Había pensado decirles el título ahora nomás y entrarle a la película, para charlar un rato. Pero prefiero mantener la incógnita y ver si se van dando cuenta a medida que la vaya describiendo. Y no se pongan demasiado cómodos, que tampoco se las voy a hacer tan fácil, no vaya a ser que se me achanchen muchachos y les salgan flotadores en la mente…
La cosa arranca con un atentado: un padre y un niño están en una calesita y, la bala que debía ser para el padre, termina asesinando al hijo. El tirador es uno de los protagonistas y el padre de la víctima, el otro. El primero es un criminal internacional y el segundo, un agente federal. Después, pasan loa años y la película arranca: el agente federal está tras la pista de su antagonista, este “mega criminal” que, al parecer, va a escabullirse de nuevo. Pero ahora, el asunto es personal, ya que el hombre que está del lado de la ley, ha perdido, a manos de su archienemigo, a su propio hijo y no le ha dado tregua a la búsqueda. Finalmente, el delincuente es atrapado y llevado a prisión. Pero cuando el FBI cree que todo ha terminado, descubren que el maleante ha estado fabricando una bomba. Es así como llegan a la conclusión de que, para salvar al mundo de semejante amenaza, solo queda una cosa por hacer.
¿Hasta acá les suena algo? ¿No, nada? Bueno, creo que es hora de que les de los nombres de los personajes principales para ver si rumbean un poco. El agente del FBI es Sean Archer, padre y esposo devoto y el muchacho malvado es un tal Castor Troy (el mejor nombre para un personaje que yo haya escuchado jamás) peligroso terrorista internacional.
Sigamos con la trama y no se queden atrás que el que primero adivine es el rey del mundo: el FBI descubre que la única manera de saber a dónde se encuentra la bomba, es infiltrando a un agente en la prisión a donde Troy ha sido alojado, pero ese agente no deberá acercarse a Troy, si no “ser” Troy. Y es allí donde esta película se pone más y más buena. Porque un equipo de cirujanos plásticos, opera al agente Archer sin que absolutamente nadie lo sepa, le modifica todo el cuerpo y la cara y lo convierte en su némesis Castor Troy. El tipo se infiltra en la prisión, pero cuando descubre más o menos todo, el verdadero terrorista (que estaba sin cara en la mesa de operaciones) se despierta y obliga al equipo de cirujanos a ponerle la cara del agente federal. Entonces, el infierno se desata y ambos cambiarán de piel por casi toda la película, persiguiéndose como enajenados, hasta la batalla final.
¡Oh-my-God! ¡Qué película, amigos! Estos dos titanes se sacaban chispas. ¡Recuerdo que la vi en el cine cuando se estrenó en el 97 o 98, y casi se me cae la mandíbula! Mi marido estaba que se retorcía de gusto en la butaca. Era espectacular. No parábamos de mirarnos el uno al otro, preguntándonos, como dos tontos, si estábamos viendo lo que estábamos viendo. El guión, de Michael Werb y Michael Colleary, era de una osadía rayando en la demencia. Lo disfruté de pé a pá, con una sonrisa descreída en la cara. No podía ser que alguien hubiera filmado esa película, que alguien hubiera tomado semejante riesgo y semejante compromiso con el cine y su lenguaje. Era casi trascendente, porque esa historia no podría haberse contado de ninguna otra manera, que no fuera en el cine. No habría habido libro que le hiciera justicia, créanme.
Y, ¿ya se van dando cuenta de qué cinta estoy hablando? Seguro que sí. Porque ustedes, mis queridos lectores, son la gente más inteligente que yo conozco y sé a ciencia cierta, que este jueguito no les representa reto alguno. Tiren el nombre nomás, que ya lo tienen en la punta de la lengua.
Con efectos especiales excelentes, montaje ajustado (casi poético por lo perfecto) sonido total y absolutamente rompedor de cabeza, llama la atención que lo mejor de esta cinta sean las interpretaciones. Y si, es la fórmula mágica: dos tipos que cambian de piel y se actúan el uno al otro de manera extraordinaria, y que juegan el juego del espejo como si fueran criaturas celestiales, aún siendo muy diferentes físicamente. Pero, por algo el director los eligió. No son dos pusilánimes, no. Son dos tipos que tienen más oficio que la mayoría de los actores de su generación y que orgullosamente pueden decirse productos de pura cepa de la industria cinematográfica. Ambos han tenido carreras estrepitosamente desparejas, pero se las han arreglado para barrenar las olas sin mayores dificultades, cuando más de un ave de mal agüero les vaticinara el fin de sus días como estrellas del séptimo arte. Tienen títulos inolvidables en sus respectivos haberes y, seguramente, son dos de los actores más influyentes de los últimos tiempos, aunque a veces pareciera que se hubieran vuelto locos por los títulos a los que les ponen el cuerpo. Qué puedo decir, tienen un ángel aparte. Han salido indemnes de fiascos que a otros actores les hubieran costado las cabezas. Son tipos duros, que se la aguantan pero que, además, hacen gala de dos de los más grandes talentos que el cine haya tenido. Me imagino que, a estas alturas, ya se habrán dado cuenta de que hablo de Nicolas Cage y John Travolta y que el título en cuestión es, nada más y nada menos que el legendario film de John Woo, Contracara (Face/Off).
La crítica la consideró una gran película, aunque por supuesto hubo quien discrepó y lo hizo con todas las ganas. Las detracciones con respecto al film, fueron pocas, pero muy encarnecidas. La taquilla, por otra parte, fue contundente y la convirtió en un éxito rotundo.
Por mi parte, puedo decirles que por estos días la están dando en Space. Por ahí se la tienen que morfar doblada, pero vale la pena verla igual, solo para ver los planos de Cage caminando en cámara lenta y las palomas blancas volándole cerquita. Si la enganchan, no se la pierdan. La película es sexy, lujuriosa, llena de acción desequilibrada y con un profundo y bravo sentido del riesgo. Puro lenguaje cinematográfico. Es para admirarla sin pontificaciones y atesorarla sin arrepentimientos.