La resurrección.
Operación Skyfall no sólo representa la vuelta de Q a la saga -es su primera aparición desde que Daniel Craig encarna al agente 007- sino que también nos entrega a Javier Bardem como un villano claramente inspirado en el Guasón más oscuro, el que interpretó Heath Ledger. Bardem vuelve a ponerse en la piel del villano con un peinado estrafalario y esta vez platinado, aludiendo al Max Zorin de En la Mira de los Asesinos. Uno de los logros de la película es sin duda la construcción del villano: un personaje incómodo -que por momentos bordea el ridículo-, ambiguo, enfermo, retorcido y totalmente desquiciado con un plan siniestro: matar a M, que como bien dijo mi colega Rodolfo Weisskirch, es la chica bond de la película.
Este extravagante villano tiene dos grandes momentos: en el primero, Mendes se arriesga a mostrar la ambigüedad del personaje en su primera aparición, acercándose lentamente hacia 007 que se encuentra atado a una silla. Le desabrocha un botón de la camisa, recorre con su dedo las cicatrices de su pecho, su cuello y por último le acaricia las piernas. Esto, sumado al diálogo con doble sentido, contribuyen a crear esa sensación de extrañeza que causa el villano en el espectador. Su otro gran momento tiene lugar cuando se encuentra en la celda con vidrios transparentes: un Hannibal Lecter que nos brinda su trágico discurso, y la única vez que se recurre al maquillaje en un gran plano sin corte. Nunca más se utiliza ese recurso, porque Silva es un villano que no necesita nada más que su personalidad para sostenerse.
Si el personaje de Bardem funciona entonces como un Guasón, el de Bond tiene puntos de contacto con Bruce Wayne en un final donde la antítesis entre ambos no termina de explotarse y ahí está la falla: durante toda la película el juego que se construye entre los antagonistas pide a gritos un duelo final, que lamentablemente nunca tendrá lugar. Mendes resuelve la muerte del villano con un cuchillo por la espalda, convirtiéndola en una muerte fría y distante, despojando el momento de toda la espectacularidad y el absurdo que acompañan al personaje.
Antes de los (ya legendarios) créditos iniciales, Mendes nos introduce en una de las mejores escenas de acción del film. La película es un despliegue de elegancia, magnetismo visual y un ritmo narrativo muy fluído que comienza a decaer hacia el final. Con una puesta en escena muy cuidada y una fotografía impresionante: se puede apreciar sobre todo cuando se rompe el hielo y Bond cae al agua helada. Mendes utiliza el montaje paralelo para crear una gran escena de suspenso, que nos muestra a Bond siguiendo los pasos de Silva disfrazado de policía y camino al tribunal donde se encuentra M. Algo que sí logra combinar Operación Skyfall es lo “old fashioned” -en palabras de Silva-, con lo moderno: la colaboración entre Q y Bond, la música de Adele y el lei motiv de 007, la aparición del famoso Aston Martin DB5 pero con nuevos gadgets y asiento eyectable. Una entrega de James Bond que explora los orígenes del protagonista, tiene guiños para fanáticos y un villano singular.
Por Elena Marina D’Aquila