(Estados Unidos, 2015)
Dirección: Jaume Collet-Serra. Guión: Brad Ingelsby. Elenco: Liam Neeson, Ed Harris, Joel Kinnaman, Boyd Holbrook, Bruce McGill, Genesis Rodriguez, Vincent D’Onofrio, Lois Smith, Lonnie Rashid Lynn, Beau Knapp. Producción: Brooklyn Weaver, Michael Tadross y Roy Lee. Distribuidora: Warner Bros. Duración: 114 minutos.
Los pecados del padre.
Y Jaume Collet-Serra lo hizo de nuevo. Desde el comienzo de su carrera, exactamente una década atrás, el director ha recorrido un camino prodigioso en el terreno de ese clasicismo que el Hollywood industrial contemporáneo decidió dejar de lado en pos de soluciones facilistas a nivel formal que eluden cualquier tópico candente de nuestros días, haciendo de la cobardía, los estereotipos y el individualismo más ramplón sus principales banderas de batalla. Con la excepción de Gol 2 (Goal II: Living the Dream, 2007), un film anodino y por encargo, sus primeros pasos lo impusieron como un artesano inigualable y muy astuto, léase las excelentes La Casa de Cera (House of Wax, 2005) y La Huérfana (Orphan, 2009).
Sin embargo nada nos podía preparar para lo que seguiría a continuación, un bagaje que hoy por hoy funciona como una trilogía maravillosa de thrillers de acción que reescribieron las distintas entonaciones que habilita el género: Desconocido (Unknown, 2011) ahondó en la vertiente psicológica, Non-Stop: Sin Escalas (Non-Stop, 2014) hizo lo propio con la paranoia de los secuestros aéreos, y la presente Una Noche para Sobrevivir (Run All Night, 2015) se encarga de la coyuntura suburbana y sus inclinaciones mafiosas. A esta altura podemos confirmar que la figura aglutinante de Liam Neeson no sólo establece un patrón en común sino que se erige en tanto semblante retro, acorde con las obsesiones del cineasta.
La premisa nuevamente es muy simple y en esencia constituye la mayor prueba del talento del señor en lo que respecta a la construcción de un andamiaje narrativo alrededor del viejo y querido “conflicto entre camaradas”: aquí la amistad que se fractura es la de Shawn Maguire (Ed Harris) y Jimmy Conlon (Neeson), el primero un cabecilla criminal y el segundo su sicario predilecto de antaño. Por supuesto que ambos salen de una suerte de retiro cuando Conlon -para defender a su hijo- asesina al vástago de Maguire, circunstancia que desencadena esa nochecita agitada a la que hace referencia el título, en la que la familia real debe saldar cuentas pendientes mientras que los vínculos laborales terminan de estallar.
El catalán administra con mano maestra el guión de Brad Ingelsby, quien viene de lucirse en La Ley del más Fuerte (Out of the Furnace, 2013), y combina con sutileza las secuencias de acción, el linaje de los policiales hardcore, una dirección vigorosa de actores, muchas tomas objetivas irreales de una Nueva York old school y un desarrollo de personajes sustentado en los fantasmas que despiertan la violencia, un pasado irresuelto y esos “pecados del padre”. Esta épica fatalista de los bajos fondos trae a colación toda la energía y la perspicacia de las mejores películas del rubro de la década del 70, aunque ahora aggiornadas al pulso altisonante y la coherencia ideológica que reclama el entorno actual…
Por Emiliano Fernández
En un momento de Una Noche para Sobrevivir, Jimmy Conlon (Liam Neeson) salta y se dobla el tobillo y Collet-Serra registra su caminata a lo John Wayne. Aquí Liam renguea por una caída y no lo hace para cancherear ni porque sus pies son muy chicos para su porte o por el peso de su cinturón como pasaba con John Wayne, pero hay en esa escena y en esa elección -o en esa casualidad- un posible tributo que encierra en ese mínimo gesto toda una idea de Collet-Serra y de la película: el fanatismo por el clasicismo y la idea de hacer westerns modernos disfrazados de thrillers. New York también está disfrazada y cubierta de tormentas eléctricas; no es la Nueva York careta del sueño liberal de hoy en día, sino una más parecida a la de las olas de crímenes y robos de antes de la tolerancia cero de mediados de los 90, y este disfraz sobre otro -porque también es el viejo oeste de Collet-Serra- es el universo físico donde se desarrolla la acción de este thriller o, como decían los chicos de antes para categorizar a los westerns, de esta “película de tiros”.
La estética general es una mezcla de neo-noir anfetamínico con movimientos bien hip a lo Google Street View. Al igual que en Non Stop, su anterior -y gran- película, el protagonista es un borracho venido a menos que está esperando que la calaca le dé pasaje al averno. Lo apodan “El Sepulturero” por la cantidad de tipos que se cargó en el pasado, pero de aquel sólo queda la leyenda: sigue en la mafia por simpatía y lástima de su amigo y jefe Shawn (un inoxidable Ed Harris). Los une también la historia especular de su relación con sus hijos, la de querer una mejor vida para ellos que la que ellos mismos tuvieron; el ascenso social a través de “mi hijo, el dotor” de nuestras clases populares trasladado a la mafia irlandesa de la gran manzana.
El mayor problema de esta nueva pieza de la -hasta ahora- trilogía neoclásica de Collet-Serra con su John Wayne moderno es el de ciertas decisiones poco arriesgadas que se contradicen con algunos aspectos de una propuesta que asomaba rabiosa y con simetrías adultas. A saber: si los policías están involucrados con la mafia, entonces los diálogos resaltarán que “también hay policías buenos”, y otros tipos de infantilismos. La figura del detective interpretado por Vincent D’Onofrio era suficiente para tranquilizar consciencias de derecha, no había necesidad de dialoguitos berretas. Lo mismo con los valores tradicionales; está todo ahí, en la puesta en escena: el poder de la heterosexualidad, la importancia de los hijos varones, las familias tipo, no había necesidad de subrayarlos. En Una Noche para Sobrevivir los excesos no son los disparos de salva sino la sensiblería apuntada a un público subnormal adicto al diálogo torpe para reforzar convicciones, cursilería innecesaria que por momentos da un poco de vergüencita. De todos modos, el director Collet-Serra y el guionista Brad Ingelsby siguen estando por encima de la media del cine industrial americano.
Por Ernesto Gerez