A Sala Llena

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Una película y una borrachera de Navidad…

Una película y una borrachera de Navidad…

Buen día gente menuda de la patria. En este jueves tormentoso, caluroso, bochornoso y lluvioso, yo les digo: ¡Buen día! Infantes eternos, correligionarios y magna doodles de la web… ¡¿Cantinero, qué pasa, mi plata no vale?!…

Estoy, como quien dice, un poco achispada desde anoche y la borrachera junto con  su correspondiente resaca se está haciendo  sentir en esta mañana tempranísima del recién estrenadito verano. Les cuento: mi  chuchi llegó medio cachuzo del laburo anoche, así que me quedé a cuidarlo, aún cuando tenía la cena de fin de año con mis amigas y la cosa venía de sushi, champagne y galletas de Navidad y prometía extenderse hasta largas horas de la noche.  Un poco embalada por el asunto, decidí que ya que me quedaba, festejaría con el bebé, aún cuando el pibe estaba al borde de volcar catanga. Pedimos parrillada, abrimos una botella de champagne y, como somos re locos nosotros ¡ja!, enganchamos Iron Man 2 en la tele. Cuando quise acordar,  ya estaba hablando pavadas. Le grité a la pantalla cada vez que apareció Mickey Rourke, no supe si hablé inglés o español durante toda la velada,  comí como dos kilos de ensalada de tomate y huevo, le dije cosas a mi marido del tipo de “nosotros somos compañeros, almas gemelas” y, sin más, me tiré a dormir ese sueño pesado y sudoroso de los borrachos,  que te pega el pelo a la cara y la almohada a la cabeza. No llegué a ver ni la media noche. Así queeeee… Ahora estoy totalmente atontada, pifiándole a las teclas y bostezando con una intensidad cuyo cono de succión, puedo decir, está abriendo una puerta hacia otra dimensión.  Pero ustedes sabrán perdonarme por eso, porque también están inmersos en el frenesí de las fiestas y sé positivamente que andan envueltos en luces para arbolito, borlas doradas, guirnaldas brillantes y estrellas de Belén.  Si, si, si, la Navidad llegó y ya estamos todos del bonete.

Esta columna debía ser muy navideña y cálida y dulce y llena de garrapiñadas y turrones y salutaciones por las Fiestas y muy, pero muy cariñosa. Adoro el ambiente de la Navidad, la decoración recargada, los regalos, la preparación de la comida, las tarjetas, las bebidas espirituosas y los besos de las doce de la noche. Pero no voy a hablarles de eso, porque con esta resaca ese barco ya zarpó, así que me voy a adentrar de lleno a chusmearles de la película que tenía reservada para ustedes.

Como ya saben, una de las cosas que más disfruto en las Fiestas, es la maratón inagotable de películas sobre la temporada.  Esta es la segunda Navidad que pasamos juntos, mis queridos amigos, así que ya conocen más o menos, cuáles son mis favoritas.  La de este año, tiene mucho que ver con este ánimo burbujeante y chistoso, con el que ando bamboleándome por la casa por estas horas. Una película que siempre debe verse con el corazón atenazado por la niñez perenne, o la borrachera recalcitrante para disfrutarla en toda su dimensión.

Mi Pobre Angelito (Home Alone) es, sin lugar a dudas, unas de las grandes películas de Navidad.

Por estos días, la Fox está pasando la uno y la dos. Yo enganché la primera el lunes o el martes, no recuerdo (mi estado es calamitoso y el gato me está tomando el café) y me la quedé viendo.  Automáticamente me puso en ese humor Navideño que tanto me gusta.  Soy de las tilingas que cuelgan banderines por la casa y ponen Papánoeles por todos lados, así que me acomodé en la cama y me puse a verla de nuevo. El film volvió a sorprenderme como lo hace siempre.

Mi Pobre Angelito se estrenó en 1990 con un éxito espectacular de taquilla en todo el mundo. Esta cinta, de Chris Columbus y con música del legendario John Williams, llegó a los cines y rápidamente se convirtió primero en boom y después en clásico.  Protagonizada por el niño prodigio Macaulay Culkin, secundado por dos monstruosos comediantes como Joe Pesci y  Daniel Stern en el rol de los maleantes, este film resulta absolutamente delicioso y remarcablemente original dentro del género de películas de Navidad.  Aún cuando tiene algunos de  los componentes más clásicos de la mitología de las Fiestas (un niño solo, padres ausentes al menos por el momento, dos vagabundos, un vecino tenebroso y algo de injusticia) que casi la vuelven Dickensiana, la pátina descabellada de la trama la convierte en maravillosamente nueva, dinámica y fresca. Es casi como ver una caricatura de la Warner volverse de carne y hueso.

Hay un millón de aspectos para destacar de esta película, pero arranquemos por la estética y el arte.  El diseño de producción estuvo a cargo de John Muto, mientras que la dirección artística la encaró Dan Webster. Con una elección más bien barroca y recargada, es este aspecto de la obra el que se encarga de instalar desde el plano uno, el espíritu de la Navidad.  El mobiliario y la utilería son abundantes. Hay cosas por todos lados. Casi no hay espacios para respirar dentro de la casa en donde es enmarcada la acción. La paleta de color pivotea de manera rimbombante en el rojo, el verde y el dorado, incluso en el empapelado de las paredes.  Hay plantas rojas y verdes por todos lados (las Estrellas Federales aparecen hasta debajo de las mesas) y los elementos dramáticos que se utilizan llámese vasos, tazas, servilletas de papel, sábanas, acolchados, toallas y la mar en coche, están casi todos enmarcados en la paleta de color mencionada. El vestuario también por supuesto. El pijama de Kevin (Culkin) es escocés rojo y verde y su bata de toalla es verde inglés lisa, bien pero bien navideña. Todo está milimétricamente calculado para causar un efecto eficaz y veloz: La casa es tan maravillosa que vale la pena defenderla con uñas y dientes.

Las actuaciones son soberbias. El elenco está tan bien elegido que parece dibujado a pulso sobre la cinta. El joven Culkin era increíblemente talentoso y se puso el film al hombro con la dignidad de un actor de trayectoria. Pesci y Stern son, monumentales. En los roles de Harry y Marv respectivamente, construyen dos actuaciones de la más pura comedia brillante hollywoodense. Hay líneas de guión que son lisa y llanamente inolvidables. Yo uso a diario muchas de ellas para enfatizar algunos puntos jajaja: “¿Dónde estás gusano del infierno?” es una de mis favoritas. “¡Somos los bandidos mojados, somos los bandidos mojados!” jajajaja “¡No me toque la cabeza!” jajajajaja, ¡son perfectas! John Candy como el chiflado rey de la polka estaba épico. Las escenas con él no tienen desperdicio. “Los alegres de Kenosha” si mal no recuerdo así se llamaba la banda, eran increíbles. La anécdota del hijo olvidado en la funeraria, de Candy, es absolutamente magistral, no se puede creer, por momentos parece que el tipo va improvisándola a medida que transcurre la escena. Es fantástico. Pero por supuesto, el film está repleto de escenas memorables: El playback de Culkin, bañado frente al espejo, con el peine y la loción para después de afeitar, la tarántula fugitiva sobre el estómago de Pesci “No te muevas Harry, no te muevas…”, los juegos con la videocasetera,  el coro de iglesia y el vecino espeluznante, el sótano tenebroso, el ventilador, el pegamento y las plumas sobre Joe Pesci, el soplete quema-cabeza “¡No me toque la cabeza!”, la plancha en la cara… Una cantidad sustanciosa de material inolvidable.  Pero lo más remarcable de todo, es el espíritu fundamentalmente navideño de la película. Está envuelta en la fantasía infantil que caracteriza estas festividades, sin esfuerzo y con profundo sentido de la magia casi posible.  Me recuerda un poco a los minutos cercanos a las doce, cuando todavía creía en Papá Noel y en la casa de mi abuela materna estábamos todos reunidos. Alguien siempre hacía titilar las luces  y, después, por un instante nos quedábamos a oscuras. Los chicos gritábamos como descocidos de miedo, de excitación y de alegría. Era maravilloso. Por alguna razón, este film me remonta allí, a la edad en la que todo era posible. No me pongo melancólica porque no he perdido esa idea, esa capacidad, por lo menos no del todo, pero es bueno sumergirse en películas que me lo recuerden. Tal vez sea por eso que me gusta tanto la Navidad y su seguidilla de films alusivos. Ya estoy un poco más sobria y, por ende, un poco más melosa. Me gusta mucho esta época del año por más marketinera y consumista que sea. Adoro la belleza que proporciona y adoro las intenciones ingenuas que lleva siempre consigo.  Es por eso que en estas Fiestas, les deseo que sean profundamente felices y que se la pasen rascándose a cuatro manos, abriendo regalos, mirando películas, besando tías sudorosas, bancando parientes y descociéndose de la alegría. Y, si tienen tiempo, re visiten este clásico de la comedia brillante americana, que llena la cabeza y el espíritu de un humor increíblemente infantil e inocente.

¡Salud amigos y Felices Fiestas!

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