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CRÍTICAS - CINE

La La Land, según Matías Orta

Los films musicales del siglo XXI pueden dividirse en dos grupos: las adaptaciones de éxitos de Broadway o del East End, como Chicago (2002), Mamma Mia! (2008) y Los Miserables (Les Misérables, 2012), y las producciones originales que beben de hits de artistas de la talla de Los Beatles –A Través del Universo (Across the Universe, 2007)- y de musicales de antaño, empezando por Moulin Rouge (2001). Dejando de lado las películas animadas, no proliferaron las propuestas novedosas; faltan nuevas composiciones, nuevos íconos. La La Land (2016) llega para cubrir ese espacio, y logra mucho más.

Mia (Emma Stone) quiere ser actriz. Sebastian (Ryan Gosling) piensa abrir su propio club de jazz. Los caminos de estos jóvenes coinciden en Los Angeles, donde ambos sobreviven como pueden, sin perder de vista sus objetivos. Pronto surge un amor puro, un amor maravilloso, que será puesto a prueba por cuestiones profesionales y de la vida misma.

La La Land es una película romántica, no sólo por cuestiones sentimentales sino en el sentido más alemán del término. Mia y Sebastian son artistas, dan todo por consagrarse, por vivir de lo que los apasiona; se sienten ajenos a los convencionalismos y abrazan su verdadera condición, aun con los obstáculos lógicos que deben atravesar todos los aspirantes a la gloria: rechazos, frustraciones, inseguridades. Porque no todo aquí es idilio y brillantina: la realidad, con toda su dureza, nunca deja de estar presente. Pero el esfuerzo y la esperanza siempre son más poderosos. Emma Stone y Ryan Gosling son la encarnación perfecta de estos seres inspirados e inspiradores. La química entre ambas había quedado patente en Loco y Estúpido Amor (Crazy Stupid Love, 2011) y Fuerza Antigángster (Gangster Squad, 2013), pero aquí, y de la mano de grandes canciones y de coreografías inolvidables, logran explotar como nunca antes. Emma Stone, ya por sí sola, es la representación perfecta del espíritu del film: pura gracia a la hora de moverse, y con una rica gama de emociones durante las escenas intimistas.

El principal romántico de esta ecuación es Damién Chazelle. Su pasión por el cine y la música (se formó como baterista antes de concentrarse en las cámaras) ya se ven reflejadas y conjugadas en su ópera prima, Guy and Maddeline on a Park Bench (2009). Filmada en blanco y negro, y de manera independiente, presenta una historia de amor con artistas en un contexto de jazz, dentro de un estilo que remite a Shadows (1959), de John Cassavetes. El director siguió explorando temas como el talento, los sueños y el sacrificio, ahora desde un costado más oscuro -pero no menos fascinante-, en su guión de Grand Piano (2013) y en Whiplash: Música y Obsesión (Whiplash, 2014). La La Land le permite retomar ideas de Guy and Maddeline…, y las maximiza en grandes dosis de encanto, de color, de virtuosismo, de placer, sin esquivar los momentos de amargura y desolación.

El espectador más entrenado identificará múltiples referencias a los musicales clásicos –Cantando Bajo la Lluvia (Singin’ in the Rain, 1952), por nombrar apenas uno- y a grandes figuras (Fred Astaire y Ginger Rogers, para empezar), además de films del calibre de Rebelde sin Causa (Rebel without a Cause, 1955). Sin embargo, Chazelle logra integrar cada guiño a la historia, sin caer en el homenaje calculado para los más devotos, de manera que pueda ser disfrutada incluso por el público que quiere iniciarse en el género. Además, su entendimiento de estos largometrajes se traduce en su manera de filmar: el tamaño y la duración de los planos dejan apreciar el lucimiento de los intérpretes, quienes cantan y bailan de verdad. Los detalles Cassavetezcos reaparecen aquí durante las escenas más naturalistas, que retratan la vida en pareja de los protagonistas, con sus aspectos más incómodos pero siempre reales.

Al mostrar las desventuras de esta pareja y su vínculo con las obras y los valores de antaño, Chazelle habla de tradición y del funcionamiento actual del mundo de espectáculo, regido por cuestiones más comerciales. Sebastian mismo se debate entre seguir con el jazz y meterse de lleno en la banda de su otrora colega (John Legend), que mezcla diferentes estilos y goza de éxito popular. Lo que uno ama vs. lo que da visibilidad y estabilidad financiera. El romanticismo también aparece en esta subtrama.

Mención especial para Justin Hurwitz, músico habitual de Chazelle, que aquí también alcanza la consagración. “City of Stars” y otras hermosas canciones pasan a integrar el Monte Olimpo de las grandes composiciones del cine.

Lejos de ser elitista, alejada de todo videoclip, La La Land celebra los sueños, celebra luchar por los sueños, y sabe nutrirse de los clásicos para convertirse en un nuevo clásico por sí misma.

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 Matías Orta

orta@asalallena.com.ar | @matiasorta

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