(Venezuela / México, 2015)
Dirección: Lorenzo Vigas. Guión: Lorenzo Vigas, basado en una historia de Vigas y Guillermo Arriaga. Elenco: Alfredo Castro, Luis Silva, Jericó Montilla, Catherina Cardozo. Producción: Guillermo Arriaga, Rodolfo Cova, Michel Franco, Lorenzo Vigas. Distribuidora: Independiente. Duración: 93 minutos.
Desenfocados
Hay una música muy leve que se escucha dos veces en el filme. Es la única canción que suena en toda la película y lo hace fuera de imagen: la del carrito de helados que pasea todos los días en la tarde por algunas calles caraqueñas. Este sonido externo nos evoca lateral, y sólo lateralmente, la infancia. No sólo a la añorada por el posible espectador que recuerde tardes de salir a comprar helado con sus padres, sino también, y sobre todo, evoca la infancia callada de Armando (Alfredo Castro) y de Elder (Luis Silva). Es así, siempre lateralmente y a través de evasiones, que Lorenzo Vigas nos presenta a los personajes principales. Los conocemos más por cómo miran y cómo callan que por lo que dicen o terminan haciendo.
Desencajados
Podría justificarse que la decisión final de Armando es el fruto amargo de su historia personal y de la sociedad, pero esta condescendencia aliviana conflictos profundos y terriblemente callados a lo largo del metraje. Por algunas pistas vamos adivinando algo de la vida de Armando: fotos familiares, libros, adornos que acallan la historia de Armando. Y también por otras pistas adivinamos parte de lo que no cuenta Elder de su vida cuando Armando entra en su departamento: habitaciones vacías, un bebé que llora, ruido de la calle. Así, tenemos piezas que intentamos armar a través de los silencios que comparten ambos personajes. Las miradas de Luis Silva desnudan a su Elder con una emoción embotellada en esas cervezas que toma y en cómo devora la comida.
Descolocados
Así terminamos viendo a Armando. Porque imaginamos engañados, creímos en lo posible. Acudimos, entonces, a lo cierto. Volvemos a las miradas, a sus encuentros que callan un deseo animal, un deseo que corre como Elder al final. Somos presa de una violencia desgarradora que transcurre fuera de escena, pero la vivimos como una intimidad.
Eduardo Elechiguerra Rodríguez | @EElechiguerra