Hablamos de una película “de época” cuando se sitúa en un pasado relativamente lejano, hace décadas o incluso siglos. Esperamos de tales películas un gran trabajo de escenografía y vestuario. Es uno de los atractivos del género: ver la Roma digital de Gladiador, el Titanic del film de James Cameron, los vestidos acampanados de Lo que el viento se llevó, las faldas escocesas de Corazón valiente, etcétera.
Pero esta reconstrucción de época tiende a limitarse a lo superficial, a recrear un look, a imitar fotos de archivo. Es más difícil –y por lo tanto menos común– representar la mentalidad de una época, las actitudes, las prácticas sociales. Es decir, rescatar no cómo la gente vestía sino cómo pensaba y actuaba. Pocas películas se animan a tanto. La mayoría se conforma con trasplantar personajes modernos, con políticas y filosofías modernas, a un entorno vintage. Sylvie’s Love, en cambio, intenta construir personajes tan de época como sus vestuarios.
El film de Eugene Ashe recorre una década, desde fines de los 50s hasta mediados de los 60s. Retrata el romance entre la Sylvie del título, la hija del dueño de una disquería, y Robert, un saxofonista del under neoyorquino. Tal como lo demanda el género romántico, hay amor a primera vista. Sylvie mira televisión en blanco y negro frente al mostrador de la disquería familiar cuando Robert, desde la calle, la descubre a través de la vidriera. Él se enamora de una. Y toma nota de la búsqueda laboral anunciada en la entrada.
No tarda en convertirse en colega de Sylvie. Y poco después, en su amante. Ella está comprometida, pero su novio está lejos, en la guerra de Corea. Y Robert está ahí nomás, en la disquería, y es joven y carismático. Y además toca hermosamente bien el saxofón tenor, casi tan bien como John Coltrane, el máximo exponente del momento. Una noche, Sylvie lo va a escuchar a Robert a un club de jazz. La cámara se enfoca en ella y su rostro es un sismógrafo que registra el momento exacto en el que se enamora de Robert.
A pesar de su melomanía, Sylvie sueña con trabajar en televisión. Pero entiende que es un sueño irrealizable: como mujer afroamericana en los años 50s, tiene pocos caminos disponibles. De hecho, considera que su vida ya está armada y empaquetada: su plan es casarse con su novio cuando él vuelva de la guerra y convertirse en una ama de casa. Sylvie lo admite sin bronca o tristeza, como se menciona un hecho asumido. Y sin embargo, hay algo en su mirada, en la falta de brillo en sus ojos, que sugiere: “Esto no es suficiente para mí. Quiero más”. Tessa Thompson (Creed, Thor: Ragnarok), en el papel de Sylvie, logra anticipar el futuro de su personaje sin dejar de encarnar su presente.
Robert, en cambio, ya está realizando su sueño, ya es el músico que quiere ser. Nnamdi Asomugha (Beasts of no Nation, Crown Heights) lo interpreta como un tipo recio y seguro de sí mismo, aunque torpe ante ciertas situaciones sociales. Habla mejor con su saxofón que con sus palabras. Y su ida y vuelta con Sylvie no está exento de errores y traspiés. Todo el proceso de seducción es parsimonioso. Hay mucho pudor, más intenciones que acción.
A Robert no le falta experiencia con las mujeres, pero su primer beso con Sylvie lo regresa a la adolescencia. Una noche, tras el recital en el club de jazz, la acompaña a su casa. Ella sabe lo que él siente por ella y él sabe que ella tiene novio. De todos modos, en la puerta, Robert le propone verbalmente un beso de despedida. Ella se lo niega y él emprende su retirada, cabizbajo. Entonces a Sylvie se le escapa un decisivo “Pero…” que será el inicio de su romance. Robert vuelve sobre sus pasos con toda la ansiedad y emoción del universo: no camina, da saltitos.
Sylvie’s Love no le tiene miedo a lo cursi. Y esto es clave, porque el objetivo de Ashe, como director y guionista, es transportarnos al Hollywood de los 50s, desplegar un melodrama tan genuino y lacrimógeno como los de antaño, sin ironías. Lo radical de su propuesta es que los melodramas clásicos trataban sobre blancos de clase media, no afroamericanos bohemios.
Ashe renueva un viejo género desde adentro. Cumple sus reglas argumentales mientras rompe con sus estándares socioeconómicos y étnicos. Y lo hace sin bajada de línea. Robert y Sylvie no son megáfonos del siglo veintiuno, no opinan como si tuvieran cuentas de Twitter o Instagram. Nunca dejan de habitar su momento histórico. Y esto determina cómo interpretan el amor y cómo imaginan sus roles como hombre y mujer. La mirada de Ashe, en términos políticos, es claramente moderna, pero no condena a sus personajes al anacronismo.
Es un equilibrio fino que también se aprecia desde lo estético. Sylvie’s Love evoca las películas de los 50s y 60s, pero sin emularlas ni caer en el pastiche. Las sombras del club de jazz, la iluminación teatral de la calle, el arcaísmo y la torpeza del primer beso, todo sirve para remitirnos al pasado. Pero son detalles sutiles, no una puesta en escena ampulosa.
Ashe es cinéfilo, no nostálgico. No quiere reconstruir o revivir el pasado sino instalarse en él para cuestionarlo y problematizarlo. Porque en ese pasado –y en esas películas de los 50s y 60s– los personajes afroamericanos como Robert o Sylvie no existían en el cine. Como tampoco existían sus amores y sus esperanzas. Sylvie’s Love, entonces, abre un pasado alternativo desde el cual pensar el presente.
(Estados Unidos, 2020)
Guión, dirección: Eugene Ashe. Elenco: Tessa Thompson, Nnamdi Asomugha, Ryan Michelle Bathe, Regé-Jean Page, Aja Naomi King y Eva Longoria. Producción: Eugene Ashe, Nnamdi Asomugha, Gabrielle Glore, Jonathan Baker y Matthew Thurm. Duración: 114 minutos.