A Sala Llena

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Un Cuento de Navidad

Un Cuento de Navidad

¿Qué le pidieron de regalo a Papá Noel para esta Navidad? ¿Están ya tomando envión para la maratón de fiambre alemán, lechón, matambre casero, peladillas saca dientes, pan dulces tira bomba y turrones de chocolate capaces de llevar al más pintado a la terapia intensiva del Fernández? 

Si, si, la Navidad llegó y la gente ya está inmersa en el frenesí de la compra de regalos, la llegada de parientes, la organización de las comidas,  las demandas tiranas de los niños, el calor, la humedad, las lucecitas de colores, el final del “Bailando…”, las cirugías de Susana, las fotos con Papá Noel y la mar en coche… Ahí andan las viejas con el bigote transpirado, sudando la gota gorda, arrastrando carritos de supermercado y cargando bolsas llenas de paquetes coloridos, que prometen un millón de cosas y que anticipan sonrisas y grititos de una horda de nietos poco civilizados. ¡Qué puedo decir… a mi me encanta la Navidad!.

Mi casa está llena de adornos, porque me pongo muy “utilísima” durante las fiestas. Me encantan los cascabelitos, los moñitos, las galletas, los caramelos, las borlas, las botitas, las plantitas, las luces, las velitas, ¡todo, todo! ¡La palabra “exageración”, no entra en mi vocabulario durante estas festividades!

Debo decir que no tengo demasiado talento para lo “hecho en casa” pero que, lo que natura no me dio, el bolsillo de mi hombre lo presta, por lo que salgo del trance mas que airosamente y mi casa termina siendo poco menos que la cabaña de los Ingalls. Falta Charles fumando su pipa y tocando el violín y estamos todos.

Me gusta pedirle cosas a Papá Noel o al niñito Dios y poner toda mi fe en que me las traiga. Algún regalo, algún deseo, alguna esperanza que necesita mantenerse prendida… Algún rezo repetido noche tras noche…

Me llenan de ilusión la música, las garrapiñadas, la visita de mis viejos, la sonrisa desubicada y langa de los tíos políticos, el árbol, las tarjetas, los besos y, por supuesto, los regalos. Pero una de las cosas que más me gustan y con la que me regodeo y relamo durante toda esta época, es la seguidilla increíble, la panzada brutal, la sobredosis extática  de películas de Navidad que me doy año tras año.

Si me lo preguntan o me dan a elegir, hay tres películas que adoro ver por estos días. Tres películas que me hacen sentir a salvo. ¿A salvo de qué?, se preguntarán ustedes. No sé… a salvo del tiempo quizás, a salvo por un rato de la muerte, o de la desesperanza o del miedo,  o de las peleas y escandaletes de las vedetongas en plena temporada marplatense.

A la primera la veía de chiquita como cinco o seis veces por año. Se trata de Un Cuento de Navidad (creo que es del ochenta y pico) basada por supuesto en el clásico de Dickens. Era la versión vieja, dirigida por Clive Donner y protagonizada por George C. Scott. La daban a cada rato y yo no me la perdía ni una sola vez. Me recontra cagaba en las patas en la parte en la que a Scrooge se le aparecía su viejo socio Marley, pero hacía de tripas corazón y la veía hasta el final, pasando por el fantasma de la Navidad pasada, el de la Navidad presente y el de la futura con los pelitos de la nuca parados y el corazón a dos mil. Era siempre el mismo ritual: me levantaba a la mañana, bajaba las escaleras de mi casa, me acomodaba en el sillón frente al televisor con mi vaso gigante de chocolatada y una porción generosa de budín inglés y ahí me quedaba, como una estatua, con los ojos como huevos mirando la película. Mi papá me instaba sin éxito a que saliera por ahí o que me fuera a la pileta o que hiciera algo que me diera un poco de color, pero yo nada, me quedaba adentro, blanca teta, esperando a que el pequeño Tim dijera su famosísima frase “Y que Dios nos bendiga a todos”. Era un momento mágico, repetido hasta el cansancio, gastado, predicho, remanido, casi sintético, pero si si, mágico al fin. Me hacía sentir como si de verdad algo sobrenatural estuviera pasando. Algo benévolo, compasivo, capaz de cambiarnos, capaz de convertirnos en otra cosa mejor. Esa emoción me sigue acompañando todavía, se resiste a abandonarme y eso me vuelve más infantil, menos cínica, menos mala, menos trucha.

La segunda película es El Día de la Marmota (Groundhog Day) o, como la tradujeron acá, Hechizo del Tiempo.  Lo que sucede con esa película es totalmente ridículo. ¡Siempre la pasan en Navidad y NO ES UNA PELICULA DE NAVIDAD!!!!!! Yo no sé si los pibes que están encargados de pasarla están fumados o renegados porque laburan en feriado o simplemente les importa un carajo, pero parece que, como la cosa viene con nieve y con Bill Murray, ahí nomás sale con fritas. Igualmente, siempre la agradezco. No me canso de ver al viejo Bill, levantándose todas las mañanas en el mismo día, aprendiendo a tocar el piano, esculpiendo en el hielo, haciendo las mismas estupideces, diciendo una sarta interminable de sandeces por minuto y enamorándose sin remedio de la divina y re copada Andie Mac Dowell. Es simplemente una de esas costumbres que uno agarra. Como en general la pasan a la siesta, la película siempre viene acompañada de unos matecitos bien amargos, en ojotas, con las persianas cerradas y el volumen bajo porque hay alguno durmiendo la siesta o la mona. Eso es todo. Una peli tranqui, con cero exigencia, mucho calor y generoso sentido del humor, algo que, por mi parte, podría repetirse tranquilamente hasta la eternidad.

Y, finalmente,  la que todavía me hace llorar aunque la vi ochocientascincuentamilmillones de veces y leí el libro otras tantas, es Mujercitas. La versión estrenada en el 93, de Gilliam Armstrong, con Winona Ryder, Susan Sarandon, Claire Danes, Gabriel Byrne y Christian Bale, más una intrigante, misteriosa y niña Kirsten Dunst. Todo este casting del carajo, más uno, dos o tres tipitos,  convierten este relato legendario, en una película viva, intensa y maravillosa.

La vi por primera vez en un cine acá en Buenos Aires. Fuimos un grupo grande, entre los que estaba un amigo de la infancia al que hace mucho que no veo. Uno de esos rebeldes eternos, provocadores, desafiantes, ocurrente hasta lo indecible y siempre muuuyyyy chistoso. Recuerdo que durante la escena en la que Jo se corta su preciosa cabellera, me incliné  para pedirle un trago de whisky de la petaca que él había logrado meter al cine en total contrabando. Para mi sorpresa, se le estaban cayendo las lágrimas. Lloraba en silencio, con su cara increíblemente joven y  hermosa, muy colorada, y le temblaba la pera de manera incontrolable. “¡Pobre Jo!” me dijo y yo me quedé totalmente anonadada.

Cada vez que veo la película pienso en la infancia, en mis amigos del pueblo, en los juegos, en los disfraces y, por alguna extraña razón, me dan ganas de festejar la Navidad, de abrir los regalos alrededor del árbol, de hornear tortas de vainilla, de bordar con guía en punto cruz, de escribir poesía de cuarta, de tomar café con leche con tostadas manteca y dulce, de embarazarme, de viajar por el mundo, de que mi viejo sea veterano de guerra y tenga barba, de cepillarme el pelo antes de dormir, de hacer el amor en silencio y avergonzada, de tener una estufa a leña, de abrazar a Mariela, de besar a mi hombre, de dormir afuera, en la galería de la casa grande, con mi abuelo…

Mujercitas me hace sentir melancólica, joven, bella. Me hace pensar un poco en la gente que se me murió,  en la gente que ya no veo tan seguido, en la gente que amé y no lo sabe, en los sueños abandonados, en el cine a oscuras, en los primeros besos y en la infancia loca.

La Navidad está llegando y si, aceptémoslo, estamos todos un poco copeteados y con la cabeza quemada. Pero, con una mano en el corazón, hay muchos placeres para aprovechar en esta época, mucha tela para cortar, mucho de dónde agarrarse.  O no me van a decir que no les encanta besuquearse, manosearse mucho, estrenar las patas de rana que recibieron de regalo en el arbolito y ponerse a mirar una peli, comiendo las sobras del pan dulce y picoteando el vitel tonné.

…de llamar a mi abuela que está re gagá, de regar las plantas, de andar por la casa descalza y con el pelo lleno de harina,  de poner flores en las mesas, de charlar con los vecinos, de tirar petardos, de fumar habanos, de cantar din din don, de besar a mis gatos en la panza gorda, de sentarme afuera a ver pasar la gente, de saludar desconocidos en la oscuridad, de tocar el timbre y salir corriendo… ¡FELIZ NAVIDAD PARA TODOS!!!!!!

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