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CRÍTICAS - STREAMING

The Great Buster: A Celebration

LA OBRA, EL GENIO Y LA ÉPOCA

Hay algo de raro en The Great Buster: A Celebration, el último documental de Peter Bogdanovich. Su estructura empieza siendo de lo más convencional: primero, se empieza repasando la infancia de Keaton, su relación con sus padres, sus trabajos en el circo y su adolescencia. Luego, de manera esperable, Bogdanovich presenta los primeros trabajos del realizador. Así es como desde el vamos podía verse el genio humorístico de uno de los más grandes (a mi entender, el más grande) de los comediantes que dio el cine. Ahí cuando se analizan maravillas como el corto One Week o su extraordinaria forma de actuar basada muchas veces casi exclusivamente en la mirada. Sin embargo, cuando Bogdanovich tiene que llegar a la época de oro de Keaton, cuando finalmente llega la hora de hablar de un período de él donde el director y actor parecía imposibilitado de hacer otra cosa que no fueran grandes películas, el realizador decide elipsar esta situación y concentrarse en lo que le pasó a Keaton en la década del treinta. Allí Bogdanovich nos narra cómo Keaton empezó a perder popularidad, cómo el sonoro no pudo aprovechar el potencial de un comediante de tamaña envergadura y cómo este actor y director fue primero maltratado por la MGM (estudio que es quizás el gran villano de este documental), y luego usado en todo tipo de películas de buena y pésima calidad, publicidades, y programas de televisión, de manera más o menos inteligente.

Sorprende en un principio que Bogdanovich dedique tanto tiempo de la película a mostrar esta última etapa de Keaton, aunque en algún punto, si uno lo piensa, algo de sentido tiene. Por un lado, porque se nota en The Great Buster que Bogdanovich quiere hacer tanto un documental informativo como novedoso, y en algún punto, los trabajos finales de Keaton resultan muchas veces un material distinto hasta para los que conocemos muy bien la carrera del comediante. Por otro lado, uno podría pensar que la concentración por parte de Bogdanovich en la etapa menos exitosa de Keaton tiene que ver también con su propia tendencia a hacer un cine melancólico, donde el rechazo a mostrar personajes incapaces de triunfar parece estar a la orden del día. Uno pensaría incluso que hay algo muy consciente en este rasgo del propio Bogdanovich al principio del film. Allí, a modo de prólogo, vemos a un Bogdanovich muy joven hablar en un programa de televisión junto a Frank Capra de cómo la carrera de Keaton estaría marcada a partir de los 30 por la incomprensión y por un cine que lo expulsaría del sistema.

Lo curioso, en todo caso, es que si bien Bogdanovich dedica mucho tiempo a este aspecto de la carrera del cómico, el tono que elige para contarlo es mucho más luminoso de lo que podría esperarse, como huyendo también del lugar común que existe sobre Keaton como un personaje necesariamente desgraciado. En primer lugar, porque Bogdanovich no ahonda demasiado en los aspectos más tristes de la vida de Buster Keaton (apenas se mencionan, como pequeños paréntesis de la película, sus problemas con el alcoholismo y sus matrimonios). En segundo lugar, porque hay una insistencia de Bogdanovich de no mostrar a Buster como un genio consciente de sí mismo. Por el contrario, aquí Keaton parece ser alguien que se cree meramente un artesano tratando de hacer reír; una persona que, sí, tiene un respeto por su trabajo (la escena en la que se muestra un Keaton anciano enojado porque no le dejan hacer el gag como él quiere es antológica), pero no parece tener idea de la trascendencia de sus grandes films.

Al hacer esto, los momentos más dolorosos quedan por así decirlo “anestesiados”, quizás jutamente para no perder demasiado el tono celebratorio que anuncia hasta el propio título del film. Pero al hacer esto también, Bogdanovich traza un raro paralelo entre The Great Buster: A Celebration con el otro documental que hizo Bogdanovich sobre un director: Directed by John Ford. Allí Bogdanovich hablaba sobre el gran realizador americano y contrastaba la grandeza y profundidad de su cine con un Ford que -seguro exageradamente- no se veía a sí mismo como otra cosa que como un empleado de un estudio sin mucho para decir. La curiosidad del Keaton que nos construye Bogdanovich es similar: su percepción sobre sí mismo no parece ser otra que la de alguien que hace gags extraños y más de una vez arriesga su integridad física para hacer humor físico. Al mismo tiempo que pasa esto su extraordinario genio humorístico parece evidente para el espectador contemporáneo y para el propio Bogdanovich, pero absolutamente invisible para muchos espectadores de su época, y hasta para Keaton mismo. Justamente, hacia el final del film, se nos mostrará que Keaton recibió un homenaje en el Festival de Venecia en el que se exhibieron todas sus películas más importantes, y que allí el propio director no parecía poder creer que después de 50 años alguien siquiera se acordara de lo que había hecho. Posterior a eso, Bogdanovich analizará algunas escenas aisladas de obras maestras mayores como El maquinista de la General, Sherlock Jr. y Nuestra hospitalidad; mostrando hasta qué punto al día de hoy, después de varias décadas, ese humor sigue conservando una creatividad y una efectividad asombrosas. Que ese humor no haya sido apreciado en su momento ni por la propia persona que lo hizo parece exhibir esa paradoja de que a veces hay películas que son más inteligentes que su propia época y que el propio artista que las creó. Que esto haya podido ser apreciado en una sala de cine llena, que en pleno 2019 festejó chistes de Buster Keaton, es una de las mayores satisfacciones que pudo dar el 21 BAFICI.

(Estados Unidos, 2018)

Guion, dirección, voz en off: Peter Bogdanovich. Elenco: Mel Brooks, Bill Hader, Werner Herzog, Leonard Maltin, Carl Reiner, Cybill Shepherd, Quentin Tarantino. Producción: Peter Bogdanovich, Charles S. Cohen, Roee Sharon, Louise Stratten. Duración: 102 minutos.

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