Verbrannte Erde, tituladasSin códigos para el público argentino y Scorched Earth para el anglosajón, sigue la vida de Trojan (Mišel Matičević), especialista en robos. Junto a tres compañeros, diestros en sus respectivas áreas, planifican la desaparición de una pintura en un museo de Berlín. El trabajo es solicitado por un cliente anónimo a través de Víctor (Alexander Fehling).
¿Por qué citar el título en español fuera de lo informativo? Los “códigos” son, por excelencia, elementos de sentido o de seguridad. Y acá importan más los de cada personaje frente a sus roles en el trabajo. Se podrá precisar los de carácter moral y los éticos enfocándonos en Trojan y Diana (Marie Leuenberger), su compañera más cercana. Sus nombres son de por sí alusiones mitológicas o históricas a sus formas de actuar. Por otra parte, la policía está representada únicamente por patrullas nocturnas –en específico, luces azules– de las que hay que esconderse para ejecutar a cabalidad el plan de trabajo. Y , como los demás, la abogada que defiende los bienes del museo querrá sacar provecho monetario del rescate.
Ahora, la mayor economía de códigos en Arslan es la verbal. En mayor o menor medida, sus intérpretes se toman tiempo para hablar y, cuando finalmente lo hacen, las pocas palabras dichas terminan dejándolos solos en el plano y en la trama. Aun llamar a sus protagonistas “lobos y lobas solitarias” es una paradoja fácil en su obra. Todos intentan volver a su “manada” antes de resignarse. Para darle fuerza progresiva a tales silencios, la composición audiovisual y en particular la persistencia de cada plano enriquecen las reacciones de sus elencos.
A modo de ejemplificar el valor de lo no verbalizado, nos enfocaremos en una sola escena nocturna de escasos dos minutos. Consiste además, para el colmo de lo comunicativo, en una llamada telefónica luego de que han sido cambiados por el cliente los planes de entrega de la pintura. Un plano medio muestra a Trojan llamando desde su hotel. Víctor come “chatarra” a oscuras y ve, también en plano medio, su móvil iluminado vibrando. Atiende. No hay diálogo. Temen o no quieren hablar. V arios cortes de pocos segundos incluyen, en planos detalle breves, sus barbillas, labios entreabiertos. Al fondo de cada personaje se nos indica cromática y simplemente lo que Trojan afianza con esta llamada y el miedo de Víctor. Este cuelga y revisa que su interlocutor no esté en los predios del apartamento donde él se encuentra.
En general, la composición audiovisual cada vez más cerrada favorece la intriga, la angustia y la soledad de estos personajes. Bastaría relacionarla con la primera llamada de ambos, donde de varias maneras los planos generales y medios indican todas las expectativas en puertas. Esta mudez varía según la película del director y guionista turco-berlinés, aunque en ellas el carácter solitario sea reiterativo. En Vacation (2007), por ejemplo, si bien durante el reencuentro familiar había pocas palabras, cada tanto transcurrían conversaciones importantes. Los personajes en aquella ocasión también se apartaban del grupo o no parecían del todo integrados, como ocurre ahora. En Gold (2013) llegamos a conocer más de cadapersonaje en boca de ellos mismos. Acá, solo conocemos más de “la vida privada” de dos de los miembros del equipo.
Arslan cita aquí thrillers de Jean-Pierre Melville y Michael Mann. A su vez, se aleja de tales influencias puesto que los criterios de la ley y el trabajo funcionan distinto en su entramado. En sus manos el cine refleja, y se muestra como, un oficio de estafadores discretos aun en los gastos narrativos o monetarios. Probablemente los únicos policías somos nosotros, espectadores buscando y ponderando sentidos en un mundo desolado.
(Alemania, 2024)
Guion, dirección: Thomas Arslan. Elenco: Misel Maticevic, Marie Leuenberger, Alexander Fehling. Dirección: 101 minutos.
