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28º Festival Int. de Cine de Mar del Plata – Día 5

28º Festival Int. de Cine de Mar del Plata – Día 5

Miércoles 20 de noviembre.

El festival llegó a su punto exacto, como una fiesta cuando comienza a ponerse buena.

Las secciones competitivas ya empiezan a dar una idea de posibles premiados, mientras que las retrospectivas y los nuevos trabajos de directores consagrados, como Johnnie To, no dejan de llenar salas.

Hablando de consagrados, hoy fue el Día Bong: el cineasta coreano Bong Joon-ho dio una conferencia de prensa y una charla antes una multitud. Tras una muy interesante conversación entre él y el programador Marcelo Alderete (traductor mediante), el responsable de joyas como The Host respondió preguntas del público, haciendo gala de muy buen humor y entusiasmo. Un privilegio tenerlo como jurado en el festival.

Y ya llegó John Landis…

Drinking Buddies, de Joe Swanberg (Estados Unidos, 2013 – Competencia Int), por Elena Marina D’Aquila

Swanberg, de 32 años, presenta su último trabajo en el Festival, su largometraje número quince, y esta vez cuenta con un reparto de estrellas que continúan su ascenso en Hollywood. Kate (Olivia Wilde) y Luke (Jake Johnson) trabajan en una cervecería de Chicago  y mantienen una amistad muy particular, que roza la línea de lo que está permitido en una amistad y lo que no, casi como si fuesen novios sin sexo. Ambos están en una relación, Kate con Chris (Ron Livingston), y Luke con Jill (Anna Kendrick).

A partir de un fin de semana que pasan en una casa de playa, surge una tensión que estará presente y acompañando a las parejas durante todo el metraje, jugando con las expectativas que irán creándose en el espectador. El alcohol es el gran protagonista de esta comedia romántica y melancólica, que celebra los sentimientos, con una mirada sensible sobre el amor y la amistad. Un film que fluye como una buena cerveza con amigos. ¡Brindemos por eso!

 

Yvy Maraey – Tierra Sin Mal, de Juan Carlos Valdivia (Bolivia, México, 2013 – Competencia Int), por Carlos Rey

Road movie donde un director de cine blanco (un “karai” según los indios) se sumerge en la Bolivia indígena profunda utilizando de guía a un líder indígena guaraní, en búsqueda de ideas para su nueva película. La película desde lo formal navega entre la ficción del aproximamiento del hombre blanco a los indios y el casi registro documental de las tribus y las reflexiones con voz en off del director. Esas reflexiones demuelen la ambigüedad y la posibilidad que el espectador interprete y disfrute las bellas imágenes selváticas, aplastando y destruyendo el relato. La cantidad de obviedades y citas de manual de autoayuda que firma Valdivia construyen un tedio insoportable, además de quebrar permanentemente la ficción y destruir la diégesis a cambio de frases que Valdivia cree que quedaran para la posteridad. Yvy maraey – Tierra Sin Mal es todo lo que el cine no tiene que ser, aburrida, pretenciosa y por sobre todas las cosas, sentenciosa. Valdivia llega a decir “Morir no es tan malo”. ¡Las pelotas Valdivia!

Polvareda, de Juan Schmidt (Argentina, 2013 – Competencia Arg), por M.O.

Tras robar una importante financiera, cuatro ladrones llegan al poblado de Polvareda, donde esperan documentos que le permitirán cruzar la frontera y ser libres de una vez por todas. Dos de los criminales son originarios de esas calles, por lo que deberán lidiar con cuestiones del pasado. Cuestiones no muy agradables, que pueden estropear sus planes.

La ópera prima de Juan Schmidt funciona como un western urbano, en donde hombres duros se enfrentan a situaciones límite. También es posible rastrear una influencia crucial de Exiliados, de Johnnie To, ya que los personajes y muchas de sus vivencias son similares a los de aquel enorme film.

La película no está basada en la acción (algo hay, en determinado momento, pero con fines dramáticos) sino que se centra en la intimidad del grupo, donde los momentos de monotonía incluyen pasos de comedia que permiten empatizar con el cuarteto.

Casi sin estridencias, y con acento en las actuaciones y el guión, Polvareda llega para demostrar que, como Un Oso Rojo en su momento, se pueden hacer grandes westerns modernos y criollos.

 

A estas Alturas de la Vida, de Álex Cisneros y Manuel Calisto (Ecuador, 2013 – Competencia Lat), por M.O.


Dos cuarentones pasan las tardes en la terraza de un edificio, observando por un telescopio a los transeúntes y a los habitantes de otros edificios, y charlando sobre triunfos que no llegan y la vida en general. Esa monotonía será alterada cuando aparece una mujer con su propio punto de vista de las cosas. 
Hecha en blanco y negro, la película transita caminos similares a los de Richard Linklater, aunque sin la genialidad del director texano. Además, las historias de los personajes suelen ir acompañadas de imágenes, como la presentación de una mini silla eléctrica para hacer vibrar el pene (¿?).

Si bien hay comentarios y chistes que sacan una sonrisa (la mayoría, referencias cinéfilas), la película se hace densa y repetitiva.

A estas Alturas de la Vida no llega a ser una gran obra, pero sirve para saber en qué está el cine que se hace en Ecuador.

 

Imprescriptible, de Alejandro Ester (Argentina, 2013 – Competencia Arg), por C.R.

Imprescriptible es un documental que recoge los testimonios de testigos en la causa conocida como ESMA II tanto de las víctimas que fueron sometidas a toda clase de vejaciones como de sus victimarios autores de delitos de lesa humanidad (de ahí el título de la película dada la condición de imprescriptibles de estos delitos) en el juicio que fue llevado a cabo durante el primer semestre de 2010.

La película, lejos de los documentales contemplativos de Erol Morris sobre las instituciones, está cargada de connotación política, por un Ester que no juega con pequeñas y lanza fuegos artificiales como andamiaje de un relato revisionista que se pretende construir desde la última década. Vemos la condena hacia los Radicales (“no hicieron nada”) pese a que el gobierno de Raul Alfonsin enjuició y condenó más militares por delitos de lesa humanidad que Nazis condenados en el juicio de Núremberg y muestra la llegada de Néstor Kirchner en 2003 como heroica, discurso incluido “Vengo a pedir perdón de parte del estado argentino que no hizo nada en 20 años de democracia”. En ese discurso que Ester muestra como central en la película, Kirchner omitió dos cosas: La lucha real de Alfonsín en un momento que la democracia era débil y lo peor de todo: las dos décadas de lucha de la izquierda por la construcción de la justicia en Argentina, una lucha que no solamente obvió Kirchner, también lo hace Ester, que se preocupa metódicamente de eliminar a la izquierda de la construcción de la película. Ese es el relato de la década que vivimos.


Everyone’s Going to Die (Jones, 2013 – Sección Panorama/Busco mi destino), por E.M.D.

Todos Van a Morir puede parecer a priori una película superficial. Pero debajo de esa capa de tics que se repiten en el cine indie, ésta no es una historia más sobre la soledad de dos personajes que deambulan sin rumbo por las calles de un barrio, en este caso, de Londres. Los cineastas abordan la temática, pero desde otro lugar: contada como una comedia de humor negro, que oscila entre escenas delirantes e ingeniosas y momentos dramáticos que se sostienen con primeros planos de un personaje confesándose a otro en plano secuencia.

Melanie es una veinteañera -a quien conocemos disfrazada de Chaplin luego de una fiesta-, que todavía no ha encontrado su vocación, no sabe qué hacer de su vida y está comprometida con un artista, pero las cosas no parecen ir bien, hasta que el azar se encarga de cruzar su camino con el de Ray, un cincuentón a punto de divorciarse cuyo único equipaje es un traje de Hitman y un arma. Ambos comienzan una relación que tiene varios puntos en común con  Perdidos en Tokio. Entre la fotografía del comienzo, la textura de la imagen y las escenas con Melanie y la chica que conoce en esa fiesta, bien podría tratarse de una película de Sofía Copppola. Hasta hay escenas parientes al film de la norteamericana: Melanie y Ray corren por las callecitas de Londres, como lo hacían Charlotte y Bob Harris, y también hay una escena en la que ambos se confiesan sus tediosas vidas, su pasado, sus miedos, sus relaciones en una cama. Pero como pasaba con los personajes de Perdidos en Tokio, la relación entre ellos es una relación en la que la sexualidad queda anulada, toda la carga que llevan, el desamparo y la soledad les impide concretar la relación amorosa, por más ganas que tenga el espectador de que eso suceda. Incluso cuando se encuentran en el puente y ella lleva un sugestivo uniforme de trabajo, él ni siquiera la mira.

Una agridulce obra que puede mutar de humor negro a drama y visceversa en el momento menos pensado, logra sorprender al espectador y además cuenta con una banda sonora para descargar apenas termina la función.


Drug War, de Johnnie To (China, 2013 – Sección Hora Cero), por C.R.

Debemos ser conscientes que somos bendecidos por ser contemporáneos al gran Johnnie To en estado de gracia. Si Blind Detective fue un buen aperitivo en este festival, definitivamente con Drug War, To despliega toda su sabiduría y maquinaria cinética para construir un policial perfecto, sin fisuras, con un pulso narrativo pirotécnico pero a la vez preciso, casi un ensamblaje de relojería. To construye una guerra narco de policías vs delincuentes a pura tripa, donde la moral de los personajes es ambigua tanto del policía Zhang Lei, como la del productor de anfetaminas Timmy Choi. Este último, capturado, colaborara con el policía para atrapar una serie de embarques que llegan a Hong Kong, aunque la tensión entre ambos es permanente y como espectadores desconfiamos sobre quien juega para cada lado. Es claro que To no tiene esa duda y manipula al espectador de manera hitchcockniana para imprimir un final a puros fuegos artificiales que perfeccionan el género policial y la manera de filmar un tiroteo con un despliegue visual totalmente desbocado.

Drug War es el policial del año y debería ser enviado a las escuelas de cine para mostrar cómo se filma este género.

 

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