Dos sólidas propuestas chilenas que reflexionan sobre el hecho teatral
Como la cobertura de A sala llena lo viene demostrando, el Festival Santiago a Mil es el evento teatral más importante de la región. Lo ha consolidado su atractivo programa, la convocatoria a obras teatrales de todas las procedencias, y la diversidad de las poéticas teatrales que llenan su grilla.
Recién llegado a la ciudad, encuentro una nutrida participación argentina (que he visto casi en su totalidad, en Buenos Aires). Un motivo para festejar, sobre todo porque la selección pone de manifiesto la enorme calidad del teatro argentino.En esta primera jornada (mía, pues el Festival llegó a su recta final) me detuve en dos trabajos chilenos: Un solo y Tratando de hacer una obra que cambie el mundo. Sin lugar a dudas, el comienzo no podía ser más auspicioso. La primera se representa en una de las salas del GAM (Centro Gabriela Mistral), un enorme edificio en donde la danza tiene un lugar preponderante. Dirigida por Bárbara Pinto e interpretada por Costanza Fernández, Un solo es una obra de danza eminentemente conceptual. El virtuosismo coreográfico cede (o –mejor dicho- se suspende) para abrir una serie de preguntas acerca de la representación del cuerpo.
Durante la obra, la performer jamás muestra su rostro, tal vez la principal marca de subjetivación en nuestra modernidad. Esta decisión no inhibe a la puesta de esbozar algún tipo de mirada sobre lo humano, sólo que lo hace a través del procedimiento de la copia. Al comienzo, el público ingresa a una sala oscura, que poco a poco la propia bailarina ilumina manipulando un interruptor manual. Más tarde, sobre un fondo de papel, delimita con un trazado a su propia sombra. Lo hace la suficiente cantidad de veces como para “dibujar” una serialidad de sí misma. Un solo no desarrolla muchas más acciones que éstas, pero son lo suficientemente concisas y contundentes como para generar una suerte de enigma acerca de cómo el hecho teatral incide y reincide sobre el cuerpo. En espectáculos como éste, en donde el sentido es tan opaco y depende tanto de la recepción, las interpretaciones pueden ser potentes y arbitrarias. A mí me ha parecido sumamente inquietante la proyección de esos cuerpos parados, como en protesta, finalmente en el piso, tal vez, atropellados.
Si Un solo hace del minimalismo su procedimiento rector, nada más diferente puede resultarnos la obra de la compañía La Re-sentida. Una suerte de espectáculo que vira de la utopía a la distopía con un ritmo vertiginoso, apelando al mejor humor físico y a una serie de diálogos de antología. Tratando… nos muestra a cinco actores que viven en un sótano, intentando imaginar una obra teatral que sea capaz de mover las estructuras sociales en beneficio de toda la humanidad. Al costado está la tumba de quien fue el líder del grupo, que en permanente fricción intenta llevar su legado a la realidad. Pero, ¿cómo hacer que lo utópico devenga real?
A partir de esta desopilante premisa, los actores indagan en las diversas formas para que el público reflexione y propicie el cambio. Las propuestas son varias: desde el estado de shock que significa humillar niños desnutridos de África, evocar la presencia de los muertos (entre los cuales figuran Martin Luther King y ¡Jesucristo!), hacer una puesta de Marat-Sade, y tantas otras ocurrencias.
Más allá del eminente sesgo metateatral de la obra (se mencionan estéticas teatrales, escuelas de actuación y varias personalidades del quehacer escénico), Tratando… merece ser pensada como un vibrante ejercicio de realismo crítico pero también como una deliciosa comedia no exenta de un toque negro que el público ha sabido celebrar. Y todo al ritmo de cinco jóvenes actores llenos de talento. No han cambiado el mundo, ¡pero cómo nos han hecho reír!