(Argentina, 2018)
Guión y dirección: Lautaro García Candela. Elenco: Matías Marra, Lautaro García Candela, Miguel García Candela, Shira Nevo, Guillermo Massé, Jazmín Carballo, Bruno Rivas, Rocío Muñoz. Producción: Juanse Segundo Alamos, Tomás Guiñazú. Duración: 70 minutos.
Buenos Aires nos pertenece
El título podría referirse a una persona, pero no hay ninguna en la película (por lo menos en su versión terminada) que pueda merecer esa frase. En cambio, el sujeto de tal amor bien puede ser Buenos Aires. Y hasta se podría ligar el título con un famoso verso de Borges, aunque no hay espanto en el film de García Candela. Sí, en cambio, una declaración de amor a la ciudad bajo la forma de una recorrida nocturna detrás de Francisco (Matías Marra), un veinteañero que busca una chica para salir y se encuentra con diversos obstáculos y distracciones.
La trama de Te quiero tanto que no sé no es muy intrincada. Es más bien rala, como si hubiera partido de un guión con más peripecias pero se hubiera terminado reduciendo a unos cuantos episodios no del todo conectados entre sí. Francisco empieza la película en el raro negocio de artículos para chicos que tiene con un amigo, después va a buscar a su hermano a una Unidad Básica y luego lo acompaña a pelearse con la novia que está con otro. Después se queda solo con la novia del hermano (gran escena de baile sentados), después habla con una tal Paula y queda en encontrarse con ella, pero en el camino aparecen jugadores de fútbol, vendedores de viejos rollos de películas argentinas, una visita guiada que pasa por la puerta del Nacional de Buenos Aires, una amiga que vive en la Boca, otra chica, una estación de servicio, un boliche, un auto que no anda, el amigo que le pide que vaya a una fiesta… En fin, no pasa demasiado, pero lo suficiente como para que transcurra la noche y Francisco termine solo, comiendo un pancho al aire libre cuando ya amaneció, con la misma expresión de desgano que exhibió desde el principio, aunque se trata más bien de un desgano desganado: sería contradictorio que en una película de emociones tibias, de sonrisas a medias, de clima templado y de atmósfera amable, el desgano fuese profundo, dramático, existencial.
La pieza clave en el dispositivo cinematográfico de Te quiero tanto son las canciones. Cantadas a capela por los actores o por el trovador callejero que interpreta con gran estilo Franco Guareschi, las canciones (baladas románticas, algún tema militante), le dan vida a la película, le agregan una verdad emocional a su fría elegancia. Son el complemento perfecto para las mejores escenas, las de Francisco con las chicas. Tanto en las canciones como en esos diálogos que parecen improvisados, hay un común denominador de libertad y encanto. Las canciones hacen pensar en Conozco la canción, menos por la función que tienen en el film de Resnais (aquí no son comentarios sobre la trama) que por el propio título: cuando alguien comienza a cantar una canción, los que están cerca la conocen y se suman. (Cuando Guareschi canta “Confesiones de invierno” de Charly García, convoca a una pequeña multitud.) En esos momentos que rompen la historia, que la hacen diluirse, creo que el director encuentra lo más personal de su estilo. Todo funciona como si la película original hubiese devenido en otra cosa, menos parecida a un guión filmado y más abierta a una irrupción del placer sensorial. Te quiero tanto sería una película mucho menos interesante sin su aspecto musical.
Como otras películas recientes, Te quiero tanto que no sé es una película de jóvenes porteños displicentes. Pero hay una novedad. Aunque podamos reconocer chistes secos a lo Rejtman, enredos a la Matías Piñeiro y hasta monólogos históricos a la Llinás, la ligereza de la película deja adivinar un discurso sobre ese cine y su mundo. Las canciones son el canal que comunica de algún modo el mundo del realizador con el de los personajes y, en ese sentido, la película plantea una notable y curiosa ambigüedad. En esas canciones que todos conocen y sorprenden por la exactitud de su aparición, García Candela ejemplifica una cultura que incluye desde la ideología política hasta el modo de relacionarse entre los sexos, desde un catálogo de vestimentas, alimentos y transportes a una inscripción en la historia del cine. Todos los personajes de Te quiero tanto hablan un lenguaje en común, conviven entre sí y con la ciudad de un modo análogo, celebraran su historia (que incluye sus espacios pero también sus sonidos) y ponen su homogeneidad de estilo por delante de sus diferencias sociales.
Película sin adultos, Te quiero tanto que no sé plantea la toma de una ciudad por parte de una generación, aunque de una generación sin entusiasmo. La película es comparable, por ejemplo, con París nos pertenece, pero aquí está ausente la carga sombría y ominosa del film de Rivette con sus conspiraciones y secretos. Al contrario, la particularidad del modo de ocupación generacional de la ciudad (desde luego, esto no es The Warriors ni Pola X) es, por así decirlo, suave y sin conflictos: aunque los protagonistas tienen las costumbres del nuevo siglo, no se apartan demasiado de las ideas políticas o los consumos culturales de sus mayores. Solo que tienen con ellos otra distancia. Cuando Francisco va a la casa de la tía de Macarena, lleva un rollo de película que contiene La civilización está haciendo masa y no deja oír de Julio César Ludueña, raro musical y película emblemática del underground radicalizado de los setenta. Ambos discuten en cuánto se puede vender la película del mismo modo que otras pertenencias de la tía que no les sirven de mucho. El pasado está ahí, es parte de la herencia, puede incluso coleccionarse, pero tiene para los personajes un valor de uso como el colectivo que los lleva a los distintos barrios. Marcos les enseña la ciudad a los turistas y les habla del Motín de las Trenzas o de las clases dominantes en los mismos términos que los militantes de otra época, pero con mucho menos énfasis, como si la sociedad ya hubiera dispuesto una verdad histórica y política universal para consumo de los que tienen esa edad y pertenecen a esa clase. Así es como esos jóvenes votan por el peronismo de un modo automático, pero nunca he visto una militancia menos fervorosa que la de esa Unidad Básica. Incluso, cuando en la puerta del Nacional de Buenos Aires, Marcos menciona las celebridades que asistieron al colegio, omite los nombres de Abal Medina o de Firmenich para evitar las asperezas o, más bien, exhibir esa unanimidad de consenso y sin discrepancias por las que valga la pena confrontar.
La ambigüedad aparece cuando uno se pregunta si García Candela hace suyo ese discurso de posesión de una ciudad que se les entrega con tanta facilidad a sus desganados protagonistas. ¿Qué ama de Buenos Aires el realizador? ¿La calles, las noches de verano, la lengua, la facilidad para habitarla? ¿El estilo de vida de sus personajes, la comodidad de una vida modesta y sin angustias, la fluidez de las relaciones? ¿En qué medida suscribe el discurso de sus personajes, aprueba su homogeneidad y su falta de energía, su incapacidad de diferenciarse entre sí, su aceptación de un discurso consensuado? En definitiva, ¿qué quiere decir ese “no sé” del título? García Candela acaba de dar un paso al frente como cineasta. Un paso elegante, inteligente, gracioso, que evitó además el amaneramiento que acechaba su proyecto (un amaneramiento cada vez más notorio entre sus colegas). Pero también fue un paso tímido, un paso coherente con la sonrisa de Francisco, tan parecida a la del gato de Cheshire.
© Quintin, 2019 | @quintinLLP
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