En una escena de Skyfall, Q. le da a Bond nada más que una pistola para salir en su misión. Bond se sorprende de que Q. (que es un nuevo Q., más joven y nerd) no le haya dado alguno de los gadgets ridículos que se le suelen dar. Y Q. le dice: “¿Qué esperabas? ¿Una lapicera explosiva? Ya no hacemos esas cosas”. Es en esta escena donde se ve a las claras la intención del Bond de Sam Mendes: para Skyfall, una lapicera explosiva, elemento que sirvió para una escena memorable a puro suspenso hitchcockeano en Goldeneye, es una estupidez. Los gadgets, que en toda la saga Bond sumaban a la diversión general, hoy son considerados una chiquilinada. Esa arrogancia; esa manera de intentar diferenciarse y ponerse por encima del resto del cine de acción, que Skyfall considera “para la gilada” aunque este mismo año haya tenido un exponente extraordinario en Misión: Imposible – Protocolo Fantasma, la antítesis de Skyfall, resulta muy molesta, y es un elemento que recorre toda la película.
Porque en su seriedad, en su solemnidad, en su absoluta falta de gracia, en esa sobreactuación excecrablemente oscarizable de Javier Bardem, Skyfall demuestra que es una película hecha por gente que detesta este tipo de cine y que, incluso, detesta a la misma saga a la que pertenece. El personaje emblemático a la hora de parodiar al cine de espionaje (porque Austin Powers vendría a ser una meta-parodia) fue convirtiéndose, a partir de Casino Royale y con la incorporación de Daniel Craig en el papel principal, en un personaje algo más serio. Pero si Casino Royale funcionaba como película de acción gracias al oficio de un director como Martin Campbell (en Quantum of Solace no funciona nada pero también es verdad que se trata de una película en extremo intrascendente), el Bond de Mendes mantiene las escenas de acción al mínimo -más allá de una divertida escena secuencia inicial donde tal vez tenga más que ver Alexander Witt, el director de segunda unidad- y la gravedad y el tedio al máximo hasta desembocar en un final torpe y mal planificado que dice “volver al pasado” pero demuestra desconocer totalmente en qué consiste ese pasado. Esta gravedad se extiende incluso a una de las “chicas Bond” de la película, un personaje unidimensional que, como salida de una película de Iñárritu, fue esclavizada sexualmente a sus doce años de edad.
Había dos posibilidades frente a la noticia de que un director como Sam Mendes (para mí uno de los peores de los últimos tiempos) iba a hacer la nueva de Bond: que su mano no se notara y que por fin pudiera relajarse y salirse de su cine pretencioso y altisonante -algo que había logrado en la discreta Away We Go– o, al contrario, convertirla en otra de sus pesadísimas películas. Desafortunadamente, Skyfall parece una película de Sam Mendes.
Por Juan Pablo Martínez