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36º MDQ FILM FEST | Mar del Plata a lo lejos (11)

36º MDQ FILM FEST | Mar del Plata a lo lejos (11)

Pensaba dedicar esta última nota de la serie a Álbum para la juventud, la película de Malena Solarz que participó de la Competencia Internacional y no se llevó ningún premio, aunque el jurado bien podría haberse dado cuenta de que era una película noble, inteligente y placentera. No hablé antes de ella porque formaba parte de la selección sobre la que tenía que opinar el Jurado Joven, en el que participé como tutor. Pero, de todos modos, Juan Villegas se me adelantó en esta misma página en una nota en la que, parafraseando un célebre artículo de Truffaut, toma la película como ejemplo de lo que él llama una “cierta tendencia del cine latinoamericano” de la que se declara en contra, mientras defiende el film de Solarz como una excepción a esa corriente que detecta alarmado. 

Villegas habla de tres rasgos de este cine: “La irrupción de lo fantástico o lo sobrenatural en el contexto de una narración naturalista”, la crueldad de las muertes repentinas y la influencia del cine de Lucrecia Martel. Álbum para la juventud no participa de ninguno de ellos. Es una película en la que no hay elementos fantásticos, no muere nadie (ni repentina ni previsiblemente) y no creo que tenga influencia de la subrayada y vistosa dramaturgia de Martel. Más bien se trata de una película ligera, en la que no ocurre nada terrible ni siniestro y no hay posibilidad de que ocurra. Tampoco intenta Solarz decir nada más de lo que se ve en la pantalla de un conjunto de adolescentes de clase media que están terminando la escuela secundaria: no los pone como ejemplo, no los usa para mostrar cómo está de mal el mundo y, en cambio, se limita a invitarlos a habitar el especio de su cine en más de un sentido: el guión de la película se construyó día a día con los actores.  

Sobre la muerte gratuita hablé ayer a propósito de un corto en el que el director (o si se quiere, el narrador, que comparte con él su edad, su mundo y, probablemente, su voz) anunciaba la muerte de su novia sin sentirse obligado a aclararle al espectador que se trataba de una ficción. Tal vez, en este caso (pero no es el único como veremos), podría hablarse de otra tendencia: la de los cineastas que no sienten que tienen deberes éticos y que encaran el cine como un combate o una operación destinada a imponer un punto de vista, una voluntad como demiurgos estéticos, históricos o políticos. 

Pero para mí, la huida del realismo hacia lo fantástico con su estela alegórica tiene que ver con algo más general, con el retorno de un cine ideológico, que hace pensar en ciertas corrientes del cine latinoamericano de años atrás. A veces, con claros propósitos militantes. Otros, porque muchos proyectos que intentan conseguir fondos, circular en festivales y ganar premios, necesitan de ese viejo pintoresquismo un poco for export que en esta época se viste otra vez de militancia. Hablé hace dos días de otro film, una pieza intimista sobre un banquero que se describía a sí misma como una denuncia anticolonialista. Pero podría hablar también de una película llamada Danubio, que mezcla ficción y realidad en proporciones que no se toma el trabajo de aclarar. Danubio usa elementos documentales (en particular, del Festival de Mar del Plata de 1968) y una trama de thriller político para reescribir la historia a partir de una alegoría que se propone reescribir el pasado: la hermandad del peronismo y el comunismo, cuyo amor indeleble se representa mediante dos hermanas rusas, de las cuales una es la responsable de una célula del Partido y la otra una devota lectora de La razón de mi vida. A la película no le importa la verdad histórica, menos aun el placer del cine: es simplemente un instrumento de combate. 

De ningún modo propongo que el cine no se ocupe de la política. Y me gustó que el Jurado Joven premiara una película llamada Estrella roja, de la cordobesa Sofía Bordenave, un curioso homenaje a la Revolución Rusa, que no intenta apropiarse de sus consignas para hacer proselitismo en el presente ni se propone, como Stalin, convertirla en un instrumento de sus intenciones. Bordenave logra algo muy difícil: eludir los clichés, empezando por las fotos y los noticieros vistos mil veces y hablar más bien desde la periferia de los grandes títulos. Entre otros, de una serie de personajes que participaban de utopías que excedían largamente  a la dictadura del proletariado. Estrella roja, habla, por ejemplo, de Alexander Bogdanov, que quería curar todas las enfermedades mediante transfusiones. O de los cosmistas, quienes sostenían que la tecnología derivada del progreso iba a permitr resucitar a los muertos, de tal modo que sería necesario colonizar todos los planetas ya que no habría lugar para tanta gente en la tierra. Es muy poético el modo en el que Bordenave hace que su film se el vehículo de una euforia que arrancia con una vieja mujer que recuerda en una plaza vacía y helada de San Petersburgo las primeras rebeliones y se termina enfrentando con la abulia de la Rusia actual. Bordenave conecta a Maiakovski con los techistas, unos jóvenes que hoy se suben a los techos de los viejos edificios de la capital rusa y le permiten hacer hablar al silencio de las ruinas. Su película es capaz de que La Internacional no suene como el himno de un Estado, sino como un canto abierto a un futuro que no tiene forma o a una época en la que el futuro existía. 

Pero, para volver al principio, también tiene el cine derecho a no ocuparse de la política, como parece ser la obligación en algunos espacios que huelen a encierro, esos círculos de cineastas y también de críticos en los que se supone que la clase media debe flagelarse en nombre del proletariado. Así, he escuchado críticas a Álbum para la juventud a partir de la clase social de los protagonistas. Es como si volviéramos atrás, no solo en el tiempo sino en las posibilidades del cine. En la película de Solarz no hay conflictos en el sentido que proclaman los manuales de guión, pero tampoco hay consejos ni consignas. Es una película curiosa, si se quiere una visita al paraíso de una adolescencia motivada por la amistad, la vida familiar y el aprendizaje del arte. Sol estudia música y Pedro intenta escribir piezas de teatro. No sabemos si Sol y Pedro terminarán besándose, pero compartimos su cotidianeidad exenta de sombras. De algún modo, Solarz también pone en escena una utopía, una estado de la vida sin apremios y anterior a las verdaderas preocupaciones, a las determinaciones de la historia o la biografía. Y en ese sentido, no hay demasiadas diferencias entre Estrella roja y Álbum para la juventud. 

Creo que lo que Villegas detectó en el cine de estos días es una pesadez descomunal, un lastre de academicismo, ideología y apelación al consenso del que estas dos películas están felizmente libres. 

 

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