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CRÍTICAS - CINE

Las Furias

Las Furias abre con un plano gran angular que muestra un cielo color pastel, el cual parece sacado de un intento de western pop que relee, visualmente, el género. La directora Tamae Garateguy casi siempre demostró tener una destreza visual por encima de la media en el cine argentino, aunque lejos de querer apoyarse sobre los géneros más tradicionales buscó, hasta ahora, tensar los límites de esas cajas pre moldeadas. Si sus experimentos anteriores sobre el terror (Mujer lobo), la acción urbana (Pompeya), el policial erótico (Hasta que me desates) y hasta la comedia más autoconsciente (el por ahora díptico UPA) llevaron al espectador más distraído de la comodidad de los géneros a la incomodidad producto de su estilo, en Las Furias podría llegar a encontrarse en un espacio mucho más confortable, más clásico en la operación de los recursos, en este caso, del western andino (si es que existe tal cosa).

Hay una historia de amor tormentosa, dividida por clases (él un indio huarpe y ella una hija de terrateniente pulpo e insensible) y como consecuencia un escape desenfrenado que deja a su paso mucho gore, algo de salvajismo y, por qué no, una escena de misticismo indígena que haría sonrojar a Oliver Stone. En el medio, para entender el encuentro de estos dos personajes, hay una apoyatura en el flashback que explica este melodrama entre Lourdes (Guadalupe Docampo) y Leónidas (Nicolás Goldschmidt), que no es más que un amor transgresor y trágico que representa la imposibilidad de la unión de dos mundos, el de una mujer blanca y el de un joven de una comunidad indígena. Lo que puede parecer la premisa de una novela de la tarde (de otro tiempo) se desploma cuando se hace presente el tono propio de Guarateguy, que estiliza la acción y le da peso a los cuerpos en las coreografías; una cualidad que ya había demostrado en sus películas anteriores. Hay, sin embargo, algunos traspiés narrativos que en ciertos pasajes naufraga en lo orgánico de las actuaciones, presentando asimismo desequilibrio entre los intérpretes. Un Daniel Aráoz más automático que de costumbre choca con la inexpresividad del protagonista, al que no lo favorece demasiado su baja estatura para adoptar el rol de héroe; esto se evidencia en el plano general del momento en que sale de la cárcel, porque hasta que se acerca a la cámara no se distingue si es un niño o un adulto. Las pequeñas imperfecciones conforman, de todos modos, una experiencia disfrutable en esta cabalgata por el interior profundo argentino y también por cierto cine criollo muy de primera mitad del siglo XX.

Hay cierto libertinaje que se mezcla con el exploitation de otro tiempo en el cine de Guarateguy, que invita a ver sus películas sin importar si luego resultan más o menos fallidas en la ejecución. Su pulsión por romper y reconstruir de una manera deforme las convenciones le otorgan un plus a estas historias, que en manos de otros (que además tienen más renombre en un pequeño circuito de festivales de género) se podrían volver  monótonas porque solo saben utilizar un papel del calcar, no sólo fórmulas, sino hasta películas enteras. Que aparezca una película razonable en el siempre problemático panorama del cine de género argentino, más aún desde una mirada femenina consolidada por una filmografía, es para celebrar.

 

 

Dirección: Tamae Garateguy. Guion: Diego Andrés Fleischer, Guadalupe Docampo, Nicolas Goldschmidt. Elenco: Guadalupe Docampo, Nicolás Goldschmidt, Daniel Araoz, Juan Palomino, Susana Varela. Productores: Sofía Toro Pollicino, Tamae Garateguy, Jimena Montoliva. Montaje: Catalina Rincón, Ignacio Masllorens. Fotografía: José María Gomez. Distribuidora: 3C Films Group. Duración: 71 minutos.

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