A Sala Llena

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Un lugar mejor

Un lugar mejor

¿Se preguntan a menudo qué clase de personas son? Porque yo me lo pregunto constantemente. Me analizo mucho y me descuartizo parte por parte para ver si puedo arribar a alguna conclusión que no me decepcione del todo. Algo que de verdad me dé aliento y me deje mejor parada ante mi propia mirada. A veces llego a caerme verdaderamente bien. Pero la mayoría, me siento un tanto desconcertada en referencia a quién soy.


Supongo que, en principio, hay que ir abrazando la idea de que uno es muchas cosas, muchos animales y muchas gentes juntas. Pero a veces, me decepciona cuando las personas que me rodean y a las que quiero, no ven quien soy en verdad. En contrapartida y por supuesto, también muy seguido, agradezco a Dios por la misma cosa. Tratar de entender algo de mí es, generalmente, extenuante, pero aun así todavía no me rindo. Si hay algo a lo que me he acostumbrado es a no estar a la altura de mis propias expectativas, lo que me ha llevado acaso a no tener ninguna. Generalmente tomo eso como una mejora en mi carácter, pero a veces siento que, indefectiblemente, ese proceso está íntimamente ligado a la pérdida total de la inocencia y eso me hace sentir desencantada.

Tomo mucho placer de la vida, todo el que pueda, de hecho. Me gusta la comida, me gusta el sexo, me gustan los viajes, me gusta el amor en todas las formas que viene. Me gustan los regalos, me gustan los libros, me gustan los bombones, me gusta el mar, me gusta el sol, me gusta el vino, me gusta la música, me gustan las películas. Me gusta la belleza y la encuentro casi en todos lados. Pero a veces siento, que todo lo que la vida me da, que es mucho, me ha malcriado de alguna manera. Aun cuando he sufrido, y bastante, suelo creer que mi sufrimiento no es digno y que la forma en que elijo vivir mi vida tiene vicios destellantes de superficialidad y falta de servicio. ¿Pero no estamos destinados a que la vida nos saque todo? ¿No perderemos indefectiblemente todas las cosas que hemos amado en el camino? Y, si no es así, ¿no son esas cosas las que acabarán por perdernos a nosotros? Todos moriremos y a todos se nos morirán. Entonces, ¿no debemos tomar lo que la vida nos dé, hasta que ella misma considere que es tiempo de quitarnos? ¿Es esta conclusión la salvación o el camino hacia el desencanto absoluto? No lo sé, no lo sé, y me atormenta. Me atormenta demasiado seguido.

¿Quiénes somos, cuánto podemos dar, amamos bien, hacemos bien?

Las preguntas no cesan nunca y, salvo graciosas excepciones, las respuestas me evaden redondamente.

Para alguien con un ego mal manejado como el mío, estar rodeada de personas talentosas suele suponer un desafío, y como karmaticamente parece que me toca aprender de eso, estoy destinada a vivir con seres de talentos excepcionales. Es decir, no soy una completa imbécil, me maravillo por esto y me vanaglorio de encontrarlo primero que nadie, de verlo en lugares inesperados. Incluso me gusta mucho ponerme al servicio de ese virtuosismo y allanarle el camino. Pero no todo es rosa, a veces el talento ajeno me resuena en el cuerpo como una amenaza, como una especie de bomba de tiempo que me hace tic-tac en la cabeza y me reprocha cualquier pérdida de tiempo, cualquier demora en la concreción de mis objetivos, cualquier falencia en mi crianza, o falta de temple. Y es en esos momentos en los que me siento una redomada porquería. Un gusano pequeño, un parásito infernal, alguien oscuro, banal, sin propósito ni sentido.

Pero entonces pasan cosas que vuelven a abrirme los ojos a la parte buena de mi naturaleza y de la naturaleza de los demás y todo vuelve a tener color del bueno.

El lunes 8 de diciembre, a la noche, nos juntamos los muchachos que hacemos A Sala Llena a festejar los cinco añitos de este sitio tan maravilloso. Así que me bañe, me entalqué las partes, me puse mi perfume de coctel, algo de ropita y un poco de maquillaje y enfilé para la reunión. Y allí nos encontramos muchos de los que estamos embarcados en esta aventura y nos pusimos genuinamente contentos de vernos, de estrecharnos, de estar juntos. Había caras conocidas y caras nuevas, y todos estábamos de buena disposición para la conversación, la bebida y la comida. Y nos sentamos y nos pusimos a charlar y a ponernos al día y a reír y a estar amables. Era una buena hora. Era la hora de encontrarse con gente que ama lo que hace y a partir de ahí toca las vidas de las personas y modifica un poco al mundo para mejor. Gente linda, gente llena de sueños, gente que pone su talento al servicio de algo verdaderamente bueno. Algo que vive a fuerza de garra, pasión, compromiso y alegría de trabajar. Alegría de ver películas, amor por el cine y goce de compartir ese amor. Todos estábamos exultantes, por vernos y por la página que nos da lugar y nos deja salir al mundo para que nos vea y nos escuche.

Nos sentamos a la mesa a hablar cachadas y a reírnos. La verdad estábamos muy lindos, somos toda gente muy guapa y como estábamos contentos, más fuertes estábamos todavía. Me senté en uno de los extremos de la mesa y me puse un rato a mirar mientras hablaba con los chicos, y entonces me di cuenta, otra vez, de que estaba rodeada de talento. Hombres y mujeres de profundo y comprometido talento, que le dan su empeño a este lugar del que tengo la suerte de ser parte. Un lugar que crece bien, que crece para el lado bueno. Un lugar que bulle, que renueva la sangre y trae, más que nada, esperanza. A mí me salvó, de muchas cosas, y por eso me siento siempre agradecida.

A Sala Llena crece y crece. Y las personas que la crearon y la llevan adelante, la acompañan en su viaje y crecen también junto a ella. Hay una alegría profunda en todo lo que hacen y una voluntad real de llegar a otros y alcanzarlos. A veces me encuentro con desconocidos que leen mi columna y me atraviesa un aire por el cuerpo, muy distinto, muy hermoso. Un perfume de realización, de servicio, de gracia. Y creo que, secreta o abiertamente, a todos los que somos parte nos pasa lo mismo. Estamos aquí y queremos ser de utilidad aunque sea por un rato, brindar algo de alegría, algo que sale de nuestro corazón y busca el de otros con anhelado brillo, pero también con humildad. Y eso nos mejora como personas, nos hace un poco menos malos cada día. La idea de pertenecer a algo más grande que nosotros, que se desarrolla fuertemente, brindándonos su amparo, regalándonos la generosidad de sus frutos.

Me fui temprano. Había quedado con el Chuchi en que tendríamos una especie de cita esa noche, debido a que habíamos estado todo el fin de semana haciendo cosas por separado y sin vernos mucho las caritas. Habíamos planeado ir a cenar algo (yo seguí comiendo para variar) y después al cine. Por sugerencia entusiasmada de Maito y Weisskirch, me fui a ver Chef, la película de Favreau. Se las recomiendo fuertemente. Hace mucho que no veía una película americana con tanta alma. Es maravillosa. Vayan a verla antes de que la saquen de cartel. Ayer en el Villagge Recoleta no había mucha gente, así que apúrense, no van a arrepentirse.

A eso de las diez menos algo, antes de que me fuera, Matías Orta anunció una sorpresa para todos. Se apagaron las luces y entonces, junto a Tomás Luzzani, amigo querido y compañero de aventuras, nos mostraron cómo va a verse nuestra página en algunas semanas. Todo nuevo, ¡mucho color y mucha onda! Así que, a parte del cumpleaños, también estábamos festejando la nueva cara de nuestra página. Algo en lo que sé que se viene trabajando hace mucho rato, con mucho ahínco y con gran anticipación. ¡Todo fue muy lindo!

Y ustedes, todos, podrán festejarlo con nosotros. Festejar este crecimiento y este cambio. Un cambio renovador y feliz, que seguirá haciendo de este, un lugar mejor…

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