Un Profeta (Un Prophete, Francia, 2009) de Jacques Audiard
Crítica previamente publicada con motivo de exhibición en el 24º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.
A pesar de que los primeros minutos remiten a un típico drama carcelario, cuyos mejores ejemplos que recuerdo en este momento son las películas argentinas: Leonera y Unidad 25 (el primer plano es exactamente igual al de la película de Alejo Hoijman), Un Profeta, es mucho más compleja e inclasificable. Se podría decir que tiene puntos en común desde Sueño de Libertad, tanto como de El Padrino o Buenos Muchachos.
El argumento gira en torno a Malik, un muchacho de orígenes árabes que es condenado a 6 años de prisión, según se da a entender, por agraviar a un policía. Desde un principio Malik va a ser objetivo sexual de uno de los presidarios, y a la vez, será usado por los custodios, en el rol de sirviente.
Todo cambia, cuando los ojos de César, un poderoso mafioso, que maneja a todo el mundo (presos y custodios) dentro de la cárcel (y también fuera) se posan en Malik, para servirle de verdugo de un testigo que cumple condena, contra un policía corrupto amigo de César. Malik, cumple con el objetivo (acá aflora el homenaje al clásico de Coppola) y pronto se empieza a convertir en mano derecha y hombre de confianza del mafioso.
Audiard muestra la evolución de un criminal de poco monta, hasta convertirse en un sujeto importante dentro de la cárcel.
Atrapante, asfixiante, tensionante, fantástica desde todo punto de vista, Un Profeta combina elementos del film noir, el policial francés más el genero mafioso de forma extraordinaria. El prácticamente novel, Tahir Rahim, logra un trabajo descomunal, poniéndose la película en sus hombros; apenas un gesto, una mirada, una frase son suficientes para justificar la elección de Audiard. Acción, violencia y crudeza sin tapujos, pero sin regodeos. El director decide no hacer bajadas de línea demasiado obvias sobre el tema de la inmigración ilegal en Francia, pero tampoco evade el tema, al mostrar como viven las diferentes comunidades. Ya sean italianos, irlandeses, griegos, rusos o principalmente árabes. Sutilmente hace hincapié en la discriminación, pero nunca cayendo en la solemnidad o la corrección política. La elección de Audiard es no abandonar el género.
Pronto el protagonista se gana al espectador, que vive y sufre en su piel. Trata de razonar como él. Puede ser que tantos personajes secundarios con los que se va relacionando, terminen abrumando, pero la tensión mezclada con leves toques de humor e ironía son tales que el relato nunca decae durante las dos horas y media de proyección que sobre el final parecen quedar cortas. Audiard es un gran narrador, y como excelente guionista sabe crear personajes tridimensionales, que sienten, que dudan, que tienen más de una cara. El elenco secundario ayuda a generar esa credibilidad necesaria para acompañar al protagonista.
El punto fuerte de la película es que aún teniendo un protagonista moderno, es muy clásica en su concepción estructural. Y sólida. No le falta ni sobra una sola escena. El ritmo es tan arrollador que uno quisiera ver más. Pero Audiard, inteligente, la sabe terminar con un final soberbio, antológico, memorable e incluso sorprendente, por lo efímero pero efectivo. Esos que quedan grabados en la retina del espectador.
Implacable a nivel visual, Audiard combina largos planos secuencias con cámara en mano, con escenas de primeros planos y montaje constructivo. Miradas, diálogos filosos, que esconden otras palabras, sutilezas narrativas que sirven para explicar con imágenes simples, elementos que en términos discursivos quedarían redundantes. Cine básico.
Para encasillarla aún menos, Audiard le imprime una sutil cuota onírica – fantástica, que justifica el título y ayuda, a que la narración cierre perfectamente.
A esta altura, es indudable que Jacques Audiard con Un Profeta se corona como uno de los Maestros del nuevo cine francés.