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ASL STAR WARS

#ASLSTARWARS | Episodio V | Corrección

STAR WARS – Episodio V

CORRECCIÓN

 

Cuando en 1977 vi lo que ahora se llama Una nueva esperanza (el episodio IV), no supe muy bien qué pensar. Me pareció una película floja, desmañada, rara y dirigida a un público infantil. En 1980 vi El imperio contraataca (el episodio V) y me gustó mucho más. Volví a ver ambas (aunque en versiones digitalizadas y modificadas) y entendí lo que me pasó en su momento. 

En 1977 yo no estaba preparado para darme cuenta de que Star Wars representaba una revolución en el cine (y acaso, el fin del cine mismo), aunque no sé si alguien lo estaba, incluido el propio Lucas. Aunque debe decirse que se dio cuenta después del estreno, porque abandonó por muchos años el trabajo de director y guionista para dedicarse a ser productor y empresario. Es decir, a consolidar Lucasfilm, una empresa pionera en materia de efectos, y también a planear el futuro de Star Wars como franquicia, un concepto que entonces recién despuntaba. 

A New Hope era revolucionaria en muchos sentidos. Una película masiva, de enorme éxito en la taquilla que no tenía un argumento coherente ni actores atractivos y cuya dramaturgia transcurría entre adolescentes y robots tan absurdos como R2-D2, un tacho de basura con luces y C-3PO, una especie de homenaje al Hombre de Lata de El mago de Oz, tan insoportable como su modelo. Los actores se veían desconcertados, perdidos, como si interactuar con los “droides” les creara dificultades insalvables. Entre los humanos, Mark Hamill parece totalmente inepto, Carrie Fischer trata de encontrar el modo de ser atractiva y hasta Harrison Ford se ve torpe. Ni Alec Guiness da el tono del Jedi: actúa como si el personaje le diera vergüenza. 

Lo revolucionario de Star Wars fue que cambió la historia del cine porque dejó de ser cine, es decir ese arte del siglo XX inspirado en dos disciplinas del siglo XIX: la fotografía y la novela o, si se prefiere, un teatro con muchas más posibilidades. Pero A New Hope proviene más de la historieta. La intención original de Lucas fue recrear Flash Gordon, con sus caracteres esquemáticos y rígidos, pero darles vida mediante los efectos, cuyo fabuloso desarrollo posterior, especialmente en lo que hace al digital, estaba en sus albores. Mientras miraba la película, muchos pasajes, especialmente aquellos en los que los personajes se trasladan rápidamente de un escenario a otro, me hicieron pensar en Plan 9 del espacio exterior, el legendario, entusiasta y fabuloso bodrio de Ed Wood. Es cierto que aquí había una historia: un imperio, una princesa, un grupo de rebeldes, un héroe venido de la periferia y otro de la picaresca delictiva, un villano y circunstancias medievales trasplantadas al futuro. Pero la trama es tan endeble, está tan llena de agujeros y la filmación es tan desprolija, que lo realmente interesante es justamente eso: que se pudiera hacer una película de gran presupuesto, infantil, chapucera, innovadora solo en lo tecnológico y brillante solo en la partitura de John Williams, pero lo suficiente audaz como para desafiar las convenciones del mainstream de la época y llegar a un público masivo que la convirtió en un clásico instantáneo. Star Wars empezó siendo casi cine de vanguardia o, al menos, transitando esa zona gris en la que la vanguardia se confunde con la impericia.

Pero El imperio contraataca es una corrección. Es decir un acercamiento de ese producto tan híbrido y sui generis al cine normal, al cine que la industria de Hollywood hizo desde siempre. Lucas contrató a un director (el indefinible pero competente Irving Kerchner, que había sido profesor suyo) y a varios guionistas (entre ellos la legendaria Leigh Brackett, que intervino en clásicos como Río Bravo o Hatari, pero que como escritora se especializó en ciencia ficción) y se propuso hacer una película más convencional, menos deshilachada, con más tensión dramática, mejores diálogos (en la anterior, muchos de los diálogos se basaban en los blip-blips producidos por R2-D2), más humor y, como centro de la trama, un artúrico triángulo amoroso entre Luke Skywalker, Han Solo y la princesa Leila. 

Es notable cómo tres años más tarde del debut de la saga, el trío principal de actores mejoró al compás de la caracterización más rica de sus personajes. Hamill, siempre estuvo lejos de ser una estrella, pero se lo ve mucho más sólido físicamente y más convincente como el joven Jedi que va dejando atrás la adolescencia. Harrison Ford tiene lugar para lucirse coqueteando con Leila (creo que un par de apretadas a la antigua no superarían hoy la censura de lo políticamente correcto) y Carrie Fisher está radiante y enérgica, enamorada tanto del seductor como del guerrero. Pero además aparecen dos muy buenos secundarios, como el aventurero Lando y el ET-esco Yoda, instructor de Jedis en la línea del Don Juan de Castaneda. Pero también el misterioso Dark Vader toma un protagonismo que le da más sabor a la película. 

Más divertida, más dinámica, la trama se beneficia también de la bifurcación de escenarios (una característica que viene de Griffith y que las series de televisión adoptarán posteriormente) y del secreto de la filiación de Luke, que abrirá la puerta para la sucesión de pruebas futuras en las que se cruzan las historias de Homero con las justas medievales y los inminentes videojuegos. 

El imperio contraataca forma parte, de un modo u otro, en cada una de las películas que, desde entonces, irán dominando paulatinamente la taquilla. Un relato estructurado bajo los preceptos de El héroe de las mil caras de Campbell, con nodos de misterio que permitan habilitar secuelas y precuelas hasta el infinito aunque la saga termine por ahora en el episodio IX. Un cine que será cada vez más una repetición de sí mismo, condenado a entretener con los fuegos artificiales de los efectos y la probada efectividad de las historias cuya superficie es impenetrable. A diferencia de lo que ocurre en otras artes, a partir de Star Wars, la historia del cine se empezó a escribir a partir de sus obras más mediocres. Tal vez ese sea su destino irrevocable.

 

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