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CRÍTICAS

XX Festival Santiago a Mil de Chile: Adishatz / Adieu – Transarte

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Adishatz / Adieu – Transarte (Francia)

Dirección e interpretación: Jonatan Capdevielle. Jefe de escena y de sonido: Christophe Le Bris. Colaboración artística: Giséle Vienne. Iluminación: Arnaud Larisse/Patrick Riou.

Alrededor de media hora de canto a capela con una selección de las más famosas canciones de Madonna entremezcladas con los hits de la música disco más fervorosamente popular, emitidas por un joven con aspecto de francés, abre el espectáculo. Viste un pantalón de jogging azul, remera y campera de buzo gris melangé con capucha, que llevará puesta durante toda su interpretación. Está en el medio del gran escenario del teatro GAM (similar a una sala del Complejo Municipal General San Martin, en Buenos Aires) iluminado únicamente con luces blancas. Trae una latita de pepsi que luego deja en el piso, al costado suyo.

Sin dudas hay riesgo (lo que siempre suele ser algo bueno) en semejante presentación para iniciar una obra de teatro. Es por eso que escuchamos muy atentos, porque suponemos que en cualquier momento vendrá algo grande y genial, algo que pretende agarrarnos distraídos, y no lo vamos a permitir. Estamos muy atentos con cada nuevo fragmento de “Like a Virgin”, “La isla bonita” o “Jump”. Lo que sucede es que casi sin cambiar el tono un par de textos oscurcen bastante el clima: “pas le boíte de cacá, papá” (no la caja de caca, papá). Le siguen otras frases cantadas, como con tono popular, también en referencia a la temática de la sodomisación. Parece haber un sentimiento de desilución en toda la sala, pero creemos que hay cosas que sabemos que existen y con respecto de las cuales no debemos hacer oídos sordos. Es por eso que nos erguimos y seguimos prestando toda nuestra atención al espectáculo. Y ahora sí la escena se oscurese respecto de lo lumínico y hay un marcado cambio visual: hacia el fondo a la derecha observamos a penas visible como el mueble de un camarín. Es blanco con su silla, cajonera, su espejo y sus típicas luces de espejo de camarín. Allí nuestro actor francés se aposenta para relatar una historia familiar interpretando él mismo la voz de todos los personajes. Cuando llama por teléfono a su padre hace de él mismo y de su padre; cuando va a ver al hospital a un familiar internado, hace de él y de este familiar, etc. Su trabajo vocal imitativo es remarcable y nos recuerda un poco a nuestro fallecido Fernando Peña en sus inicios en la radio.

Pero aunque no necesariamente, un show escénico suele requerir algo más que un trabajo de imitación de personajes a través de la voz. Cosa que Jonatan Capdeville tenía claro. Después habría que ver si sabría crearlo con calidad y si esa puesta en escena no pecaría de mero relleno visual a su trabajo vocal.

Finalizada la escena del camarín del fondo, éste se da vuelta y el protagonista aparece transformado. Literalmente, con tónica transformista. Peluca rubia platinada, vestido negro con falda corta, medias de red y por supuesto muy subido a unos zapatos altísimos, llenos de un brillo que hacía juego con la pelota disco de espejos que toma en sus manos y pone en el centro de la escena. Después de un intento fallido de que al sostenerla esta reflejara hacia toda la sala lo que debería reflejar de tener otro haz de luz del lado de enfrente y no sólo desde parrilla, comenzará una caminata por el espacio escénico cual si estuviera en la pasarella. Situación que destrozaría toda esperanza ganada previamente de que la obra podía llegar a sorprendernos. A partir de ese momento el espectáculo fué irremontable, a pesar de su final algo inesperado con un intento de profundidad mediante la interpretación de música latinoamericana por parte de una troup de unos ocho muchachos que entran a escena en penumbras, mientras Jonathan esta alumbrado cual diva por un as de luz típico de las escenas de baile de Fred Astaire.

Antes de eso sucede una escena por la cual el protagonista, transvestido, interpretará unos tres o cuatro papeles en una disco, en una situación de borrachera de uno de los personajes, Stephanie, que es quien entonces cerramos respecto a la sinopsis que es la misma que estaba en la clínica: aparentemente su hermana, también maltratada por su padre.

El final ya relatado tiene bastante poco que ver con una historia de maltrato familiar, que por sobre todas las cosas no tiene porque justificar ni el trasvestismo ni la condición gay.

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