Nota: el siguiente artículo contiene spoilers de la trama
Héroes
En ocasiones, la casualidad opera de maneras muy misteriosas. Por qué vemos ciertas películas en cierto momento y por qué nuestra mente tiende cierta red de asociaciones es una cuestión fortuita. Las más impensadas conexiones pueden volverse súbitamente lógicas y absolutamente claras.
Hace dos días vi Super, esa pequeña gran película de un gran director, James Gunn, con quien tuve el placer de compartir ratos y charlas hace casi ya un año en el Festival de Mar del Plata. La sola idea de ver una película de súper héroes que no son héroes me tentaba lo suficiente como para haber mantenido intactas las ganas de verla. Casi un año después, la vi. Super es, como recién dije, una película sobre gente común, sin ningún poder especial, ni habilidades extraordinarias, que, ante la inevitabilidad de ciertas situaciones que el destino les presenta, se autoproclaman súper héroes, en tanto personas frustradas por la suerte que les tocó, en tanto seres aburridos de su propia cotidianeidad y perdedores –además de fanáticos de los cómics-. Pero que quede claro. Ellos no son los elegidos. Super es una gran película, por su desarrollo, por sus personajes, por su historia. Pero, sobre todo, por su final, por esa verdad axiomática que se nos revela ante nuestros ojos, por el desenmascaramiento –no literal en este caso- del héroe, que se reconoce a sí mismo como héroe en la medida en que viene a salvar a alguien más, en que su destino ha sido sellado por un poder superior que le indica que su carácter de héroe es tal no por una cuestión de gloria personal sino por la redención de un otro determinado. Frank Darbo se convierte en The Crimson Bolt porque está escrito que debe salvarla a Ella; el punto de vista con el que la película nos mantiene engañados durante casi todo su desarrollo ahora se revela como errado. Él no es el punto neurálgico; Ella lo es, siempre lo fue. Él existe porque vino a salvarla; el hecho de que Ella le rompa el corazón por segunda vez es absolutamente irrelevante; ya no importa, porque él tiene la clara consciencia de que su destino es ese y lo ha cumplido.
Y en Todos Tenemos un Plan pasa algo similar. Al principio, estuve tentada de analizar un poco lo que todos han analizado: el actor extranjero que decide ser parte de una película argentina, el acento que no es del todo creíble o la historia que, por momentos, no cierra, con ciertos agujeros que no se terminan de rellenar. Pero, después de un largo viaje de vuelta a casa y de cierta sinapsis nocturna, o gracias a esa conexión de la que hablaba al principio, llegué a esta idea de que Todos Tenemos un Plan es una película de súper héroes, de alguien que necesita adoptar a otra “persona”, a otra identidad, para cumplir un deber que se le impone, sin siquiera tener plena consciencia de ello.
Porque el personaje de Viggo Mortensen no está ahí, en el Delta, por motivaciones internas (más allá de que éstas existan) sino por una única razón, hermosamente expuesta en ese plano final: él está ahí para salvarla a Ella, para liberarla de ese Mal externo del que Ella habla. Porque todos tenemos un plan y todos tenemos un Mal: la verdadera hazaña radica en suprimir el segundo hasta que casi no quede nada de él y en hacer del primero una misión loable en la vida. Ella lo ha logrado pero su entorno, no. De manera tal que, hasta que ese Mal que la tiene amarrada a ese lugar no sea erradicado, Ella, la personificación del Bien, no va a ser libre. Esto se devela ya antes del final, en un diálogo entre los personajes de Viggo Mortensen y Daniel Fanego, en el que hablan de la poca importancia de las personas, incluidos ellos mismos: él no es importante, él es solo un accesorio.
Y en ese gran final, con el plano enorme del río infinito que simboliza el nuevo mundo y sus infinitas posibilidades, se nos esclarece ese propósito, y el punto de vista, nuevamente, muta. Ahora Ella es la heroína y queda ahí, arriba del bote, habiéndole declarado a él su amor eterno –más que amor, gratificación-, destrozada por el dolor pero con la renovada certeza de que su vida recién comienza.