Terror sin cobertura.
Tanto en el mundo literario como en el cinematográfico Stephen King suele ser sello de garantía. Si bien algunas de sus adaptaciones para la pantalla grande no son clásicos inoxidables como Christine, La Zona Muerta o Cementerio de Animales, al menos logran ser películas interesantes dentro de ese universo de transposiciones entre el papel y la pantalla. Nada de lo descripto anteriormente sucede con El Pulso (Cell, 2016).
John Cusack y Samuel L. Jackson vuelven a colaborar en una adaptación de King, como ya lo hicieran en 1408 (2007), dentro de una producción que evidencia su bajo presupuesto a diestra y siniestra. Un film llevado adelante por un sinfín de productoras que en Estados Unidos vio la luz principalmente mediante las plataformas de video on demand: sí, el equivalente a una película “directo a video” de antaño. Todos los prejuicios respecto de este tipo de producciones son correctos en el caso de El Pulso.
Cusack interpreta a Clay, un dibujante que regresa a casa tras cerrar su primer buen negocio, justo cuando su aeropuerto de destino se vuelve un caos infernal. Un extraño mal comienza a afectar a aquellas personas que se encuentran hablando por su teléfono celular, conviertiéndolas en seres un peldaño por debajo de los zombies. La casualidad llevará a que Clay se una a Tom (Jackson) y Alice (Isabelle Fuhrman), quienes lo acompañarán en la búsqueda de su hijo desaparecido en Maine, el estado natal de King.
La historia en clave “survival apocalíptico” va perdiendo impulso conforme pasan los minutos e incluso la lógica interna tambalea escena tras escena. Cusack y Jackson en piloto automático hacen lo que pueden con el guión de Adam Alleca, en el cual también colaboró King desafortunadamente. Mención especial para el peinado de Cusack, con un look cada vez más cercano a Nicolas Cage y sus tupés bizarros. Si lo estaban esperando, lo confirmamos: tenemos a Samuel L. Jackson recitando un pasaje bíblico, como si fuese algo estipulado por contrato.
King es un hombre popularmente conocido por su desconfianza hacia el avance tecnológico en general y el crecimiento de la comunicación celular en particular. Su crítica apuntada a una sociedad cada vez más alienada -por aquello que supuestamente debería unirla- no tiene peso en esta adaptación, y convierte al film en uno más dentro del subgénero de terror postapocalíptico. Como si todo esto fuera poco, el final abierto a múltiples interpretaciones suma más confusión a una historia que nunca sabe qué hacer con todo lo que nos cuenta.
Alejandro Turdó | @aleturdo