De dioses nórdicos, Shakespeare, tecnología de punta y otras yerbas.
Antes de empezar, me gustaría destacar un dato que ni siquiera tiene relevancia para el análisis crítico, pero que me llamó la atención y quería corroborar si soy el único al que le ha pasado. Antes de ir a la función, como siempre suelo hacer, investigué un poquitito sobre el film y me encontré con esto: “Adaptación del comic de Thor, el dios nórdico del trueno. A fin de enseñarle humildad, su padre Odin coloca el espíritu de Thor en el cuerpo de un estudiante de medicina, el cual un día descubre por casualidad el alter ego que vive en su interior.” Pues, ¡a la pelota!… de esto no había nada. Pero nada. Thor no es puesto en el cuerpo de ningún estudiante de medicina; no sufre amnesia cuando es enviado a la Tierra; y, mucho menos descubre por casualidad algún tipo de doble personalidad que le hace entender que es un Dios nórdico. Habrá que ver de donde salen estas sinopsis en todo caso. Pues eso. Vamos al asunto.
Thor cuenta literalmente la historia de un guerrero nórdico desterrado por su padre, el rey Odin (Anthony Hopkins, confieso que en el afiche lo confundí con Jeff Bridges, que lo tiró, parece que a esta película le gusta jugar a la sorpresa), de su planeta, Asgard; por desobedecerlo en sus órdenes de paz bélica y por su ambición desmedida por acceder a su trono. El viejo lo despoja de todos sus poderes, y lo envía a la Tierra. Aquí es donde aparece, a mi entender, el punto de inflexión de la película: no sabemos exactamente por qué el Rey nórdico manda al Dios del Trueno a la Tierra.
Es decir, por un lado podemos suponer que debido a su arrogancia y ambición, es destinado a la cuna de la ambición, es decir, para que aprenda la importancia de la humildad. Por otro lado, también acorde a lo inicial, hace entender que, al menos en comparación, el ser humano es mucho más vulnerable que los habitantes de Asgard, –al menos a la par de estos pocos seres que conocimos de allí- y el hecho de que Thor deba convertirse en humano, despojado de todo poder divino, experimente su costado más vulnerable y; con esto, echarle un balde de agua fría al espectador. En efecto, la comparación que se traza deja algún tipo de mensaje: si Thor debe aprender acerca de humildad, el humano lo debe hacer a gran escala.
Como sea, sin intención de irme por las ramas, este punto de la película en el que Thor es exiliado en la Tierra, si bien no es demasiado trabajado, me pareció el más interesante, ya que, además, habilitaba al metraje para jugar sus cartas cómicas.
Así, vemos al protagonista haciendo turismo por Nuevo México vociferando acerca de una batalla astral, dioses nórdicos y sus poderes; entrando en una tienda de mascotas para pedir un caballo para transportarse, yendo a buscar su chiche preferido, el martillo, que su papá dejó clavado en una roca irrompible, cual espada de Excalibur; y, por supuesto, conocer a la mujer de su vida: la bella Jane (Natalie Portman), una científica que se dedica a estudiar los truenos y, valga la redundancia, queda embobada con el fornido rubio Dios del Trueno (Tarzán dixit).
Ahora bien, cuando me enteré de que el film era dirigido por Kenneth Brannagh, un cineasta que a lo largo de su carrera mostró y demostró su obsesión con Shakespeare y la literatura clásica (Enrique V, Othelo, Frankenstein, Hamlet, tanto actor como director), me imaginé que, si el tema giraba alrededor de los mitos nórdicos, el tipo le pondría su impronta y retomaría el argumento cargándolo con los viejos pero siempre renovables y vigentes dilemas existenciales shakesperianos sobre el poder y la condición trágica del humano que tanto supo trabajar en el pasado dicho director. Y, en efecto, me sorprendió y decepcionó bastante no encontrar casi nada de esto en el presente film. Es verdad que hay un punto de contacto con el tema de la ambición por el poder, la lucha entre los hermanos por el trono, la exclusión y la figura del héroe; pero esto es mínimo. Se diluye inmediatamente.
El hermano de Thor, el Dios Loki, como antagonista, es quien juega la mayoría de las cartas shakesperianas. Hacía recordar muy remotamente a Ricardo III, urdiendo conspiraciones contra su hermano y traicionando a la par que es atravesado por su complejo de inferioridad, que lo lleva a ponerse en contra de su padre, que cae en una suerte de coma. Pero como decíamos antes, todo esto es dado en forma de apenas unas pinceladas.
A fin de cuentas, la mega-producción obedece a su condición de tal y hace gala de su correspondiente, y para nada menor, artificio técnico. Sin embargo, hay que decirlo, dicho artificio hace su trabajo. El espectador (o por lo menos asi fue en mi caso) queda embebido en el relato de principio a fin; lo que evidencia un trabajo agilizado y aceitado de montaje, libre de baches y momentos de cabeceo, como sí me sucedió en Sanctum (la primera que vi en 3D).
Si bien puede tornarse bastante molesto ese paralelismo entre los distintos mundos que, si bien arrancaba estableciendo conexiones entre las distintas historias, termina desembocando en un ir y venir entre la Tierra y Asgard más rápido que entre dos estaciones de subte; en mi opinión, no hay nada más molesto que el actor al que le toca encarnar a Thor. Realmente, lo más bajo de la película cae en manos del mismísimo protagonista, interpretado por el tal Chris Hemsworth, en medio de este auge por contratar físico culturistas para los films de acción o épicos. En efecto, el rubio se la pasa sonriendo a la cámara, mostrando sus atributos físicos, intentando ser un galán con Natalie, etc.; es decir, resaltando a gritos su gran carencia interpretativa, lo cual, interfería bastante a la hora de identificarse y dejarse llevar por el personaje.
Sin embargo, como mencionaba antes, el montaje hace que el metraje se sobrelleve cómodamente, con lo cual, no nos queda nada por decir ni hacer, más que sentarnos y sumergirnos en el “profundo” goce del 3D.