Sobre Edge of Night.
Son muchos quienes miran en este inicio. Dos minutos y medio bastan para que esta secuencia de miradas aceche por mucho tiempo. Vemos diez o más planos detalle: ojos en movimiento, ojos en fotografías, en pinturas. Todos ellos pesarán, encima de cualquier medición, sobre aquellos que se mueven. Los cuadros retratan miradas inquisitivas de coroneles. Luego caemos en cuenta, es al joven teniente Sinan a quien pertenecen tales ojos curiosos e inquietos.
Aun estáticas, aquellas miradas ostentan al menos el poder histórico. Y los del teniente reflejarán lo ignorado en cada decisión tomada, la sumisión, y también su voluntad de despertar fuera de aquella trayectoria congelada por los militares al mando. Como es esperable, tal historia, espacialmente sobre Sinan (Ahmet Rifat Sungar, Tres monos), pertenece a cuadros en la habitación militar donde transcurre esa primera parte. Sinan será encomendado a una misión junto a su hermano Kenan (Berk Hakman), oportunidad para que la película plantee sus acciones como si pertenecieran a un héroe idiota.
En un lado solo narrado por recuerdos y omisiones, la familia acá supedita el rol de todas estas miradas y, más aterradoramente, de la suya. Lo sabremos a medida que transcurra la película, pero lo intuimos en la conversación sostenida por el alto mando militar y Sinan en la segunda escena.
Mientras, el montaje, la composición visual y la banda sonora afinan una reflexión abierta sobre la herencia familiar y la política, a su vez dinamizando la plenitud siempre incompleta al mirar. Su maestría técnica en casi todos los aspectos plantea callejones sin salida. El punto de fuga en los planos tensa poco a poco la paradoja: Sinan no sabe huir o renunciar por sus visiones tan cuadradas, sugeridas al fondo de su figura con marcos pictóricos que coinciden con su cabeza.
Por momentos anhelamos un final específico por cuanto se reitera la libertad y los dilemas fraternos. Pero, en tales instantes, lo circular en los planos detalle de sus pupilas y lo traslúcido del iris, queda claro que tal libertad escópica se limita a un entorno bélico que exige compromiso. Y en este sentido, el también guionista Türker Süer es radical: el protagonista ni podrá hablar del futuro con su esposa ni rescatar a su hermano. Tampoco estos dos podrán hablar mucho; total qué queda por decir si ambos se enfocaron en cumplir o cuestionar lo que ignoraban de su padre.
Así, la precisión técnica acá refuerza el contexto de la intentona golpista en Turquía.
Aunque este hecho de 2016 se nos pueda escapar a espectadores foráneos en un primer visionado, el sentido es claro y urge a repensar experiencias políticas más cercanas a cada espectador: aún los militares están indefensos frente al poder ciudadano. En los dos momentos más climáticos, el efecto sonoro de un interruptor sugiere que, actúen como sea los personajes, algo por encima suyo domina los acontecimientos. Es un efecto sonoro angustiante que deja a nuestro entendimiento una reflexión posterior a la inquietud: la mirada tiene que ser impulso para tomar acciones pronto y fuera de la obediencia.
(Turquía, Alemania, 2024)
Guion, dirección: Türker Süer. Elenco: Eda Akalin, Baran Akbulut, Hasan Arik. Producción: Viola Fügen, Michael Weber, Nadir Öperli. Duración: 85 minutos.