EXCESOS DE RESPONSABILIDAD
En un barrio donde los cortes de luz son de lo más frecuentes, Joaquín (Félix Santamaría) tiene la habilidad de poner en funcionamiento cualquier electrodoméstico con la simple acción de tocarlos. Si bien no le toma mucho tiempo, el tamaño y el consumo de los aparatos implican una variación importante en la energía que él necesita para reactivarlos. Como es de esperar, y al ser sobradamente solicitado por sus vecinos, Joaquín cobra por los servicios que le aporta a su comunidad desplazada en las tinieblas.
Cualquier alma melancólica que haya convivido con los primeros años del canal Nickelodeon a una edad temprana será recibida con una melodía muy familiar, una reversión de “Hey, Sandy” de Polaris: canción que acompañaba al opening de Las aventuras de Pete & Pete. Lo que, posiblemente, a quienes nos hemos familiarizado con la serie nos lleve a asociar el don de Joaquín con los de dos protagonistas secundarios de dicho material. Hablamos de la madre de los muchachos -quien contaba con una placa metálica en su cráneo que le permitía atraer relámpagos y hasta emitir señales de radio- y Artie, el autodenominado hombre más poderoso de mundo, que ayudaba al Pete más joven y sus cercanos a superar conflictos mayormente físicos. Que todo esto haya sido tenido en cuenta o no para Chico eléctrico nos atañe muy poco.
Sí resulta fundamental destacar el despliegue técnico. Con su montaje, su acabado visual y sonoro y su manejo de encuadres nos es muy difícil brindar una devolución displicente. A esto sumemos que Ingrid Pokropek, directora y guionista del cortometraje, impone una destreza narrativa excepcional al presentar a su protagonista -desde el primer minuto- como otredad en sus círculos sociales, que siempre realiza actividades con total naturalidad, pero sin perder su condición anómala: algo raro y fantástico, para quienes miramos el relato; algo completamente natural y a la vez extraño, para quienes requieren de sus habilidades.
Joaquín tiene un superpoder que se puede aplicar en beneficio de las necesidades de una mayoría. Y como suele pasar en este tipo de historias, tarde o temprano, estas necesidades se complotan en contra de los intereses personales del portador de esta cualidad salvadora. ¿Se puede hablar de abuso por parte de sus empleadores si el joven recibe buen dinero por su trabajo? Un poco, tácitamente, se lo pregunta el corto con las situaciones en las que expone al protagonista.
Va a parecer que empezaremos a reclamar que Chico eléctrico carece de conflictos rigurosos. Nada de esto, la colisión de intereses está bien planteada y, como bien señaló Agustín Masaedo en la introducción virtual de Bafici, suplicar por personajes entrañables, cuando la obra se centra en las vicisitudes que implican el uso de una cualidad insólita en un contexto altamente demandante, resulta una queja, por demás, vacua. Aunque sí se siente como una especie de prueba de concepto que no tiene la menor intención de serializarse y tal vez demandaba un relato más distendido.
No es que tenga la obligación de ser continuada. De hecho, su falta de compromiso en cuanto al esclarecimiento de los orígenes de este poder en un muchacho común y corriente y sus soslayados roces con la ciencia ficción son algunas de las grandes fortalezas de Chico eléctrico. Ser un relato reservado -en términos geográficos y en relación a las motivaciones y maneras de vinculaciones entre personajes- es otra de sus virtudes. “¿Está incompleto, le falta desarrollo a sus problemas planteados, o más puntos de giro?”; “¿Se trata de un concepto extraordinario que no se ejecutó del todo?”. Varias como estas son preguntas tópicas que nos suelen llevar a la nada misma.
Tras dos visionados, este cortometraje de Ingrid Pokropek nos ha dejado con más vacilaciones que valoraciones concretas. ¿Hay algo que solucionar en su cualidad de narradora? Nuestra impresión más latente es que una historia como esta y un talento como el que hay detrás de cámaras requiere del formato de largometraje. De momento, estamos a la espera de sus próximos trabajos. No sobra decir que merece la compañía del equipo que estuvo presente para esta ocasión, como tampoco se puede negar que los recursos del relato en sí mismo se distinguen por su espontaneidad.
© Lucas Manuel Rodriguez, 2021 | @LucasManuel94
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(Argentina, 2021)
Guion, dirección: Ingrid Pokropek. Edición: Miguel de Zuviría. Elenco: Félix Santamaría, Violeta Postolski, Jorge Pokropek, Lena Solesky. Producción: Juanse Alamos, Iván Moscovich. Duración: 28 minutos.