estatuas fueron un intento de orwellizar a los Estados Unidos dotándolos deliberadamente de héroes falsos y amenazadores para las minorías.

De los datos que aporta Robinson hay algunos muy impresionantes, como la dimensión de la masacre de Tulsa, la cantidad de votantes negros que había en el sur inmediatamente después de la guerra, miles de veces superior al de años más tarde, cuando el Ku Kux Klan ejercía el terror y la influencia entre los políticos sureños, así como el aumento calculado de la población carcelaria (básicamente de negros presos) desde la época de Nixon. El eje de la charla es que los Estados Unidos tuvieron varias oportunidades (las más notorias al fin de la Guerra Civil y durante el movimiento por los derechos civiles en los sesenta) para construir una sociedad integrada e igualitaria, pero que los intentos fracasaron una y otra vez. Robinson usa la imagen de una bola trabajosamente empujada hasta la cima de una colina que se despeña antes de poder pasar el punto de no retorno y empezara a rodar con facilidad hacia abajo. Pero ahora, dice Robinson, hay una nueva oportunidad, que se expresa en la fuerza del Black Lives Matter, una consigna que yo igualaba a la caricatura de los jugadores de la Premier League hincándose antes de los partidos y a los trucos de las corporaciones para usarla como argumento de venta. Elocuente y moderada, la de Robinson es una voz que vale la pena escuchar. Who we Are comparte el tema de la Guerra Civil con otra película que está en Sheffield y antes pasó por el Bafici, The Annotated Field Guide of Ulysses Grant, de Jim Finn, que comenté en Perfil. Ni Finn ni Robinson aceptan cualquier explicación de la Guerra de Secesión que no sea la lucha por la abolición de la esclavitud. Aunque me da la impresión de que mientras Finn me fusilaría por opinar distinto sobre cualquier tema, Robinson me daría una explicación convincente. Son avatares posibles para un crítico de derecha, como me llaman algunos delatores que pululan entre nosotros. 

© Quintin, 2021 | @quintinLLP

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

Dejá un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

También te puede interesar...

Recibe las últimas novedades

Suscríbete a nuestro Newsletter