Dies Irae 5 Episodios en Torno al fin de la Especie (Italia)
Dramaturgia: Daniele Villa. Creación colectiva: Teatro Sotterraneo. Vestuario: Lydia Sonderegger. Diseño de iluminación: Roberto Cafaggini. Elenco: Sara Bonaventura, Iacopo Braca, Matteo Ceccarelli y Claudio Cirri.
Esta compañía de vanguardia italiana se encuentra compuesta por tres actores varones y una mujer. La obra tenía como eje central la temática que describe su título a lo largo de 5 actos. Mediante el uso de inteligentes maneras de modificar el espacio de un teatro, sin requerir de una gran producción, logran un espectáculo original, con chispa y que capta en todo momento la atención del público. Pero debe hacerse una salvedad, en todo momento pero en absoluto con la misma intensidad. Esto se debe al error de extender en el tiempo, en exceso, cada una de las buenas ideas que habían encontrado y que podríamos decir que eran precisa y únicamente cinco.
En el escenario vacío, colgado de parrilla en una hipotética pared de fondo, un letrero de luces rojo que es un cronómetro, comienza a ir hacia a trás en cuanto comienza la obra. Entra un muchacho, se para en el centro de la escena y le pregunta al público que qué es lo que quiere que haga durante el primer minuto del espectáculo. Una voz proveniente de las butacas le responde que quiere que se siente en el piso. Ya dudamos un poco sobre si quien responde es realmente parte de una audiencia verídica. Pero el espectáculo continúa y el muchacho nos explica que como el señor ha dicho que quiere que se siente en el piso, el lo hará. Y lo hace. Se sienta en el piso durante un exacto minuto que vemos en el contador y el hecho causa en el público el placer de lo nuevo y divertido. En este caso, la extensión de esa acción en el tiempo, hacía a la esencia vanguardista de la idea. Por lo que el espectáculo había comenzado bien. Termina el minuto y el muchacho se levanta y se va.
A partir de acá veremos los episodios que el título de la obra describe y que serán anunciados claramente por los actores de diferentes maneras. Entran en escena dos hombres vestidos como de austronautas con trajes completamente blancos y cascos más similares a los que utilizan ciertos obreros para la protección de sus rostros. Traen dos bolsas de las que sacarán elementos para armar la escena. En el medio se sumarán a ellos dos personas más, vestidas del mismo modo. Así, mientras uno extiende una especie de fondo para fotografías (papel de rollo blanco de gran extensión) y que formará una pared de fondo también cubriendo el piso; otro pega el papel sobre el suelo con cinta. Finalmente todos sacarán contenedores plásticos cilíndricos con un rociador, rellenos con pintura rojo carmín. Comienzan a hacer disparos de pintura por toda la pared del papel, pero el episodio propiamente dicho parece más bien dar inicio cuando uno se acuesta, el otro lo sostiene como cerruchándolo y el tercero o tercera emite un chorro de pintura roja hacia donde se supone y según la física iría a parar la sangre en el espacio, que por supuesto mancha de rojo el papel. De este modo generan situaciones de violencia por las cuales una persona comete una agresión sobre otra y esta sangra, unas veces mucho y otras menos, si bien en la mayoría de los casos las imagenes logran impresionar un poco, pese a ser la cosa muy artificial. La audiencia no saca la mirada de encima parece espectánte, interesada y sorprendida por el ingenio de la compañía, pero luego de un tiempo excesivo viendo la enorme cantidad de poses cerruchables con una sierra electrica, cortables con un hacha, etc., el agotamiento del recurso baja por completo la calidad que había propuesto la idea.
Al finalizar este episodio entra a escena un hombre vestido normalmente que describirá con exactitud lo acontecido en el episodio anterior, mientras los otros cuatro actores de la compañía cambian por completo la escenografía, que queda en negro, con una mesa con micrófonos. El director es partícipe de todo el movimiento y como el actor que explica a público no tenía un micrófono, al pasar le da uno, este continua con la descripción y el resto con el cambio escénico. Ese actor se va y quedan en escena un varón y una mujer que desde su mismo rol de actores haran de presentadores, para lo que será una especie de show con intenciones de ser 100% interactivo con el público. Con micrófonos en la mano explican a la audiencia que la consigna consiste en imaginar (“What if”) “qué hubiera sucedido, si”, determinado suceso conocido e importante en la historia de la humanidad, no hubiese sucedido. Y mientras dan un número telefónico, piden al público que envíe un sms con sus propuestas. A pesar de el público chileno ser muy conservador, se los ve escribiendo en sus celulares. Mientras, ellos dan un ejemplo con el integrante que queda del elenco a quien, como si no fuera del espectáculo le piden que se acerque y haga una propuesta. Con ella se generará una muy inteligente situación a la que se aludirá posteriormente. Este dice: “¿Qué hubiera sucedido si Hitler hubiera sido asesinado en su cuna?”. Hay risas nerviosas en la platea. Los presentadores le preguntan que cuál respuesta daría él. Este responde que necesitaría pensarlo un minuto, a lo que los presentadores acceden y pasan a mirar hacia el frente. El participante baja la cabeza como pensando mientras todos la subimos hacia el cronómetro (que nunca se movió ni se moverá de su lugar inicial, durante todo el tiempo que dura el espectáculo) y nuevamente nos encontramos con la situación de un minuto entero de espectáculo en “stand by”, lo que aunque con menos fuerza, vuelve a funcionar un poco. Cuando el minuto termina el participante responde: “No se hubiera creado el film Tiempos modernos, de Charles Chaplin, El ascenso y caída de Arturo Wi de Bertold Brech y así una enumeración de obras magistrales, que hacen a los presentadores mirar extasiados y sorprendidos al participante, mietras claro, el público estalla en mcuha risa (confusa y catártica). El “Episodio II” finaliza con la supuesta lectura de los sms, que notamos que no son los enviados por nosotros, lo que decepciona al público que se siente engañado, por lo que a partir de allí no volverá a creer en ningúna otra interacción que pretenda ser “espontánea”. Ya sabrá que todas ellas están preparadas. Lo que de nuevo le resta al espectáculo, en este caso, fuerza.
Para el “Episodio III” vemos entrar al mismo muchacho que describiría el acto I, para hacer lo mismo con el acto II, pero completamente desnudo. Mientras lo hace, la mesa del acto anterior es retirada y queda el escenario vacío en negro. Y mientras sigue describiendo entran a escena otro actor y la actriz, cada uno con cámaras fotográficas. Comenzarán a sacarle fotos a cada parte de su cuerpo, que mencionarán en voz alta. Así tendremos “pecho”, “pierna”, “pene”, “axila”, etc. En un momento la actriz, que está vestida, mete la cámara por debajo de su remera, saca una foto y dice “senos”. En otro un actor pasa corriendo, ella le saca una foto y dice “apuro”. Ella abraza y besa a su compañero, el tercero entra, saca una foto y dice “amor”, etc. En esto consistirá todo el Episodio III, también en exceso extendido en el tiempo, con la cantidad exacta de 53 actos fotografiados. Hacia un costado tenemos al muchacho desnudo tocando la guitarra como pretendiendo que esta le tape las partes, pero que nolo hace, lo que obviamente resulta simpático. La música ayudará a la escena, pero de todas maneras es el mejor ejemplo de rotundo exceso en el agotamiento del recurso porque además en este caso, la idea no era precisamente una genialidad.
Hay que destacar sin embargo la situación con Hitler que anteriormente mencioné que volvería. La actriz aparece desde patas de escena con un cochecito de bebé, como haciendole fiestas por ser muy hermoso y a eso se le suman los dos actores que estaban con la situación de fotografiar los actos. Uno de ellos le saca una foto y el otro saca repentinamente un revolver. La escena se detiene, los actores miran al público y se le pregunta a la audiencia: “¿Quién quiere que el pequeño Adolph, muera en su cuna?”. Este momento es sin dudas brillante, a nivel personal puedo decir que vale toda la obra incluso si todo el resto de ella fuera de peor nivel. El público, realmente nervioso esta vez, hace algunas risas por aquí o allá, silencio de tumba por otro rato más incomodo y unas tímidas tres o cuatro manos se elevan. Con este resultado los actores vuelven a mirar al carrito y entre sí y dicen “Adolf Hittler vivira”. La actriz-madre con el cochecito se va, terminando el recorrido que comenzó y en la platea sentimos una tremenda sensación de que el cuerpo pesa. Eso ocurre cuando un contenido que es transmitido en escena es oscuro. Porque claro, gracias a esta sencilla y simbólica escena, logramos entender con mucha claridad que todos los actos horrendos que han habido en la historia de la humanidad y de nuestra especie, fueron apoyados por nosotros. Es decir, por las mayorías. Hubiera sido interesante que un mensaje tan poderoso se hubiera podido explayar más. Es decir, que en el acto I se viera al hombre ser destrozado por el hombre, era un buen inicio, pero podría además haber generado esta relacicón, acerca del apoyo de las masas.
El acto IV vuelve a aparecer una escena con presentadores, se trata de una subasta de las siete maravillas modernas del mundo, simbólicamente colocadas con tierra en una especie de pequeño archivero de metal angosto como de 1.30 mts de altura, en el que cada cajón lleva el nombre de los diferentes patrimonios de la humanidad, como “La muralla china”; “El Coliseo”; también “El Louvre”, etc. Como en todo remate le piden al público que a partir de un precio dado levante la mano para a partir del pago obtener su adquisición. Alguien en la audiencia que sí parecía ser un simple chileno, levanta la mano. El precio era en bastantes millones y le preguntan que cómo va a pagar, si en “cash” o cheque. Este responde que en cheque, pero cuando se le pide que “lo muestre o entregue”, el participante dice que “se olvidó la chequera en el coche”. La gente se rie y la subasta continúa. Cada vez que nadie levanta la mano, toman un cajon y vuelcan su contenido, tierra gris, en un piso de plástico rojo en donde hace un efecto sonoro que acompaña la idea. La imagen que remite a “destrucción” es plásticamente interesante, pero no más que eso. Luego de muchas rebajas y de que nadie más levantara la mano, llegan a los 20.000 chilenos, lo que en pesos argentinos es un equivalente a $200. Una mujer levanta su mano, la felicitan, todos aplauden y le colocan la tierra del cajón correspondiente a la maravilla adquirida en una bolsita transparente con cierre hermetico que le alcanzan a la tribuna. Todos miramos la situación para ver qué es lo que hará la mujer. No entendemos bien, le preguntan si tiene el dinero, ella contesta que sí y lo muestra. Desde el escenario rien con aprobación y desde la platea por lo hilarante de la situación, pero finalmente la mujer le termina pagando este monto al juego, a la obra o al elenco (a modo de propina, por ejemplo). Y vemos al actor que realizó el intercambio subir nuevamente al escenario y guardarse el dinero en el bolsillo, como si nada. Este dinero aparentemente jamás se le devolvió a la mujer que tuvo opción, suponemos, de arrepentirse. En este caso, el público descreido pudo haber sido engañado nuevamente, pero al revés.
La música juega un rol interesante, habiendo ejecutado para diferentes momentos -como el acto I tan plásticamente violento- el famoso “Aleluya” por muy diferentes interpretes, incluído U2.
A pesar de su originalidad la obra se queda en un lugar bastante superficial. No provoca emoción, sino curiosidad, risas, alguna hilarancia y sólo la escena de Hittler es memorable y honda.
Sin embargo las buenas ideas de vanguardia trabajadas con profesionalismo, siempre valen la pena en teatro y mucho más cuando no requirieron de mucha producción. Porque lo que eso hace es mostrarnos que otro lenguaje es posible; y es posible para todos. Que otras ideas son posibles. Que otro mundo es posible; y para todos. …y eso, no esta nada mal.