(Italia, Francia, Estados Unidos, Brasil, 2017)
Dirección: Luca Guadagnino. Guion: James Ivory (Novela: André Aciman). Elenco: Thimothée Chalamet, Armie Hammer, Michael Stuhlbarg, Amira Casar, Esther Garrel. Producción: Emilie Georges, James Ivory, Luca Guadagnino, Marco Morabito, Howard Rosenman, Peter Spears, Rodrigo Teixeira. Distribución: Uip. Duración: 132 minutos.
El esperma del albaricoque
Cuando se adapta una novela al cine, suele ser útil pensar en ella como un cuento, y no como en un gran libro. El que sirve de base para Llámame por tu nombre relata una historia de amor emergente y que dura el tiempo de un verano, entre Elio, un joven cultivado hijo de arqueólogo y Oliver, un estudiante americano masivo y macizo que se instala, gracias a una beca veraniega, en la soleada casa de campo del norte italiano en la que pasa el verano esta familia cultivada, judía, francesa, americana, italiana y, visiblemente, rica. James Ivory y Luca Guadagnino echan mano con desenvoltura de toda esa armadura conceptual y simbólica, esa forma de añadir temas a los temas y que funciona bien en una novela sólida pero que, en un guion original, habrían resultado pesadas y pedantes. Mitología (una búsqueda arqueológica en un lago, del que se extraen viejas esculturas), religión (Oliver luce una estrella de David en el cuello que el joven Elio no se atreve a ponerse porque su madre dice que el judaísmo “hay que esconderlo”, pero que lucirá orgulloso porque su amado lo hace) y cultural (si los personajes bromean sobre Bach y Litsz, sobre Heidegger y con personajes que hablan de etimología y que se llaman Elio y Oliver (Elio, nombre judío que significa “dios es mi salvación” pero que lógicamente recuerda a Helios, sol ; sol y olivo, creo que no hace falta explicar mucho más…); en resumen (la idea es simple), esas cosas que yacen en el fondo y que un descubrimiento intelectual y sensual pueden hacer emerger (la solución de la adivinanza es obvia: el deseo homosexual, que en varios momentos de la película está puesto en relación con el mundo griego). Del resto, sólo conservan el cuento de un joven Elio descubriendo el sexo, cuento sin moral, sin mitología, sin apelar a nada fuera de la película misma, cuento de su cuerpo, narrado a través de sus juegos, sus giros al caminar, sus escapadas soleadas, sus masturbaciones, incluyendo una en la que, tras arrancar el hueso de un albaricoque, eyacula en su interior. Tras el sol del membrillo…
Esta reducción ad adolescens supone que toda la película sigue y se amolda a la perspectiva de su joven personaje, políglota, cultivado, inventivo, brillante aprendiz de piano. Es el riesgo (precisamente masturbatorio) de toda historia de aprendizaje: sólo cuenta de veras aquello que el personaje que debe aprender absorbe e integra durante ese proceso. Todo lo demás fluye a su alrededor resbalándole: la Italia de 1983 en la que se desarrolla la película, con sus historias políticas, la vida de los empleados domésticos, incluso la de sus padres. Lección: la desenvoltura, vuelta sobre uno mismo, roza el dandismo. De ahí que Guadagnino pueda pasar de lo brillante (el plano secuencia el la plaza conmemorativa de la Primera Guerra Mundial en la que Elio confiesa a Oliver no saber gran cosa “sobre las cosas que importan”) a lo cursi (su escapada entre cascadas y verdes montes filmada con publicitarias panorámicas). ¿La solución a este riesgo? El guion. El maduro Ivory (89 años) acude así al rescate del “joven” Guadagnino (46), confirmándose como la verdadera pareja de esta película y salvando la situación: el padre de un Elio devastado tras la obligada separación y toda la mitología que implica el fin del verano, le sienta en el sofá y le da una charla. Cada frase de ese monólogo va destinado a abrir la perspectiva de Elio y la de la película: su historia singular se vuelve, en boca del arqueólogo, universal. Giro emocional de guion que llega de forma perfectamente medida para cerrar la película. La habilidad del actor que interpreta al padre, es de disimular esta intención y hacernos creer que su monólogo no se dirige a nosotros, como es el caso, sino a su hijo. Buen resumen de una película en la que los personajes logran conocerse gracias a la cultura clásica pero que prefiere dirigirse a nosotros con música de Sufjan Stevens.
@ Fernando Ganzo , 2018 | @GanzoFernando
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