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CRÍTICAS - CINE

Vidrios

Vidrios (Argentina,
2013)

Dirección: Ignacio
Bollini y Federico Luis Tachella
. Guión: Fernando Segal. Elenco: Ailin Salas, Iair
Said, Denise Groesman, Nahuel Viale
. Producción: Micaela Freire y Lucila
Friedlander. Distribuidora:
Independiente. Duración: 94 minutos.

Fragmentos
de un tejido

Quizá a más de uno se le venga a la mente,
mientras ve este film llamado Vidrios,
cualquier otro que también se divida en episodios y en el que los personajes se
muevan alrededor de un eje. Uno de esos ejemplos puede ser Café y Cigarrillos, ese proyecto en blanco y negro de Jim Jarmusch
en el cual todos parecían estar divirtiéndose mientras… tomaban café y fumaban,
por supuesto. En Vidrios, de los
directores Tachella y Bollini, casi todos los personajes parecen obligados a
mantenerse estoicos, lo que podría llevar a pensar que ese es el rasgo que
comparten todos los segmentos. Es un desafío mantener la atención direccionada
en el diálogo -que en esta clase de películas opera como motor de las
historias- porque la mayoría son intrascendentes. Y el problema no es la
intrascendencia o la apariencia catalítica que le aporta a las escenas -todas
las historias de Vidrios son
secuencias sueltas, como arrancadas de una narración más extensa- sino la pose formal
general, todo el tiempo se siente un cartel que dice: “esto es intrascendente
pero de tan intrascendente es trascendente”. El aliento de esta idea ya se
impone desde los primeros minutos, en esa charla abúlica entre los dos amigos,
con el whisky a un costado.

Sólo un par de episodios logran aislarse del
resto. En uno de ellos aparece Ailin Salas con toda su luminosidad: a pesar de
estar en una habitación herméticamente cerrada, como casi todos los episodios,
abre la escena cantando en francés. Podría haber terminado en eso, en el fin de
la canción y en una mirada con su partenaire que toca la guitarra, pero no,
nuevamente nos enfrentamos a los diálogos teatrales, a los gritos repentinos y
a las falsas progresiones dramáticas. El otro momento rescatable es el del
bonsái y nuevamente los actores son los responsables de sortear el tedio de los
diálogos a partir de sus recursos: gestos, silencios y miradas; es decir, cosas
que no están en el guión. Allí, en “Bonsái”, por llamar de alguna manera a este
segmento de la película ya que no hay paratextos más que los títulos de
apertura y cierre, se percibe una tensión sexual que se va apagando lentamente y
que dura un puñado de minutos. Lamentablemente hay otros episodios que tienen
un metraje idéntico o más extenso pero su peso, en capital tedioso, se sufre.

Diferencias. En Café y Cigarrillos el punto en común era muy simple, tan simple que
podía aparecer materialmente en todos los segmentos, no precisaba de nada más
para poner a dos o más personajes en una escena. Vidrios, en cambio, pretende establecer una conexión a partir de
una costura invisible (la idea de que todo puede estallar de la nada) pero como
esas viejas chismosas, no puede aguantarse el secreto, incluso cuando hace todo
un esfuerzo por sellar los labios, uno puede deducir sus intenciones. Así es Vidrios, una película ambiciosa, en el
peor de los sentidos, y que además quiere ocultar -no muy bien- aquello que se
muere por mostrar. 

Por José Tripodero


Las
confrontaciones en torno a las relaciones humanas

Vidrios es un
largometraje conformado por un conjunto de cortos que transitan una temática en
común. Cada una de estas breves historias se conecta entre sí mediante el
contraste entre las personalidades de distintos individuos, buscando siempre excavar
en lo más profundo de las relaciones humanas. A través de duetos -en su
mayoría- y tríos actorales se puede observar como en función de discusiones,
indiferencia o distintos puntos de vista para sentir la vida, se desarrollan
los conflictos.

Mediante cada una de estas escenas
-las cuales están separadas por un fondo de pantalla negra- es que se
desarrolla el film y esta idea intimista de exponer a los personajes a distintos
niveles de confrontación, ya sea en un plano físico o psicológico. Con ausencia
de música extradiegética, todo se produce en espacios únicos, cada corto
propone un solo escenario para dar pie a una especie de claustrofobia general.

A pesar de contar con varios logros
formales, ya que hay que decir que el film está muy bien tanto visualmente como
en lo que respecta a la puesta en escena, falla en cuestiones narrativas. A
medida que va transcurriendo cada una de estas historias, la obra se pone densa
y aunque algunos episodios estén mejor logrados que otros, la película en
conjunto resulta bastante tediosa y carente de chispa, lo que hace que la obra
decaiga por momentos y hasta desaparezca esa conexión temática propuesta en
primera instancia.

Aunque Vidrios busque una interesante exposición estética -que en
ocasiones encuentra- el film de Ignacio Bollini y Federico Luis Tachella se
compone de altibajos, de contrastes entre lo narrativo y lo formal que provocan
que la película nunca encuentre un equilibrio y de a ratos se pierda en el
concepto que propone en tanto obra cinematográfica.


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