Si hay un concepto clave en el cine de Paul Verhoeven es el del cuerpo humano. El cuerpo es el ancla a la verdad. El cuerpo es herido, es penetrado, es aniquilado. El cuerpo padece, pero también puede ser un arma, y el director holandés dio innumerables ejemplos a lo largo de su obra. RoboCop (1987) es el caso más literal, pero los mejores exponentes vienen por el lado de las protagonistas femeninas. Desde Greet (Ronnie Bierman) en Wat Zien Ik!? (1971), su ópera prima, hasta Katherine Trammel (Sharon Stone) en Bajos Instintos (Basic Instint, 1992), las mujeres del cine de Verhoeven supieron sobrevivir e imponerse sin temor a usar su anatomía, sobre todo en cuestiones sexuales. Elle: Abuso y Seducción (Elle, 2016) transita por esa vertiente.
Michèle (Isabelle Huppert), la dueña de una empresa de videojuegos, es violada es su propia casa por un intruso vestido de negro. Lejos de hacer la denuncia, fiel a su personalidad aparentemente fría y determinada, sigue con su vida. Sin embargo, comprende que todavía es acechada, y podría tratarse de alguien cercano a ella.
En su primer film francés, Verhoeven presenta un thriller intenso, que también permite explorar el costado prohibido de la sociedad burguesa y de la naturaleza humana en general. Una impronta que remite a la de Claude Chabrol, pero el holandés ya había incursionado en territorios similares al hacer El Cuarto Hombre (De Vierde Man, 1983) y Bajos Instintos. Y como es su costumbre, el director presenta situaciones de sexo y violencia, pero siempre con fines narrativos, que se apoya en la intensión de buscar el realismo más perturbador. Y el cuerpo, siempre el cuerpo, como elemento fundamental.
Asimismo, Verhoeven traza un paralelo sobre su carrera a través de Michèle: los videojuegos que se crean en su empresa son epopeyas de fantasía, repletas de monstruos feroces y heroínas ardientes. Para Michèle nunca se es lo suficientemente extremo, y lo mismo parece ser para P.V. en sus películas.
Isabelle Huppert es Elle. Su desempeño en cada escena constituye una cátedra de cómo componer a una mujer segura de sí misma que en realidad vive torturada por un nefasto pasado familiar y por un presente en el que debe lidiar con un ex marido del que no puede olvidarse del todo y con un hijo inepto, que para colmo la convierte en abuela. A primera vista, Michèle resulta sexual, arrolladora e inquietante, como los personajes que Renée Soutendijk interpretara en Spetters (1981) y El Cuarto Hombre. Es así, pero también tiene una relación fuerte con Agnes (Jennifer Jason Leigh) en Conquista Sangrienta (Flesh+Blood, 1985): cuando es violada por el forajido interpretado por Rutger Hauer, la muchacha convierte el calvario en placer, desorientando a su agresor, tomando el control de la situación. Michèle, de alguna manera, logra (o trata de lograr) invertir los roles con su agresor, pero incluso para ella todo se le puede ir de las manos. Porque Ella, al fin y al cabo, es ante todo una sobreviviente.
Elle confirma que Paul Verhoeven sabe plasmar su visión sin importar la geografía en la que le toque filmar (Holanda, Estados Unidos, Francia) y que las mujeres de su obra conocen mejor que nadie sus propios cuerpos y son conscientes de cómo valerse de sí mismas, sin importar el peligro que deban enfrentar.
Matías Orta
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