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FESTIVALES

#VIENNALE2024 | Un viaje al corazón de los festivales de cine. Tercera parada

 “Un laboratorio de investigación para la destrucción del mundo”. 

Karl Kraus describiendo la ciudad de Viena de fines del siglo XIX

“Alguna vez declaré: ‘Me gustaría que el fin del mundo, si llega, me encuentre en una sala de cine’.“

Adolfo Bioy Casares

1. El pasado es un país extranjero

“The place I love best is a sweet memory.”

Bob Dylan – Workingman’s Blues #2

Alguna vez Cary Grant le advirtió a Peter Bogdanovich: “a nadie le importa que seas feliz”. El argumento del actor se basaba en que no todo el mundo es feliz (y está enamorado), y por lo tanto, es mejor guardarse ese tipo de confesiones para no provocar odios o celos. Así que no empezaré este texto diciendo que fui feliz durante los días de la Viennale, pero si tengo que aclarar que, al menos por esos días, me volvió la fe en los festivales de cine y la gente que los organiza. También, para ocultar mi alegría y entusiasmo, seguramente esta sea la más breve de las entregas de esta serie. Algo, la brevedad, que no nos ha caracterizado hasta ahora. Así que mejor empecemos.

En sendos reportajes publicados con pocos días de diferencia, y realizados durante su -hasta ahora- anual visita a la Argentina, Thierry Frémaux (qué mejor manera que cortar la alegría que hablar de él) repite una idea: “No hay un festival sin mercado y no hay un mercado sin festival”, primero lo hace en su charla con Diego Battle para elDiarioAr y luego en otra conversación, esta vez con Luciano Monteagudo para Página 12, en donde insiste: “No hay festival sin mercado, pero no hay mercado sin obras”. Ni Battle ni Monteagudo le preguntan sobre esa frase y su verdadero significado. Quizás porque conociendo al personaje y al festival de Cannes, no hacen falta mayores aclaraciones. El gran secreto de Cannes es que supo encargarse de crear y vender el hardware y el software de los festivales de cine. Mientras su Selección Oficial es un lugar al que pocos pueden aspirar, su mercado es un lugar en donde cualquiera que quiera formar parte del mundo del cine puede hacerlo con simplemente pagar una nada modesta suma de dinero. Simplemente con eso, dinero, el mercado está dispuesto a abrirles las puertas a cualquier comerciante. Lo cual suena lógico. Lo que no suena lógico, en estos tiempos en donde la expresión “neo-colonialismo” es utilizada hasta para vender hamburguesas (o algún alimento menos colonialista), el mercado de cine más grande de latinoamérica se continúe realizando a través del Marché du Film del festival de Cannes, es decir, a través de una organización europea. Entre todas las personas de valor que trabajan en el mundo del cine de toda la “Patria Grande”, productores, realizadores, etcétera, a ninguno de ellos, parece, se les ocurrió organizar un evento similar sin necesidad de pagarle al poderoso mercado de Cannes un dote para utilizar un “know how” de algo que es tan antiguo como el cine. Este año el mercado llamado Ventana Sur se mudó de Buenos Aires a Montevideo. Los motivos tuvieron que ver con las medidas del gobierno argentino actual en relación a su instituto de cine, pero principalmente, de nuevo, con el dinero. Más allá de las declaraciones y actos populistas de Thierry Frémaux (como la organización de la Semana de Cannes en la sala Gaumont. Un evento que le debe costar -más o menos- lo que una cena en Cannes) y los desaciertos del gobierno argentino, no es fácil saber los motivos de la mudanza. Si uno busca en la web de Ventana Sur, no encontrará allí ni siquiera quiénes son los responsables del evento. Ni hablar si uno trata de averiguar su costo. Los motivos de por qué los sufridos cineastas latinoamericanos prefieren pagarle a Cannes para hacer algo que podrían organizar entre ellos, para mi es un misterio. Pero para mí también es un misterio saber cómo la gente, algunos, ganan tanto dinero dedicándose al cine. Pero volvamos a la frase del principio: “No hay un festival sin mercado” dice y como buen villano de película, Frémaux repite la frase hasta el cansancio. Pero la verdad es que sí existen festivales sin mercados. Y suelen ser los mejores. Ya que la ausencia de mercado asegura que quienes asistan al festival lo hagan con una sola y revolucionaria idea: ver películas.

Y eso es lo que ocurre durante la Viennale, la gente va al cine y cuando se junta, lo hace para hablar de películas, en vez de andar buscando la forma de juntar más dinero. ¿Cómo logró la Viennale algo tan novedoso? Haciendo un festival como los de antes. Sin competencias (la hay pero es algo solo para películas austriacas), sin alfombras rojas ni grandes estrellas, con una programación cuidada, juntando a los invitados sin preocuparse por las jerarquías, editando libros, siendo amables con los invitados, con salas de cine de verdad (aquí tiene que ver la economía y que Viena es una ciudad que conserva su pasado) y cuidando a los directores y a las películas. En una época no tan lejana esas eran las reglas de los festivales y no la excepción. ¿Cuándo cambió todo? Vaya uno a saber. Quizás cuando empezamos a escuchar a las personas que creen que los festivales no merecen existir sin un mercado. 

Pero los motivos de mi felicidad (perdón) fueron más personales. No solo por reencontrarme con gente querida (como la argentina-austríaca Vera, responsable de cuidar a los invitados, quién me recordó que hace 14 años atrás yo le dije que mi sueño era conocer la Viennale), sino porque, como decía antes, el festival se encarga de que uno se sienta parte de una comunidad o al menos de un grupo de personas que disfrutan de los mismo o tienen algo en común. Esto en gran medida se debe a su directora Eva Sangiorgi, quien no solo está presente en las películas, sino que también se encarga, como buena anfitriona, de dedicarle su tiempo a todo el mundo, ya sea con unos minutos de charla o introduciendo a la gente. En la Viennale las fiestas y cenas son lugares de encuentro en donde uno simplemente asiste y la pasa bien. Confieso que en una de esas reuniones, en la cual los tragos eran gratis (imaginen el final de la noche), terminé retando a más de un realizador por tomarse tanto tiempo entre película y película, perdiendo años buscando plata en vez de filmar. (Si alguno de ellos está leyendo, aprovecho para pedirles disculpas). Pero principalmente mi alegría (perdón de nuevo) se debió a que a pocos días de llegar al festival recibí un mail en el que me invitaban, si mi agenda me lo permitía (ahora que mi tarea en los festivales es ser el marido de mi esposa y escribir estas notas para A Sala Llena, imagínense lo vacío de mi agenda), a presentar y realizar el Q&A (las preguntas y respuestas, bah) de una película. El responsable del mail era un tal Hellmut, y obviamente, mi respuesta fue que sí, que contarán conmigo para lo que necesitarán. Sin saber siquiera cuál iba a ser la película en cuestión. (La película en cuestión resultó ser Mondongo III: Kunst der Farbe de Mariano Llinás y la charla, me lo dijeron un par de espectadores a la salida, fue muy buena. Mérito del director y no mío, claro está). Ser tenido en cuenta por tus colegas es muy importante en una profesión en donde esto no suele ocurrir de manera muy frecuente. Y mucho menos a alguien que ya empieza a ver su trabajo y carrera por el espejo retrovisor. Ese gesto, y esos momentos antes y después de la película, me hicieron sentir querido y respetado. Que es algo bastante parecido a la felicidad. 

2. Mirar el mundo

Escuchen, les voy a contar una historia

Sobre un artista que envejece

Algunos intentan alcanzar la fama y la gloria

A otros les gusta observar el mundo, oh, oh

Daniel Johnston The Story Of An Artist 

En la ciudad de Viena aún se pueden encontrar cines antiguos conservados en perfecta forma y con altísima calidad de proyección. Todas las salas que utiliza el festival son salas de cine y no multiplexes ubicados en shopping malls. Algo que suena casi imposible en otras partes del mundo. (Aquí debería detenerme y contar más cosas de la ciudad, quizás lo hagamos en próximos textos, por ahora no). Esto hace que asistir a las funciones del festival siempre sea un placer. No es lo mismo recorrer un mall buscando dentro un cine que, ya desde la calle, ver que estamos frente a una sala de un cine. Decir “sala de cine” ya suena algo lejano. Y el placer es mayor si al ingresar uno se encuentra con un espacio como el Metro Cinema (METRO Kinokulturhaus) que no solo tiene un bello café en su hall, sino que también posee una librería dedicada exclusivamente a libros de cine. Un lugar de perdición para cualquier cinéfilo bibliófilo. Ahí se pueden conseguir los libros que edita el festival, como la colección llamada Textur, dedicada a directores actuales como Angela Schanelec, Terence Davies, nuestro Lisandro Alonso (a quien ya transformé en cábala y pienso nombrar en cada uno de estos textos) o Roberto Minervini, a quien está dedicado el número de este año y también los libros que se editan en colaboración con el Austrian Film Museum (una colección fabulosa) para acompañar las retrospectivas de cada año, esta vez dedicada a Robert Kramer. El libro de Kramer lleva por título Starting Places – A Conversation With Robert Kramer y consiste en un extenso reportaje realizado por Bernard Eisenschitz y una serie de ensayos del director. Es un libro maravilloso de un autor que aún, a pesar de los años, se sigue descubriendo. Quizás la película más emotiva y sorprendente que vi este año haya sido Walk the Walk (1993), una mezcla de ficción y documental (a esta altura a quién le importa la diferencia) tan triste como melancólica y poética, en el buen sentido. Sin embargo, a pesar de tantos y tantos libros, me dicen que el que estoy buscando, VIENNALE 60. ON FILM FESTIVALS, está agotado. Días después, en una breve y simpática visita  a las oficinas del festival, finalmente me hago con un ejemplar del libro en cuestión, al cual le dedicaremos más, mucho más, tiempo en futuras entregas. Por ahora volvamos al Cine Metro. Mi primera película en el festival fue en ese cine y a segundos de entrar me encontré con el mismísimo James Benning, quien se encontraba allí presentando su, por ahora, última película: Breathless (2023). Benning estaba sentado en una de las mesitas del café, absorto, mirando a la calle con una concentración máxima. Tanto que ni siquiera me animé a saludarlo y seguí mi camino hacia esos cientos de libros que me esperaban. Breathless, en su pequeñez, es una de las grandes películas del año, como lo son todas las películas de Benning. La totalidad de Breathless consiste en un solo plano de 86 minutos de duración en el cual vemos una ruta que atraviesa una geografía montañosa llena de árboles. La ruta gira a la derecha y al costado de ella los árboles crecieron más de los debido, a causa de esto un grupo de personas se encarga de podarlos. Un cartel nos indica que hay hombres trabajando. Las mismas personas, un rato después, una vez terminada su tarea, retiran el cartel. Mientras esto ocurre, cae la tarde, avanzan las sombras y se escuchan aviones pasar. Eso es todo. No hace falta más. Desconozco por qué la película lleva ese título, pero me parece bien aprovechar cualquier oportunidad para homenajear a Godard. Días más tarde, en la misma bella sala, veo los dos cortos póstumos de JLG presentados por sus últimos colaboradores. Benning, al igual que Kramer, observa al mundo. Es una práctica que los cineastas deberían retomar. 

3. Hombres con armas

La pregunta sobre la función y las perspectivas de futuro de los festivales de cine es difícil de responder en términos generales. Creo que se necesita plantear de forma específica y analizarla a partir de ejemplos concretos.

Hans Hurch – VIENNALE 60. On Film Festivals 

En una época, ya lejana, cuando la revista Sight & Sound se dedicaba a algo más que a servir de comparsa celebradora de directores famosos, o a punto de serlo, realizaban reportajes a gente como Hans Hurch. Aunque, también hay que decirlo, el reportaje solo se publicó en la web. Claro que hoy tampoco existen personajes como Hurch. O los que quedan ya casi no ocupan lugares de poder. La entrevista en cuestión llevaba el siguiente, y gran, título: “Duermo con una pistola debajo de la almohada”. Aún hoy me acuerdo de la impresión que me causó leer todo lo que decía Hurch, ya que eran problemas que empezaban a aparecer de manera alarmante en el mundo de los festivales. Y además, de su valentía para decir de todo y opinar de películas en concreto y de algunos festivales colegas. En la actualidad nadie se animaría a hablar en semejantes términos. Es más, si algún director de festivales hoy en día, digamos alguien como Cameron Bailey (CEO del festival de Toronto), utilizara la palabra “pistola” en un discurso dicho en público, estoy seguro que no tardaría mucho tiempo en salir a pedir disculpas. El reportaje en cuestión fue publicado originalmente en el 2011 y es impresionante notar que se trata, no ya de otra época, sino de otro mundo. Empecemos por las partes más livianas y divertidas. A la hora de hablar de ciertas vaca sagradas del cine actual, Hans decía:

“Scorsese no ha hecho películas muy interesantes durante 15 años, Wim Wenders no lo ha hecho durante 20 años, lo mismo con Bertolucci… Hay tantos cineastas que ya no me interesan.”

Y también, claro, se las agarraba con los nuevos autores que en ese entonces comenzaban a aparecer.

“Odio Shame (Steve McQueen, 2011). Creo que el tipo es un completo impostor. Hunger (2008) también es una mentira. En Shame todo está ahí: es perfecto, cada movimiento de cámara, cada luz. Y Fassbender es bueno, pero la película es un espectáculo erótico. No la quería en el festival. No muestro películas como esas y eso es algo por lo que la gente me critica.”

Incluso mi admirada Mia Hansen-Løve y una leyenda como Rivette:

“Tomemos como ejemplo a Mia Hansen-Løve: sus películas son absolutamente chic, propias de una niña francesa. No me gustan para nada.”

En un momento dado me gustó mucho Jacques Rivette, pero después me fui decepcionando cada vez más por las cosas que hacía.”

Hablar mal del cine de su propio país es casi un tema tabú para los directores de festivales. Hurch, sin embargo, decía lo siguiente:

“El caso es que estoy en una especie de lucha constante con el cine austriaco. Siempre es así cuando algo es cercano a vos. Para mí, a menudo lo que se considera cine austriaco es algo que tiene muchos clichés. […] No creo que el cine austriaco sea tan fuerte como se lo considera en los festivales. Hay algunas películas y algunas cosas que son interesantes, pero a menudo puedo oler el concepto detrás de esas películas, el de festivales y de las películas de arte…”

Hoy en día ni siquiera los críticos se atreverían a opinar de esa manera. Pero dejemos por un rato a los directores y sus obras y vamos a lo que nos importa, los festivales y sus problemas:

“Siempre estás luchando contra los sponsors, porque siempre quieren más y más. Hay cosas que son absolutamente tabú. Por ejemplo, en el auditorio nunca conseguirán poner algo en la pantalla. Los patrocinadores son como un virus, el dinero es un virus, se mete por todas partes y hay que tener cuidado.”

“El festival tiene cada vez más éxito, aunque también es una idea que no me gusta. Creo que hay que tener mucho cuidado con esta máquina de la taquilla. Cuando un festival crece, hay que tener cuidado de que no se haga demasiado grande. Hay festivales que me gustan mucho y que en un momento dado se vieron destruidos por esto. Rotterdam era un festival increíble; ahora es un ejemplo de festival que no tiene corazón, que no tiene una idea artística.”

[…] un festival como la Viennale no necesita una alfombra roja. Quizá otros festivales la necesiten, o crean que la necesitan, no lo sé. Es su decisión, pero no es necesario hacerlo. Sé que para los patrocinadores, los políticos y los medios de comunicación es bueno. Y hay otra razón para evitarlo: cuesta mucho dinero. Hay ciertas cosas que nunca haría, como darles transporte privado. ¿Para qué? Son todas personas que tienen mucho dinero y vienen con diez personas.” 

“No hay programadores. Yo hago toda la programación. Para algunos de los programas especiales y homenajes pido a gente que los organice, y tengo una red. Hay varias personas en diferentes países, pero simplemente me envían información y DVDs, o me cuentan algo. La gente que viene aquí – críticos, cineastas, etc. – me recomienda películas, porque conocen el gusto del festival. Tengo que tener cuidado porque la Viennale es mucho más que mi gusto, es algo diferente. Si hiciera el festival según mi gusto serían 20 películas cada año – o tal vez ni siquiera tantas. No hay 140 películas realmente buenas en un año, sólo hay unas pocas. Así que es mi gusto, pero también es el gusto del cine – que es algo más, algo más grande. La forma en que se programa la Viennale es muy inusual, porque no tengo a nadie que interfiera, que me diga qué hacer o qué no hacer. Si un distribuidor dice que puedes mostrar esto pero tienes que mostrar esto también, no muestro ninguna de las dos películas. Así que si hay algo bueno en la Viennale, es mi trabajo, pero si hay algo malo, también es mi trabajo.”

Y para ir cerrando, quizás la declaración más importante:

“Me alegraría que (la Viennale) fuera un festival que no hiciera daño a la gente. Suena muy defensivo, pero no lo es. Hay tantas cosas en el mundo que hacen mucho daño, y creo en una vieja idea de izquierdas: todo lo que experimentas te hace algo. Así que si bebes algo que no es bueno, no te hará bien. Si ves algo que no es bueno… Por supuesto que estoy simplificando, es más complicado que eso, pero soy muy instintivo en esto, creo que está en vos. No pasa a través tuyo, es una especie de contaminación. Y lo que quiero hacer es encontrar y mostrar películas, ser un intermediario entre las películas y el público, (películas) que no contaminen. Es una tontería decirlo, pero es lo que pienso.”

Retomo algo dicho antes: las opiniones de Hans Hurch pertenecen a otro mundo. Y el mundo cambió o está cambiando. Aunque quizás estos cambios sean un simple maquillaje, es un maquillaje que -casi- todos usamos. Por un lado, las personalidades fuertes (“estanislista”, se define él mismo en el reportaje) como Hurch ya van desapareciendo. Aunque aún quedan figuras de ese tipo a cargo de los festivales más importantes, gente como Alberto Barbera en Venecia, el siempre presente Frémaux, o José Luis Rebordinos en San Sebastián, pero incluso ellos también se aggiornaron a los tiempos y en todos los casos se trata de personas que están más cerca de su retiro que de una continuidad extendida en el tiempo. (Esta última frase suena como una maldad, pero no lo es, como alguna vez dijo el jugador de fútbol Jorge Valdano: “Es el tiempo haciendo su trabajo”). Hoy los festivales de cine ya no buscan esas personalidades fuertes para dirigir sus rumbos (que sean todos hombres es tan obvio que ni debería mencionarlo), sino a otro tipo de temperamentos y formas. Hoy la dirección artística de la mayoría de los festivales parecen estar formadas por comités y eso también se nota en sus programaciones. Quizás no seamos pocos los programadores que sigamos pensando que Steve McQueen es un estafador, pero ante la posibilidad de mostrar su nueva película estoy seguro que todos diríamos que sí y la incluiríamos en el la programación. Ese tipo de figuras fuertes también aseguraban el poder plantarse frente a los poderes políticos de turno, algo que también hoy cambió drásticamente y para mal. Lo que pasó en la Berlinale es una clara muestra de esto. Alguien con un cargo político dice que la programación de un festival tiene que ser diferente. Y ejerce su poder para que eso ocurra. Quienes suelen tomar las decisiones finales sobre las direcciones y demás temas de los festivales de cine son hoy en día políticos, o personajes relacionados al cine de maneras comerciales, a quienes en muchos casos ni siquiera les conoceremos la cara y de quienes tampoco sabremos si alguna vez fueron al cine o siquiera les gusta. Sin ir más lejos tenemos el ejemplo del festival de Mar del Plata, en donde hace años es un productor de películas (espantosas), sin ningún cargo en el instituto de cine, quien tiene más poder sobre el destino del evento que sus últimos directores o presidentes. (No me refiero a su dirección artística, estos personajes no pueden más que recomendar uno que otro título, no tienen la capacidad de afectar tanto la programación de un festival, solo un poco, a veces…). Es el inevitable signo de los tiempos. ¿En qué terminará todo esto? No tengo una respuesta. O mejor dicho, la tengo, pero es demasiado triste. Y además porque también espero que los cambios, alguna vez, sean un verdadero cambio y no el simple y eterno reemplazo de gente mala por otra peor. Quizás, algún día… 

Hans Hurch murió de un ataque al corazón durante un viaje a Roma en el año 2017. Una muerte similar a la de su colega Kim Jiseok, como conté en el texto anterior: un viaje al extranjero y el corazón roto. Parece ser el destino de quienes dedican su vida a los festivales de cine.

4. Un largo adiós

“Como dice un gran amigo mío, nunca en mi vida vi en un festival que alguien se acercara a una boletería a preguntar qué película es una premiere mundial para comprar un ticket…”

Maui Alena en su libro “La casa de los anfibios”, 

en charla con Carlo Chatrian

Una vez me dijo Fran Gayo, histórico personaje de los festivales de cine, pero también un gran músico y escritor, que siempre hay que despedirse bien de los festivales que se visitan porque uno nunca sabe si va a volver. En mi caso debería agregar que también hay que hacerlo porque uno no sabe si va volver a trabajar en ellos. Pero ya antes de escuchar esa melancólica frase, siempre me gustaron esos últimos momentos de los festivales. Ya desde los lejanos, lejísimos, días en los que el BAFICI se realizaba en el shopping del Abasto y los chicos que trabajaban en los cines ni esperaban a que terminara la última función para comenzar a cambiar los afiches de películas como, digamos, The Iron Ladies (Yongyoot Thongkongtoon, 2000) o Chicken Rice War (CheeK, 2000) para reemplazarlos por la nueva de Disney o la película hollywoodense del momento. Pero cuando uno es parte del evento es diferente. Por eso siempre que viajo a festivales tengo la costumbre de recorrer de noche todos esos lugares en los que brevemente uno fue felíz (debo reconocer que, más allá de sus programaciones, todos los festivales me gustan y en todos las paso bien, son mi debilidad, cuando ya no esté entre ustedes, esparzan mis cenizas en uno de ellos) y así ver por última vez esos espacios. Cannes se transforma en una playa llena de ancianos tan ricos como vulgares, Venecia en un lugar en el que uno se pregunta si realmente ocurrió un festival, en Valdivia me iría a vivir una temporada larga después del festival (hace frío, tienen buenas librerías y uno se puede comer un completo en la calle), Berlín y Viena vuelvan a ser las ciudades que siempre fueron y prefiero no imaginarme lo que debe ser Locarno sin el festival. En cuanto a los festivales coreanos, la ciudad de Jeonju es como mi segunda casa, conozco sus calles y lugares más que algunos coreanos, y es algo que me da cierto orgullo. Inutil como todos mis orgullos. Pero nunca había antes había visitado el festival de Busan, a la ciudad la conozco bastante y además es la patria chica de mi señora esposa. Pero en el festival nunca había estado, ya que sus fechas son muy cercanas a las del de Mar del Plata y eso siempre hacía mis visitas imposibles. Así que mi último día en el festival, que no era el último día del festival, realicé mi recorrido por las sedes luego de ver alguna película que ya no recuerdo. Si me acuerdo que esa noche llovió bastante y que en el cine al aire libre había una función. El Busan Cinema Center es el palacio del festival, un edificio enorme con salas y oficinas, que también usan otros festivales de la ciudad, y que funciona todo el año. En su sala al aire libre es en donde se proyectan películas populares o al menos que los programadores creen populares. Por ejemplo, este año ahí dieron Civil War (2024) de Alex Garland, que es una película que ya no sabemos si quedó muy vieja en el tiempo o demasiado adelantada. Pero sí que es muy mala. Esa sala, a diferencia de otros espacios similares, está pensada como un cine de verdad, con butacas y techo, ya que también se usa para la apertura del festival y sus alfombras rojas. Es decir que los cambios climáticos no afectan su programación, pero sí seguramente el estado de ánimo de los espectadores, ya que a veces el frío se hace bastante insoportable, recordemos que Busan es una ciudad marítima. Por todo esto, la organización coloca unas vallas para que los espectadores no pierdan su concentración con el paso del público mientras se proyecta la película de turno, y además para que nadie que no tenga entradas se quede mirando. Lo cual es una tontería, pero allá ellos. El vallado, obviamente, no alcanza a cubrir toda la pantalla, que es realmente enorme, logrando que los curiosos se queden un rato mirando para luego seguir su camino. Y eso fue lo que hice yo, en lo que sería la entrada y salida del público. Llovía cada vez más y, a pesar de eso, me quedé un rato en ese lugar que me permitía ver, al menos, un tercio de la pantalla. Se notaba que había mucho público y que era una película coreana. Pero al rato, una joven voluntaria se me acercó para indicarme que no podía permanecer ahí. El pedido era un poco absurdo, ya que por el horario, por la lluvia cada vez más fuerte, y por lo poco y nada que podía ver, era mejor no decirme nada y dejarme sólo por un par de minutos sin que nadie se entere. Pero como esos gestos de autoridad ilógica me suelen poner mal y me llevan a hacer todo lo contrario a lo que me piden (una actitud de la que no estoy muy orgulloso y que me trajo más problemas que alegrías), le pregunté a la joven por qué no podía quedarme ahí. Su respuesta fue, y la cito literalmente: “Por que es una premiere mundial”. Frase que, debo reconocer, me tomó por sorpresa y del enojo pasé a la risa, ya que la explicación de la joven voluntaria obviamente fue una frase que le dijo su jefe. A quien a su vez se lo dijo algún otro jefe, hasta llegar seguramente a alguno de los programadores, como si se tratara de un argumento que una vez dicho pondría fin a cualquier tipo de discusión y haría que los mirones se retiraran inmediatamente al conocer esa información. Antes de retirarme quise tomar una foto, lo cual puso aún más nerviosa a la joven voluntaria, quien empezó a dar saltitos y revolear sus brazos por sobre su cabeza al grito, nuevamente, de: “¡No!¡Es una premiere mundial!”. Inmediatamente le pedí disculpas y me retiré caminando despacito hacia mi hotel. Una vez en el subte busqué cuál era la película en cuestión que los afortunados espectadores estaban viendo por primera vez en el mundo y resultó ser RM: Right People, Wrong Place de Lee Seokjun, un documental sobre uno de los integrante de BTS, cuyo nombre verdadero es Kim Nam-joon, en donde se muestran sus días previos a su ingreso al servicio militar, que en Corea sigue siendo obligatorio, inclusos para los ídolos del K-Pop. 

En el camino de vuelta a casa (al hotel, perdón), no podía dejar de pensar con cierta ternura en la joven voluntaria y su frase. Lo cual me hizo acordar a varios directores de festivales latinoamericanos a quienes, como a la joven coreana, también he visto muchas veces dar saltitos, aunque de alegría, mientras gritaban a quienes los quisieran escuchar: “¡Es una premiere mundial! ¡Es una premiere mundial!”. 

Y así, hablando de Busan, nos despedimos de Viena. 

En nuestro próximo encuentro volvemos a Asia. 

¡Ah, festivales de cine! ¡Ah, humanidad!

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