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DOSSIER

Sobre “Vampiros” de John Carpenter. En el cumpleaños del maestro

“Dedicado a Bárbara, la mujer que amo y quien me inspiro para  escribir sobre esta enorme obra maestra”

El horizonte despierta con un sol que tiñe de rojo sangre un desierto desolado, así como despierta el cine cuando arranca un film con la primera toma. La cámara recorre la vastedad del paraje hasta arribar a una granja presuntamente abandonada por la humanidad y, a juzgar por lo que se viene, por el mismísimo Dios. En escena un tipo con binoculares observa detenidamente la desvencijada casona. Desde el inicio vemos el lugar, la situación y a su vez el mundo desde SU punto de vista. Su nombre es Jack Crow, un temible cazavampíros enfundado en cuero y lentes de sol negros. A su lado se encuentra Montoya, su mano derecha, amigo y compañero fiel en las sanguinarias cruzadas contra el maléfico. De una camioneta emerge el resto del grupo, incluyendo un sacerdote. Se preparan y, armados hasta los dientes, son bendecidos antes de dar rienda a la temible cacería. Más tarde nos enteraremos de que los cruzados son células bancadas por el Vaticano y que el grupo se completa con el cardenal Alba, quien dirige parte de las operaciones desde una iglesia  mientras Jack y su equipo se agarran a trompadas día tras día, noche tras noche. Esta vez no es la excepción: violan la soledad sepulcral del llamado “nido”, donde aparentemente descansan el sueño eterno los no muertos. La casa es una tumba, el silencio y la tensión parecen cortarse con fragilidad como solo una escena de suspenso puede expresar en su máxima perfección cinematográfica. Jack Crow (JC: JesuCristo o Jesús Cristo), líder y experimentado destructor, avanza a pasos de ninja entre muebles viejos, telarañas y polvo acumulado de años. Pero sus intentos por emboscar al enemigo son en vano. Ellos son quienes caen en la trampa de la araña y sorpresivamente terminan enredados en la tela. Los hijos de la noche,  hediondos y carniceros zombis sin alma, poco se parecen a los románticos vampiros de los clásicos de la Universal o la Hammer. Cero goticismo. Crow lo aclara un par de secuencias más adelante. Desmiente  la figura glamorosa y pintoresca  pero jamás su existencia en pos del cinismo del metalenguaje con que se expresa.

La lucha entre el bien y el mal se transforma en una virulenta masacre cuando vemos el salvaje accionar de los cruzados. Armas de fuego de todo tipo y calibre, flechas, estacas, lanzas; todo sirve a la hora de liquidarlos, faltó piquete de ojo y cartón lleno. La secuencia es dura, seca, concisa, impactante. Las horas pasan bajo un montaje clásico. Hacia el atardecer finalizan el exterminio y quedan extasiados con el botín: nueve vampiros cuyas cabezas se esgrimen como trofeos sobre el capó de un jeep. Pero Jack luce preocupado. Cuando Montoya le pregunta qué sucede, responde: “¿Dónde estaba el Amo?”. Jack evidencia así su carácter perfeccionista y observador. Por algo es el líder indiscutido del grupo. Cuando se alejan de la escena en sus vehículos, abandonados por la seguridad del sol,  vemos emerger de la tierra misma y al pie de un árbol las garras de una criatura de la noche, tal vez de ese Amo sobre el que  Jack nos alertó segundos antes. 

 

Así arranca Vampiros de John Carpenter (John Carpenter´s Vampires, 1998), quizá su última gran obra maestra estrenada en cines. Western disfrazado de horror gore (sin duda es el film más violento del director, aunque esta decisión visual implica un discurso), Vampiros es claramente una película sobre el fin del mundo, o más bien sobre el fin de una Era. Situada al borde del milenio pasado (1998) y barnizada con los miedos de la sociedad sobre lo que vendrá, miedos trasladados a la pantalla en forma de cine catástrofe (Impacto profundo, Volcano, Dia de la independencia, Twister, Armageddon, etc) o cine en general, el film es pura reflexión sobre el miedo a la muerte, pero principalmente a la muerte espiritual. La muerte de Dios. 

Lejos está de su trilogía sobre el fin del mundo compuesta por tres enormes obras maestras como lo son La cosa, El príncipe de las tinieblas y En la boca del miedo, ésta última curiosamente de 1994, muy cerca de ese “incierto” 2000. En ellas se profundizaba sobre el fin de todo, de lo físico, de lo material; el fin de todas las cosas tal como las conocemos. Vampiros, por el contrario ejerce su razón sobre la lucha en un entorno religioso, ligado al catolicismo y su sistema de creencias. Toda la obra está salpicada por referencias bíblicas, las cuales se funden con el poder del lenguaje simbólico. Para hablar de ello y su compleja construcción cinematográfica (la complejidad de un film se basa ciertamente en hacer transparente sus ideas y así activar las neuronas del espectador) tenemos que remontarnos al inicio, apenas comienza. 

El equipo se rige bajo reglas estrictas, las cuales deben seguir al pie de la letra en el momento de enfrentarse al mal. Reglas que jamás deben ser infringidas, lo cual expone el nivel de creencia que el grupo deposita en ello. Algo así como su propia “Biblia”, una que guía a sus creyentes en el camino hacia la redención. El líder, Jack Crow (ya habíamos aclarado la connotación de sus iniciales) es asistido por nueve hombres: siete cazadores más -incluyendo a Montoya, un sacerdote y el cardenal Alba. En el evangelio de Juan se nombran nueve apóstoles -aunque en algunos pasajes se diga que son doce- que acompañan a Jesús. Ese número se vuelve a replicar en el comienzo: matan a nueve vampiros, lo que puede reafirmar esta idea e ilustrar a la vez un espejo de sociedades opuestas pero similares (ambas deben actuar en secreto) y su “lucha” por sobrevivir en este mundo, siempre bajo el influjo de un mismo opresor (la iglesia). 

Por la noche, una vez que estos vuelven al motel donde se alojan, llevan a cabo una festichola con alcohol y prostitutas. Esta escena es clave: Allí hace su aparición Valek, temido vampiro Amo, el primero de todos, el más jodido y además creado por la Iglesia Católica. Tremenda masacre lleva a cabo matando a todos excepto a Jack, a Montoya y a Katrina, una prostituta a la que mordió (más adelanta esa mordida servirá para dar con el malvado). En un momento Valek llama a Jack por su nombre, por lo que el protagonista intuye una traición de su equipo. Esa escena puede ser interpretada como la traición de Judas a Jesús después de la última cena, cuando este y los apóstoles se encuentran en el huerto de Getsemaní. Se describe que los apóstoles se habían quedado dormidos, algo que en el film se puede interpretar como el estado de “guardia baja” que posibilita, en medio de la diversión, la irrupción de Valek. Pero quizás el elemento más fuerte es la dupla que componen Montoya y Katrina. La pareja forma un lazo inquebrantable que termina con el cruzado locamente enamorado de la no muerta.

Montoya y Katrina se refugian en un hotel. Ella, inconsciente, es maniatada desnuda en una cama, boca abajo o culo arriba según más les guste anatómicamente hablando. Él la vigila como quien celosamente cuida un botín millonario. No le pierde el ojo y se muestra cada vez más afectado por las emociones que siente. La puta, una ninfa cuyo cuerpo le sirve de lienzo para expresar belleza y conquistar,  deja al descubierto una serpiente tatuada en su cintura, justo por encima del culo. Carpenter no filma cuerpos en vano, por más lindos que sean: nos quiere decir algo. 

Alienados de la situación (deben permanecer ocultos), ellos son Adán y Eva desterrados del paraíso, apartados de este mundo por sus pecados. El Diablo (Valek) o La serpiente (tatuada en la espalda de Katrina) tientan a la mujer con el fruto prohibido, y esta al hombre que tiene a su lado. Ella es expulsada del mundo de los vivos y él de su deber  como cazador de vampiros. Más tarde Montoya también sufrirá el mismo tormento que su objeto de deseo. Se unirá a Jack para terminar con la cruzada, pero su condición lo obligará a seguir viaje junto a su carnívora amante,  escapando en lo que podría ser el final más melancólico que haya filmado el director. 

Con la ayuda del padre Adam Guiteau, su nuevo compinche, Jack debe evitar que Valek encuentre la cruz de Berzierz, la cual puede ser reutilizada para revertir el exorcismo que hace siglos lo transformó en una criatura de la noche y así poder caminar a plena luz del sol. Para eso necesita la sangre de un cruzado, por lo que deberá tomarla  del cuerpo de Jack y así llevar a cabo el ritual antes del amanecer. Mientras tanto, junto a Guiteau y un moribundo Montoya, el protagonista  intentará destruir el nido que alberga al mistofélico Valek. En parte lo logran, pero Crow es secuestrado por su enemigo y una horda de seres del averno. Para que el exorcismo funcione es crucificado, dejando en claro la utilización simbólica que carga la obra a sus espaldas. Montoya escapa como puede con su nueva novia y Guiteau se esconde en una tienda desierta, milagrosamente decorada con una itaca a la espera de volarle los sesos a quien cause problemas al entrar. 

En el cine de Carpenter los que intentan hacer el bien suelen despertar al mal involuntariamente,  o ser utilizados con malévolos fines. Es el caso de La cosa, El príncipe de las tinieblas, En la boca del miedo, They Live! y Christine. Vampiros no es la excepción ya que JC (Jack Crow, no John Carpenter; que si lo pensamos bien tiene su lógica) es la llave para que Valek y su sociedad secreta puedan caminar bajo el sol. Y es en este tramo del film cuando nos revela quién lo traicionó con un sutil beso, más doloroso que las palizas del mismísimo enemigo: el cardenal Alba. Él es Judas de este relato. Alba hace referencia al estadio que transcurre entre la luz del sol en el horizonte y su salida. Justamente el cardenal es un personaje crepuscular que traiciona a Jack por el terror que le produce pensar en la muerte debido a su avanzada edad y la pérdida de fe. Por eso firma un pacto con el Diablo (Valek); este le prometió vida eterna a cambio de la sangre del cruzado. Ese “Alba” al que hacemos referencia es la salida del sol, un nuevo día, un nuevo despertar, un nuevo “mañana”. Carpenter siempre se refiere la mentira como método empleado para adormecer a las masas, a un grupo determinado de personas o a un sujeto en particular. La mentira social deja al descubierto  quienes están al poder. Que Alba haya perdido por completo su fe siendo la presencia espiritual más fuerte del relato es una forma de ilustrar la incertidumbre de la sociedad y las instituciones frente al “mañana” que se avecina. 

JC es rescatado a último momento por el padre Guiteau, quien, armado y sin vacilar, luce terriblemente decepcionado al haber descubierto la identidad del traidor. Un verdadero deus ex machina. Montoya reaparece luego de sufrir un terrible y sanguinario ataque por parte de Katrina, al cual se entregó en cuerpo y espíritu. El ritual se ve truncado por los tres (¿Padre, hijo y espíritu santo?) mientras el sol en ese nuevo amanecer achicharra vampiros como lupa a las hormigas. Valek se esconde como puede, protegiéndose bajo un galpón destruido y casi en ruinas. JC toma la cruz de Berzierz con intenciones para nada amistosas, claro está, y lo encuentra en su escondite de cucaracha. El enfrentamiento final, como todo buen enfrentamiento, es a las piñas, no con palabras elegantes y agua bendita. Desde El Exorcista de Friedkin hasta acá y de acá a la eternidad, al mal hay que, literalmente, cagarlo a trompadas. El resto queda en el olvido. Consciente de ello, Jack le clava una cruz a su rival, sin dañarlo demasiado pero dejando en claro quién se la mete a quién, acaso impulsado por la rara costumbre de hablar de pijas erectas cada vez que muele a palos a alguien. Entendemos que la estaca es el elemento fálico por excelencia, ya analizado en La hora del espanto de Tom Holland. Acá Carpenter dobla la apuesta haciendo que la cruz sea un indiscutido, penetrante, santificado -si se quiere- y afilado falo. Al pobre Valek se la ponen de todos lados. Es entonces cuando Crow derriba una columna como última alternativa, al advertir que el chupasangre intentaba zafar nuevamente de la situación. Esta vez se las ve negras ya que con la luz del sol no se jode. En cuestión de segundos Valek es historia. JC se acerca a Montoya y, tras un conmovedor último diálogo, lo deja marcharse con su amante eterna. Pero se ganó un nuevo compañero y amigo, un tanto inexperto aunque corajudo hasta los huesos, quien le aclara que Dios siempre los ayudo desde arriba. Ese final abierto, nunca del todo feliz (como muchos en el cine de Carpenter), abre paso al nuevo milenio por venir. O como mencionamos antes, una nueva Era. Una era que pretende renunciar a las maquiavélicas instituciones (en este caso la institución católica) y dar paso a una posible nueva forma de creencia, incierta pero formada al menos por tipos que desinteresadamente –y como todo héroe, sea el icónico John Wayne o el torpe John Nada- intentan salvan al mundo una vez más de las garras del mal, incluso cuando hayan dado dos días de ventaja a un fugitivo vampiro amigo. El mal, aparentemente, nunca muere. 

© Daniel Nuñez, 2021 

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

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